Presente.
Abrir los ojos fue el proceso más largo que pude haber hecho alguna vez. Mis párpados pasaban de manera increíble, y mi mirada no lograba enfocar algo en sí. Solo una luz blanca brillante, muy brillante. No entendía dónde estaba, intenté recordar lo que había hecho horas antes y...nada.
No llegué a nada.
¿Ya me morí?
No pude haberme muerto, ¿verdad? Aún no había gritado a los cuatro vientos la libertad de la vida, no había nadado de noche con posible hipotermia, no había visto algo que me dejara sin palabras, y sobre todo, no me había ido de casa.
No, no pude haberme muerto. Además, ¿qué había hecho para quedarme dormida durante tanto tiempo y no recordar nada? Parpadee varías veces y al final mi vista dejó de estar nublada, está vez, un pesado pitido entro en mis oídos y poco después un dolor desagradable en todo mi cuerpo, junto con un dolor de cabeza horrible.
Trate de moverme, para, aunque sea, comprobar que no estaba en el cielo, o al menos por lo que leía, en el infierno. No lo logré, es más, no podía ni mover mi cabeza, mucho menos el cuello. Me queje de forma casi inaudible, y segundos después, la mirada nerviosa de mi madre apareció en mi campo de visión.
—Nani, despertaste, ¿cómo te sientes? —murmuró, pasando su mano por mi cabello.
Cerré los ojos de golpe, dolía su contacto. Ella quitó su mano inmediatamente, cómo pude deslice mis ojos por todo el lugar, entonces sin entender cómo había llegado ahí, supe que me encontraba en un hospital.
Las paredes blancas, el pitido ensordecedor, el silencio y el olor tan despreciable.
Genial, odiaba estos lugares.
—Me duele la cabeza y el cuello —admití—. ¿Qué me pasó?
—Te caíste de las escaleras de los chicos.
Ah bueno, eso tenía más lógica de porque estaba en un hospital, con dolor en todo el cuerpo, y sin poder moverme. Me había caído de unas escaleras, de la casa de...
Espera, ¿que chicos?
—¿Qué chicos? —dudé, lamiendo mis labios— ¿Jean o Paul? De igual forma nunca he ido a sus casas.
Jamás había ido a la casa de mis mejores amigos. No entiendo nada. Por la mirada de mi madre, supe que yo estaba loca o posiblemente no entienda ni media parte de lo que ella me decía. Al igual que la mía, su entrecejo se arrugó.
Seguí tratando de pensar un poco a lo que ella se refería, pero no. De igual manera no llegue a nada. Jamás había ido a ninguna de sus casas y tampoco recordaba haberlos visto con anterioridad.
Ella, siguió mirándome en silencio. Mi madre no era una mujer vieja, pero tampoco era alguien joven. Estaba en esa corta línea de no me veo mal pero tampoco espectacular. Para mi familia ella estaba en la flor de la vida, a pesar de tener tres hijos.
Así qué, que su frente se frunciera no significó más que ella tampoco entendía lo que me decía. Así que suspiré un poco tratando de hacer una mueca graciosa para que sonriera. Y lo hizo, pero poco después volvió a hablar.
—¿No lo recuerdas verdad?
—Mamá ahora mismo no sé si estoy viva o estoy muerta. —aseguré.
Abrió la boca para hablar, sin embargo se quedó con la palabra en la boca en cuánto la puerta de la habitación se abrió. No podía moverme, solo logré mirar la cabeza de dos personas. No logré reconocerlas.
Volví a sentirme en el segundo uno que desperté: no sabía que rayos hacía aquí.
—Angelina Rels, un gusto, yo te he atendido desde que llegaste en emergencias —se explico el que supuse era el doctor—. Soy el Dr. Leander. ¿Cómo te sientes?
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Detrás del escenario
Novela JuvenilDetrás del Escenario. Apenas sé nada de él. Sé que logra ponerme nerviosa con solo una mirada, y sé que afirma ser mi novio solo que jamás lo he visto. Ah, también sé que forma parte de una banda. ¡Mi banda favorita! Espera, ¿cómo es que conocí a mi...