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—Tab, apá nos mandó a llamar—Dejo el ave de lado para mirar a mi hermano.

—¿Y hora qué quiere? Les dije que no quiero que me moles...

—Será mejor que vengas y calladita, no está de buenas.

—Pues yo tampoco.

—Ya sabes como es esto—Entre quejas ordeno que guarden los gallos finos y acompaño a mi carnal.—Mejor cambia esa cara si no quieres que mi apá note que perdiste la merca del...

—Yo no perdí nada, la invertí mejor dicho.

—¿La invertiste?

—La hice rendir, ya verás.

—Tu y tus negocios raros Ana Ester.

—No me digas así—Dejamos de pelear cuando llegamos a la sala del rancho de mi apá. Aquí sólo estamos los días que venimos a rendir las cuentas del mes, lo hacemos dos veces al mes así podemos llevar un mejor manejo junto con los contadores y abogados quienes se encargan luego de hacer los tratos para disuadir el dinero recaudado. 

Me aburro de solo ver como pesan kilos y kilos de dólares y otros tipos de monedas de cambio sobre las balanzas de la mesa de la sala, pido una manzana para desayunar, no tardan en traerme bandeja con rodajas de manzana y un jugo exprimido.

—Solo quería manzana—la muchacha asiente y se lleva el resto.

—Tab—Lo miro—Me dijeron que te vieron muy seguido por plazas que no son nuestras, mija.

—No hay pedo apá—Le doy un bocado a mi manzana.

—Tu sabes que no me temblará la mano si tengo que iniciar una guerra con el Quino por ti, pero no la provoques, suficiente tenemos.

—Yo sé cómo moverme apá, además tienen lugares chidos, ni modo que no los frecuente.

—Solo cuidate y no me sobresaltes.

Si supieran quien controla esas plazas que menciona y el por qué me paseo tan libremente, con quien iniciaría una guerra sería conmigo directamente.

—Faltan quinientos mil dólares, Tabatha. ¿Qué hiciste?

—El sábado te traigo un millón quinientos.

—Hoy es miércoles, la revisión se hacía hoy.

—Confía en mi, pinchi Serafín.

—Dos millones traes ahora.

—Serafín deja a tu hermana en paz, trae lo que dices mija.—Asiento.

—¿Por qué a ella si y a mí no?—Se queja mi hermano, sin embargo, lo ignoran.

—Solo espero que no te andes metiendo en negocios ajenos—Le hago una seña tocando mi gorra. Dando por hecho que no, podré ser lo que sea, menos ratera.—Ahora bien, quería que sepan que algunas plazas van a cambiar, principalmente las que manejo yo y tu Sera.

—¿Quién se hará cargo?

—Tu te irás más pal norte y Vicente volverá a comenzar aquí.

El trozo de manzana se queda atorado en mi garganta, comienzo a toser.

 —¿Vicente? ¿Él volverá?

—Vicente ya está operando aquí desde hace semanas—Llevo mis dedos al puente de mi nariz.

—¿Qué necesidad? ¡Ya estaba limpio y tranquilo en el otro lado!

—¿Tu me ves a mí repartiendo pizzas?—Pestañeo para ver si es cierto, hace años no tengo contacto con mi hermano

Lo que nunca será | Ovidio Guzmán |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora