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Pequeñas y cristalinas gotas golpeteaban su ventana esa fría tarde, el agua se desbordaba de las tempestuosa nubes y no parecían querer ceder su llanto en un par de horas. Suspiro y sonrió, a pesar del mal clima y de las limitadas cosas que podía hacer en sus cuatro paredes amaba los días lluviosos.
Le gustaba el aroma que la lluvia dejaba en las mañanas, le gustaba pasar horas viendo como las plantas parecían más vivas debajo de las gotas mientras escuchaba una y otra vez la misma vieja canción desde que era un niño, le gustaba como cambiaba ligeramente el sabor a café haciéndolo más deliciosos incluso exquisito. Pero más que todo le gustaba el calorcito que le traía los recuerdos de su niño interior acurrucado entre las sabanas viendo la televisión junto a su difunto padre. Ese recuerdo que guardaba como tesoro y bajo llave en lo más íntimo de su ser.
Pero ese no era el único recuerdo que traían esos días lluviosos sabor a café que ahora venían acompañados de aroma colonia de miel, risillas y calidos colores.