Sueño de libertad

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"Nada... no hay manera."

Duna abrió los ojos en la oscuridad y éstos brillaron en la misma como si dos luces feéricas se hubiesen encendido de golpe en la habitación. Se dio la vuelta sobre el colchón y se estiró perezosamente antes de mirar rápidamente alrededor, en la pequeña habitación que el posadero le había cedido. Era pequeña, humilde, pero para ella era un refugio más que suficiente. Sin embargo, y pese al día lleno de emociones que habían vivido, el sueño no se decidía a convencerla de cerrar los párpados durante mucho tiempo. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que sus compañeros habían decidido retirarse a sus respectivas habitaciones, pero tampoco le importaba.

Tras ladear una oreja, la tabaxi se vistió un poco más, cogió su bolsa y salió silenciosamente por la ventana.

La ciudad de Jigow, sin embargo, no parecía haberse decidido a dar por terminado aquel día tan festivo. Desde el tejado medio pajizo medio de madera de la posada se percibía la calma predominante de los barrios más residenciales en los que tan sólo el sonido del ruiseñor destacaba con su canto. Apenas un murmullo en la lejanía, un susurro acompañado por el del viento que jugaba con el velo granate que cubría su pequeña cabeza felina y que le provocaba un leve cosquilleo en los bigotes. Pero a lo lejos, más allá de las dos o tres primeras líneas de casas y tiendas, Duna podía ver aun varios farolillos encendidos, antorchas y hasta algunos globos que teñían de color la zona del prado donde habían cenado aquel día.

Era tan distinto de Ank'Harel y a la vez tan similar que sólo entonces se dio cuenta de que la emoción de visitar por primera vez una ciudad extranjera había hecho que se dejase llevar mucho más de lo que, quizá, sólo quizá, le habría gustado. Ladeó una oreja, pensativa, y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro a duras penas visible en la oscuridad de la noche.

"En realidad no es tan distinta.", pensó. "Esos estandartes... los he visto antes, en la plaza del foro de opalita. No son iguales, pero el ambiente... el ambiente recuerda mucho a los festivales que tenemos allí."

Bajó la mirada hacia la entrada del local sobre el que se encontraba y giró una oreja y la cabeza. "También las tabernas y las posadas... son distintas en apariencia, pero no en sí mismas. Al final también funcionan igual, incluso estando en un lugar tan lejano como éste."

Tras este fugaz pensamiento, Duna alzó la vista y una melodía lejana, probablemente de aquellos que aun disfrutaban del festival y la fiesta, provocó que volviera ambas orejas de negro pelaje al frente. Jigow se extendía frente a ella, la mitad despierta, la otra dormida, y su cola se balanceó levemente de lado a lado mientras miraba ya no el paisaje, sino los balcones, callejones y tejados que se extendían como un laberinto improvisado frente a ella... y, sin permitirse más el lujo de seguir dándole vueltas a aquel hecho, para ella aun increíble, respiro profundamente aquel extraño aire con sabor a sal y saltó al tejado contiguo de la posada.

La mayoría de casas tenían las luces apagadas y permanecían en silencio. Aunque su curiosidad la animaba a echar también un vistazo al interior de todas y cada una de ellas, también supo resistirse a causa del gran respeto que sentía por el espacio personal ajeno. Cruzó las primera línea de las residencias y, entonces, decidió bajar poco a poco a la calle. Sus pisadas a duras penas eran más audibles que el murmullo de los grillos que cantaban al margen de un jardín, o que el arrullo del agua de una maceta sobrecargada en el balcón que había en la casa contigua a donde se encontraba. "No es tan distinto", volvió a pensar mientras admiraba la curiosa arquitectura, mayoritariamente en madera, que caracterizaba a la zona. También el cielo era claro, estrellado, y la brisa nocturna guiaba apenas su andar como ya era costumbre desde que tenía memoria. Y, sin embargo, los olores, las texturas e incluso los sabores eran del todo diferentes.

Maravillada como un niño en su primer cumpleaños, la tabaxi siguió caminando. A medida que avanzaba, sus pasos se volvían más seguros y su camino más difuso. Se coló por oscuros callejones, varios patios y algún que otro jardín. En ocasiones, antes siquiera de darse cuenta de lo mucho que estaba dejándose llevar, se descubrió a sí misma buscando el cobijo de las sombras para evitar el reproche de la mirada de algún guardia o vecino pero, por fortuna para ella, su pelaje jugaba siempre a su favor. Sólo cuando la luz directa de la luna o de una antorcha bañaba aquel manto de ébano éste desprendía un delicado brillo tornasolado, casi azul, que enmarcaba su grácil silueta oscura. Muchos habían alabado aquella característica suya en el pasado, pero a ella no le llamaba especialmente la atención.

Las lejanas notas de un laúd en la lejanía volvieron a captar su atención y sus orejas puntiagudas se giraron al unísono en dirección al prado. Curiosa por ver quiénes tenían aun tanta energía para continuar con los festejos, se escabulló por el margen de la calle y salió por fin a la planicie más abierta de Jigow.

Lo cierto es que buena parte del prado había quedado cubierto de los restos de la fiesta que aun se llevaba a cabo cerca del escenario. Dos goblin, un orco y una humana eran los responsables de la música en directo que todavía hacía eco entre las calles más cercanas, aunque en un tono mucho más distendido y tranquilo que el que habían empleado al inicio de la cena. Aunque había algunas mesas tiradas por el suelo, otras aun acogían personas que charlaban alegremente de los últimos acontecimientos, hacían pulsos o incluso apostaban sobre la prueba final que quedaba. Cuando se acercó, al cobijo de los pocos árboles que había cerca, sintió la tentación de sumarse al festejo, pero pronto descartó la idea. Allí nadie la conocía. La gente tampoco parecía pendiente de ningún espectáculo y el olor a alcohol dejaba patente que no tendrían más atención para ella que la que tenían puesta en sus respectivas jarras.

Sin intención de interrumpir, siguió recorriendo el margen del prado hasta que su mirada cristalina vislumbró una silueta familiar a unos cuantos metros de donde se encontraba. Era un humano más bien delgado, y de cabello rubio y pajizo que estaba tirado sin más en medio de una zona de césped al otro lado del parque. Alzó las orejas, con una mezcla de preocupación y curiosidad y se dirigió hacia él. No pudo evitar sonreír de alivio al ver que el joven en cuestión parecía estar murmurando una canción.

— "Bebe el ama, bebe el amo"... ahh... "y el soldado con el santo..."... ¿tú también quieres beber?

Sorprendida, Duna alzó las orejas un instante al verse descubierta y sonrió mientras empezaba a balancear su suave cola negra tras ella.

— Realmente no. — respondió. — Pensaba que estabas herido.

— Herida está mi cartera después de todo lo que he pagado e invitado esta noche, pero ha valido totalmente la pena. Benditos dioses y bendita sea la cerveza, ahh... pero espera, ¡yo conozco esa voz...!

Sólo entonces Irvan, el humano que había competido contra sus amigos, se giró levemente sobre sí mismo y abrió los ojos para encontrarse con la penetrante mirada de la tabaxi encima de él. La resaca le impidió saltar más que en el propio sitio a causa del susto y la sorpresa.

— ¡Por todos los dioses...! Agh, mi cabeza...

— Lo siento, no quería asustarte. — respondió, aun aguantándose la risa mientras bajaba levemente una de sus orejas.

— Nah, ¡no te preocupes! Tú no me asustas, me asustan más... otras cosas, como despertarme en una celda mañana. Que por ahora no parece ser el caso.

Duna abrió los ojos, sin dar crédito a lo que oía.

— ¿Te has despertado alguna vez en una celda?

— Sólo una. — explicó, alzando un dedo índice hacia el cielo mientras se giraba hacia ella, que se había sentado a su lado, deseosa de saber más.— Pero por suerte no había sido nada grave. Me dejaron salir después de que se me pasase la resaca. Conocí a buena gente ahí, había personas muy majas.

La tabaxi balanceaba levemente la cola mientras escuchaba la historia con atención.

— Me alegro de que no fuera nada grave. No te veo muy asustado de todas formas.

— Realmente no. Es lo divertido de salir de fiesta, a veces nunca sabes cómo ni cuándo la terminarás.

Y dicho esto cerró los ojos y se llevó ambas manos tras la cabeza para disfrutar de la frescura de la brisa nocturna.

— ¿Y qué hay de ti? — preguntó entonces mientras abría uno de sus ojos para mirarla.— ¿Sales mucho por ahí?

La tabaxi ladeó la cabeza, sopesando la respuesta.

— No de este modo, al menos. Me gusta pasear, y es la primera vez que salgo fuera de donde vivo.

— Venías de Marquet, ¿verdad?

— ¡Sí! De Ank'Harel. Es... muy distinto de Jigow, es más árido, más cálido... es otro ambiente.

— Pues para salir poco, se te da muy bien animar el ambiente, ¡menuda buena montaste cuando te pusiste a bailar! Krish ya no sabía cómo darle al tambor para que no la pudieras seguir, ¡JA! — dijo tras girarse hacia ella sobre el césped para tumbarse de lado.— ¡Ya me gustaría a mí moverme así! ¿Es como se baila por ahí en el desierto?

— ¡Qué va, no todo el mundo lo hace! — rió.— Realmente no sé cómo terminé bailando así. Es una historia un poco rara. Pero me gusta hacerlo de vez en cuando.

— Pues se te da muy bien. — afirmó antes de volver a tumbarse boca arriba.— ¡Que lo sepas!

— Gracias.

Duna respiró hondo y volvió la cabeza al escenario, a lo lejos, y luego al cielo. La bóveda celeste lucía clara y salpicada de miles de estrellas encima de ambos. No había nadie más allí, aunque la fiesta no se hallaba lejos, pero aun quedaban unas cuantas horas más para que el sol asomara en el horizonte.

— Se me hace muy raro. — murmuró entonces la joven.

Irvan abrió nuevamente un ojo y la miró.

— ¿Raro? — repitió.— ¿Qué se te hace raro?

— No lo sé, todo. — barajó, ladeando una oreja.— Tengo la constante sensación de estar soñando desde que salí de casa. El barco, la tormenta... Jigow misma, me parece preciosa, y su gente muy amable. Pero...

Irvan no pudo evitar reír, casi con ternura al oírla.

— Es la primera vez que sales de casa, ¿eh?

Duna se giró hacia él y asintió con suavidad.

— Al menos tan lejos. — echó levemente una oreja hacia atrás.— Pero... tenía muchas ganas de saber si todo lo que me habían contado era verdad.

— Bueno, viajar tiene esas cosas. — le dijo Irvan.— Las hay muy guays, como este pueblo y este festival. A algunos de mis amigos les parece un pueblucho de tres al cuarto, y quizá lo sea. Pero tiene sus cosas buenas también. Y fuera, bueno, te encontrarás cosas que quizá no lo son tanto. Quizá se te haga un poco nuevo todo al principio, pero estoy seguro de que te acostumbrarás con el tiempo. ¡Así es la vida!

Se estiró, ya algo más cansado, y tomó impulso para sentarse con las piernas cruzadas frente a ella. Duna ladeó la cabeza con curiosidad, preguntándose si su interlocutor habría conocido más lugares aparte del que estaban visitando para realizar tal afirmación, pero decidió seguir escuchando atentamente y giró ambas orejas hacia él con suavidad, sin dejar de mirarle. Recordó la breve batalla contra los bandidos aarakocra que les habían atacado en una de sus primeras jornadas a bordo del barco volador camino de Jigow y echó las orejas hacia atrás. El Festival del Mérito había conseguido que lo olvidase, pero el recuerdo de aquellas personas (pues ante todo, eran personas) cayendo al vacío, heridas, quizá de muerte, todavía cruzaba por su mente como fugaces retazos de un recuerdo amargo.

El hombre pareció darse cuenta, pues estiró una mano y le dio un par de palmaditas en el hombro. El gesto provocó que Duna se sobresaltase un instante, pero pronto parpadeó unas cuantas veces y volvió la vista a él, aun con las orejas algo encogidas en sí misma.

— Eh, ¡irá bien! — la animó.— Mira, sé que lo sabes, pero nuestro grupo también saldrá pronto de aventuras. Somos todos unos buenos para nada, pero aunque algunos nos conozcamos desde hace relativamente poco, si hay algo en lo que podrás apoyarte siempre es en tus amigos. ¡Esto es miedo de principiante! Relaja esa cola, gatita.

La cola Duna dejó de moverse casi al instante tras oírle y la chica la recogió junto a su cuerpo, algo avergonzada, y sonrió.

— Gracias, Irvan. Eso espero.

— ¿Cómo que esperas? — rió.— ¡Eres una tabaxi! Esto lo llevas en la sangre, chica. Date dos días y te moverás por aquí como yo por una taberna un sábado por la noche. Palabra de futuro aventurero.

Y le ofreció la mano. Duna sonrió y le devolvió el gesto con algo de torpeza.

— ¡Y ni se te ocurra darme las gracias! — continuó el chico.— Si te sirve, te debía una por los ánimos que le diste al pobre Dermot en la prueba del laberinto.

— Eso no fue nada.

— Por ende, esto tampoco.

Y, sabiéndose ganador en aquel duelo de favores, Irvan tomó impulso y se puso de pie de un salto, no sin perder el equilibrio durante unos segundos en los que hizo lo posible por conservar su dignidad. Duna negó para sí y se puso de pie con una sonrisa.

— Está bien. — admitió.— Tú ganas esta vez.

— Y mañana veremos quién ganará la última prueba. — agregó el humano.— Quizá debería volver al catre. Va a ser muy divertido, estoy seguro. Formáis un buen equipo vosotros cinco. No espero menos de los Navegantes de la Tormenta, ¿eh? Más os vale darlo todo.

— Lo mismo os digo. A ver si ahora consigo dormir.

— Déjate la ventana abierta. — le sugirió.— Creo recordar que no os encontráis lejos del mar. A ver si te llega el sonido de las olas. Es una estupidez, pero lo mismo te ayuda.

— Lo intentaré. Tengo curiosidad por ver qué sale.

— Entonces no te cortes y déjale rienda suelta a la curiosidad.

Se llevó una mano a la cabeza, aun algo dolorido por la resaca de aquella noche y le dedicó una última sonrisa antes de darse la vuelta para irse.

— ¡Descansa! ¡Buena suerte mañana a ti y a tu equipo! La necesitaréis~~

Y, tras guiñarle un ojo, alzó una mano para despedirse y empezó a alejarse en dirección a las casas que se veían en el fondo.

Para cuando la silueta de su rival empezaba a difuminarse, un bostezo asomó al rostro de la bailarina. Se llevó una mano para esconderlo y entonces supo que era hora de regresar.

Si aquel era un sueño, era el más lúcido que había tenido nunca. Bajó la vista al anillo que lucía en su mano derecha y esbozó una pequeña sonrisa como la que la minúscula banda de oro lucía bajo relieve en un lateral junto al granate que engarzaba en el centro.

— Ojalá pudiera compartir todo esto contigo. — murmuró para sí.— Pero este mundo es tan grande... Es mucho más grande de lo que me contaste. O quizá fui muy inocente para imaginarme la envergadura que tenía todo esto.

Cerró los ojos y sin dejar de jugar con el anillo, empezó a caminar hacia la calle por la que había venido.

— Pero, pase lo que pase, esta vez te encontraré yo a ti... maestro. No te defraudaré.

Y tras alzar por última vez sus ojos de cristal al cielo, la figura felina se fundió con las sombras de las primeras casas y desapareció silenciosamente de la vista.


Continuará...

Historias de una tabaxiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora