Introducción: parte II

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Fanfic song: "Say Something" by A Great Big World

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[Principios de invierno de 2941 T.E., final alternativo a la Batalla de los Cinco Ejércitos. Todos los acontecimientos citados en la intro ocurren al mismo tiempo, con posibles salvedades que se especificaran]

~Dos días tras la Batalla de los Cinco Ejércitos~

Amanecer, en algún lugar de Mirkwood...

"¿Todo ha terminado?" -eso se preguntaba mientras miraba al horizonte, allá donde se fundían el cielo y la tierra, por donde el Sol empezaría a salir para dar paso al nuevo día. Desde los balcones naturales en los árboles más altos del palacio se podía vislumbrar el Bosque Negro en su esplendor pero no se contemplaba toda su extensión, pues llegaba más allá a donde la vista lograba alcanzar. Aún así, la panorámica era estupenda y la sensación que se percibía era gratificante y completa, pero en esos momentos el monarca sindar no se hallaba satisfecho, pues sentía que algo le faltaba, algo que le pertenecía y que anhelaba recuperar fervientemente.

"Aún queda mucho por hacer..."

Allí, en la soledad de las alturas, vio como la estrella solar mostraba sus primeros rayos de luz, iluminando todo lo que se hallaba a su alrededor, sin llegar a cegarle pues sus ojos ya estaban acostumbrados a muchos amaneceres. El viento soplaba suave del norte y mecía sus cabellos finos y platinos. Pensó en todo lo ocurrido no muy lejos de donde se encontraba, un par de días antes. Pensó en el viaje a Erebor tras la noticia de la muerte de Smaug y la improvisada "reunión" que se dio lugar en Valle, pensó en la batalla posterior y en todas las bajas que esta había causado, tanto en su ejército de elfos como en los enanos y los humanos.

"Todo por culpa de un grupo de enanos tozudos que se empeñaron en adentrarse en su dichosa montaña para recuperarla de las garras del dragón, sin pensar en las consecuencias que eso acarrearía y luego ni siquiera se dignaron a repartir el tesoro que allí descansa" -frunció el ceño sin darse cuenta cuando aquellos pensamientos pasaron por su mente. Se sentía desdichado, pues no sólo había tenido bajas considerables en su ejército, sino que además había perdido a tres seres que eran importantes para él.

El primero su querido alce, que se fue para siempre de su lado en la batalla de la forma menos deseada. Tantas expediciones y periplos vivieron juntos, siempre estuvo con él, hasta el final, y nunca le falló.

Otro a quien también echaba de menos era su hijo, con el que tuvo una triste y breve despedida, pues aunque sabía que seguía vivo tenía la sensación de haberle perdido para siempre. Lo último que le dijo ante su precipitada decisión de abandonar el reino fue que fuese en busca de cierto montaraz, con el que tenía la certeza de que le iría bien. Tenía bien claro que su hijo se valía por sí mismo pero ese adiós le dolió y mucho, no hizo nada para hacerle cambiar de opinión al respecto en parte creía que sería mejor así y tampoco se arrepentía de ello. Algún día regresaría.

Y por último aunque no menos importante, sentía una desdicha en su interior por el distanciamiento de cierta persona a la que admiraba y apreciaba pero que nunca dejaba que se le notase el apego. Era alguien a quien había criado como de su propia familia, a pesar de que no hubiese relación sanguínea, y por la que sentía algo a lo que se le podría considerar cariño. Tauriel, su capitana de la guardia, había hecho mucho por él y por el bienestar del reino, siempre preocupándose por todo y todos, encargándose de que todo fuese correcto, acatando las órdenes sin vacilar y dirigiendo las tropas como una auténtica líder. Esa elfa pelirroja atrevida, capaz de enfrentarse a una manada de orcos o bestias inmundas ella sola sin el más mínimo reparo ni duda a la hora de actuar, ya no estaba con él. Tras condenarla al destierro por desobediencia y por su atrevimiento y amenaza durante la batalla poniéndole en evidencia, no tuvo el coraje ni la humildad suficientes para perdonarla y permitir que regresase. Era demasiado orgulloso para eso, algo que en aquel momento maldecía, y además estaba el hecho de que ella había entregado su corazón a aquel enano, cosa que no acababa de aceptar del todo pues le resultaba exasperante y degradante para su especie, pero que finalmente comprobó que era algo demasiado fuerte como para oponerse, así que la dejó ir sin más, no entendía muy bien por qué, y dudaba de si algún día volvería a verla pues puede que ni siquiera le perdonase. No iba a negar que le molestaba perderla, era una guerrera excepcional, ¡era su capitana!, pero desgraciadamente para el rey elfo el destino quiso bifurcar sus caminos y no sabía si en el futuro tal vez se volvieran a juntar.

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