De regreso a casa

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Estaba molesto consigo mismo. Debería haber hecho sus maletas con mucho tiempo de anticipación, pero su pobre estado de ánimo no fue de ayuda. Estuvo perdiendo el tiempo recostado por horas en su cama, mirando el techo de su habitación o mirando algunos videos de sus viejos partidos. Apenas si se levantaba para comer algo e ir a entrenar. Fuera de esas actividades, no hacía ninguna otra. Si no contaba los pocos mensajes que compartió con Jeno en esos días.

Como estaba esperando, la situación estaba tensa entre ellos. Jeno no iba a decirle lo molesto o enojado que estaba con él. Sin embargo, eso no hacía falta. Podía notarlo.

No tuvo noticias de Nicoletta en semanas, lo que era algo positivo. Alessandro no cambió su trato con él en lo absoluto, así que podía deducir que se mantuvo callada por completo. Lo único que había considerado bueno en ese tiempo.

Frotó sus sienes con suavidad, tratando de apartar el dolor de cabeza mientras se recriminaba por no haber lavado su ropa o dejar que alguien lo hiciera por él. Ahora un tercio de sus prendas favoritas estaban sucias y no podía llevarlas de esa forma. No tenía demasiado tiempo tampoco, el chofer estaría abajo dentro de poco para llevarlo hasta el aeropuerto.

—Al carajo.

Sacó cosas al azar de su armario y las metió dentro de su maleta. Si algo le hacía falta, lo compraría en Corea.

Su teléfono estaba rebosante de mensajes. Tal parecía que el grupo de chat de la selección coreana se había reactivado con todas sus fuerzas en aquellos días que eran previos a los siguientes dos amistosos que jugarían en su tierra natal. Casi todos ellos estaban ya en su país. Jeno y él serían los últimos en llegar.

No tenía muchos ánimos de regresar y jugar. Por primera vez en mucho tiempo, en verdad no quería salir al campo de juego. Se sentía cansado y aletargado. Debería de revisar su dieta con el nutricionista cuando regresara, algo debía de estar fallando.

Su timbre fue tocado un par de veces y, con confusión, miró el reloj en la pared de su habitación. Aún faltaban unos quince o veinte minutos para que vinieran por él y, en realidad, no estaba teniendo buenas experiencias con personas tocando a su puerta de forma inesperada.

Por un instante temió que pudiera tratarse de Nicoletta en busca de una nueva discusión. Preparándose para ello, caminó hasta allí y observó por la mirilla.

Brunetti.

No reaccionó por un momento, asombrado de verlo allí.

Semanas atrás tenerlo en su puerta sin previo aviso no era algo desconcertante, pero desde el incidente en el cual tuvo aquel pequeño altercado con uno de sus hijos, poco se había visto con el hombre. Estuvo creyendo que le ignoraba por estar furioso con él.

Abrió con temor, no sabiendo a que podría enfrentarse una vez que lo hiciera.

Los ojos con ya escasas pestañas y rodeados de arrugas le miraron antes que una sonrisa apareciera en sus labios. Brunetti era un hombre orgulloso por naturaleza y por ello mismo le asombró verle apenado.

—Qué bueno que aún no te hayas marchado, topino ¿Puedo pasar?

No supo que decirle por un instante, asombrado de tenerlo frente a frente y hablándole después de semanas en las que este parecía ignorarlo en los pasillos por andar con alguno de sus hijos o nietos. De un día a otro se volvió muy popular con la familia que una vez lo tuvo abandonado.

De haber sido más orgulloso, le diría que no y cerraría la puerta. Sin embargo, extrañaba a Brunetti más de lo que diría en voz alta. Se sentía como tener un abuelo allí con él... o bueno, eso suponía. No era como si tuviera una relación muy cercana a sus verdaderos abuelos. Ellos habían creído, en líneas generales, que su elección de carrera era un despropósito. Que debería de estudiar duro para entrar a la universidad y conseguir un título en medicina o abogacía.

Tarjeta Roja || NominDonde viven las historias. Descúbrelo ahora