El inicio del caos es algo complicado de rastrear. Algunos dicen que fue culpa de la ola inmigratoria producida tras el colapso de las grandes ciudades occidentales, otros creen que fue algo intencional, operado desde adentro, que un país devastado por las consecuencias de las tensiones mundiales era más conveniente para aquellos que eran poderosos, para, más adelante, tomar total y absoluto dominio. Lo cierto es que, pocos saben la verdad, y esos pocos jamás estarán entre aquellos que cazan lo que quedó de la fauna pampeña, o que viven de lo que quedó antes del '79.
Con 17 años, todo esto era entendido por Jacobo, aunque de a poco, costaba entender cuando los pocos que te podían explicar cuando dejó de existir ese "viejo mundo" no estaban ya, o su mente estaba tan decrépita por la edad y el paso del tiempo que no recordaban, o no encontraban las palabras de explicar el nostálgico y oscuro pasado de lo que fue la civilización.
Fue un 13 de diciembre que se levantó de su cama, caminando fuera de su habitación, para dirigirse fuera de su casa, la cual consistía en arena endurecida, como las paredes del asentamiento, sin embargo a cada paso que daba se aproximaba una silueta lejana desde lo más lejos del desértico paisaje del Gran Buenos Aires, banderas celestes y blancas con un sol con una cara, la marcha que cantaban, sus armaduras que, aunque el no lo sabía, eran trajes de rugby reforzados y sus oxidados post-apocalípticos rifles le indicaban QUÉ eran, y era aquella fuerza que el yermo Bonaerense habia sabido temer, pues aquellos que no habían caído bajo su dominación, ya estaban por hacerlo.
El grito y el caos bailaron un tango en el salón de la desesperación, pues todo aquel que era hombre, mayor, y capaz de agarrar un rifle se alistaba sobre las precarias paredes de cemento y arena endurecida del asentamiento, los tiros volaban, sin embargo, entre tanto caos, se pudo ver levantar una bandera blanca, la cual, a pesar de los años y la calamidad que había pasado, seguía siendo entendido como un icono de paz, pues habia sido el único recurso para frenar la guerra y la matanza imparable que habían encontrado los habitantes del nuevo mundo.
A los minutos de que los invasores levantaran las banderas blancas se vio a un hombre galopar sobre un caballo hacia las entradas del asentamiento. Alarmándose, algunos de los jovenes armados que se encontraban amontonados como ratas en el portón levantaron sus rifles, pero los mismos rápidamente los bajaron ante la firme voz de sus superiores ordenándoles que los mantengan bajos.
-¿¡Quien está a cargo?!- Gritó el mensajero, sosteniéndo con ambas manos las riendas de su caballo, el cual tenía manchas blancas y negras. No era el mejor de los corceles, no de los que los sabios hablaban que habitaban los establos del viejo mundo.
De entre las filas de "Soldados" del asentamiento emergió un morocho alto, barbudo y con una antigua gorra de policía que simbolizaba su cargo sobre su cabeza. Mirándo arriba, asintió levemente mientras alzaba su mano derecha
-¡Yo, yo estoy a cargo!- Gritó con una convicción inconmensurable. El mensajero se bajó de su corcel mientras los soldados se hacían a un lado para permitir su paso.
-A usté' le advertimos de esto, o pagaba los tributos al nuevo ejército de la patria, o se los hacíamos pagar.- Dijo el jinete con ropas militares bastante rotas y arruinadas, pues hacerse camino por el yermo capital no era un paseo en la plaza.
-¿De qué patria me habla usté', maestro? ¿No ve a su alrededor?, Todo 'ta hecho mierda, no me puede hablar de ninguna patría, Y si la hay, ustedes son, por lejos, los menos indicados para representarla-
Este hombre era conocido por todos como 'El Gobernador', su nombre era usado por pocos, sin embargo su titulo y los bandidos que había repelido durante su gobierno le habían ganado respeto tal, que su voz opacaba la de toda adversidad, o eso creía.
-Nosotros se lo dejamos facil y sencillo, o abre el portón de esta ciudad pa' nosotros y nos deja sacar lo que necesitemos, no va a haber problema. Somos setescientos cincuenta los que estamos aquí parao's afuera, casí más de los que son ustedes en total. No sea bruto, gobernador.-
Respondió el mensajero, imponiéndose sobre el hombre al ser de considerable mayor altura, y portador de una voz mucho más grave.
Las charlas de paz se hicieron largas y poco a poco se tornaron en una discusión. Lo último que vio el chico antes de que se diera la orden de abrir fuego fue al jinete saliéndo disparado del portón, para que el mismo se cerrara minutos después. Jacobo, como lo habían bautizado las calles y los vecinos, había aprendido hacia poco a manejar un arma. Quizá fue el miedo a que "Los Patriotas" invadieran, o la ambición de cazar y matar a las liebres que en ocasiones se colaban en las paredes del asentamiento.
Poco a poco la fuerza celeste y blanca se impuso sobre los menos numerosos y atrincherados guardias del pueblo. Jacobo disparó un último tiro antes cumplir la última orden del "Gobernador"
-¡SI NO LES QUEDAN BALAS, SALGAN Y TACLEEN AL PRIMER BASTARDO QUE SE LES CRUCE!-
Sin embargo, lejos de lo que creía que iba a pasar, rápidamente cayó al piso a causa de un roce de bala en su cabeza, costándole una porción significativa de su oreja y su consciencia.
ESTÁS LEYENDO
Mi Buenos Aires Querido.
AdventureUna historia post-apocalíptica ubicada en los confines del Gran Buenos Aires. Es un proyecto personal que empezó como una historia ubicada en Estados Unidos, decidí escribirla acá para que esté expuesta a más gente.