Miedo (parte 2)

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El primer golpe contra la piedra fue doloroso.

A pesar de contar con una capa de pelo encima de la piel, la tabaxi notó con claridad la fría superficie de piedra bajo sus piernas, sólida, áspera y húmeda. La mano que se aferraba a su cuello con fuerza a duras penas le permitía respirar y mucho menos hablar. El noble la arrastró unos metros sin siquiera mirarla, en línea recta.

— Sólo sirves para eso. — masculló.

— Ghn... ¡Suéltame!

— No te voy a soltar — replicó. — Eres mi propiedad.

Duna hizo lo posible por zafarse de su mano, pero fue inútil. La fuerza física nunca había sido su fuerte y tampoco la iba a acompañar entonces. Cuanto más intentaba soltarse, más parecía quedarse sin aire.

— Nunca voy a... agh.... volver a ser... de tu propiedad...

— ¡Siempre lo has sido! ¡Nunca has dejado de serlo, gatita!

— Ni yo ni... los demás... — continuó, haciendo un enorme esfuerzo por conservar la voz. — Somos piezas en tu asqueroso juego.

— ¿Qué juego...? — preguntó entre risas, como si le estuvieran gastando una broma. — Toda mi fortuna, todo mi conocimiento estuvo a tu alcance y aun así decidiste irte.

La prácticamente nula importancia que el hombre daba a todo cuanto decía, aun pese al esfuerzo que le costaba pronunciarlo, quebró aún más su autoestima.

Y se sintió enmudecer otra vez, como todas las veces que sus palabras habían caído en saco roto, vanas, olvidadas y, por encima de todo, ignoradas. Muda, como todas las veces que, creyendo ser amables, incluso aquellos quienes la apreciaban la habían tratado como si fuera una mera cachorra inexperta, una cachorra tonta y fantasiosa cuya opinión y pensamientos carecían, por ende, de importancia. Muda, como todas las veces que, en un intento de defender al inocente o su propia libertad, su amo la había interrumpido en seco para recordarle cuál era su lugar: Ver, oír y callar.

— Suéltame.

Duna no se percató de ello. Pero, quizá a causa de la rabia, su tono había sido distinto. Su captor dejó escapar un gruñido.

— No. Voy. A soltarte. — volvió a repetir, no sin antes meterle un fuerte tirón hacia sí.

Una lágrima resbaló por su mejilla a causa del esfuerzo, pero el hombre siguió arrastrándola por el suelo justo detrás de él.

— ...Entonces...

— ¿Mm?

El noble se detuvo y se giró hacia ella, contrariado por su tono de voz.

— ...Entonces — continuó.— Seré yo quien... me suelte.

Y lo volvió a intentar: se aferró a la mano que la ahogaba e intentó zafarse una vez más. Otra vez, fue en vano. El noble, que por un momento había temido que usase algún tipo de truco para zafarse, pareció tranquilizarse al ver que no sólo su fuerza había disminuido, sino que una lágrima caía encima del dorso de su mano.

— Jamás he sido de tu propiedad... ni tu mascota, ni de nadie más. — replicó la tabaxi, haciendo acopio de todo el valor que era capaz de reunir. Las lágrimas fueron en aumento, pero a Duna ya no le importaba, pues había decidido nunca más ceder a los caprichos de aquella persona. Sin prisa pero sin pausa, dos discretas líneas empezaron a formarse en el pelaje nocturno de su rostro como minúsculos riachuelos. — Así que vas a soltarme... o voy a soltarme yo.

Quiso que sonase a advertencia, pero era consciente de que su tono probablemente no la acompañaría. Que su voz, pequeña, más bien juvenil, volvería a restarle la importancia del inmenso esfuerzo que le había costado pronunciar aquel desafío directo contra quien, a fin de cuentas, la había criado.

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⏰ Última actualización: Nov 09, 2023 ⏰

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