•4: Marcelo•

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Había pasado un tiempo de todo eso ya. Les dieron vacaciones antes de que empiece la temporada, y Luis decidió irse a Río de Janeiro a pesar de que ese lugar le trajera malos recuerdos. Utilizaba la camiseta de Marcelo, y así fue que se lo cruzó:

Estaba en la playa acostado, mirando el agua, hasta que vio que una pelota venía hacia él. La paró sin levantarse, y cuando lo hizo para devolverla, vio a un brasilero que corría hacia él para buscar la pelota.

—Gracias... —El brasilero se quedó callado al darse cuenta de quién era—. ¿Luis?

—Marcelo —susurró Advíncula al darse cuenta de quién era él—. H-hola —le susurró.

—Conservaste mi camiseta —sonrió Marcelo, y lo abrazó. De la nada, sin preguntar.

Luis le correspondió sorprendido. Se quedaron así unos minutos, hasta que escucharon la voz de uno de los hijos de Marcelo:

—¡Papá, la pelota!

—¡Ya voy, Enzo! —le devolvió el grito Marcelo. Agarró la pelota y la acomodó, mientras él se ponía para patear como lo hacía en los tiros libres. Pateó, y sin necesidad de mirar ambos adultos supieron que había llegado a su destino—. ¿Querés venir a jugar con nosotros? —le preguntó al peruano.

—¿Qué? ¿Yo?

—Sí, vos —respondió Marcelo.

—Bueno —respondió Advíncula. El brasilero sonrió y lo guió hacia donde estaban sus hijos, quienes habían ido a visitarlo.

—Chicos —los llamó Marcelo, y sus dos hijos se acercaron—. Él es Luis Advíncula —presentó al peruano—. Luis, ellos son mis hijos, Enzo y Levi.

—Hola —saludó con timidez Levi, y Luis le devolvió el saludo con una pequeña sonrisa.

—¿Al que le ganaste la final en el Maracaná? —dijo Enzo, con un pequeño tono burlón.

—Basta, Enzo. ¿Qué parte de "no te burles", no entendés? —lo retó Marcelo.

—No importa —le susurró Advíncula.

—Sí, importa —retrucó Marcelo.

—Perdón —gruñó Enzo intentando quitarle la pelota a su papá, quien se lo impidió.

Levi miraba a su hermano y a su padre un poco alejado de ambos. Que ninguno de ellos notara sus problemas de autoestima no significara que no los tuviera: solamente se sentía seguro en una cancha de fútbol, y a veces ni siquiera allí.

—Sé que no me conocés —le dijo Luis en un susurro, acercándose—, pero... ¿qué te pasa?

—¿Se nota mucho que me pasa algo? —le preguntó Levi.

—No lo sé, pero yo lo noté —le respondió Luis.

—Siento que... —empezó el chico, y de repente se detuvo—. ¿No le vas a contar a mi papá, no?

—No —negó Luis—. Sólo quiero saber qué te pasa, nada más.

—Mmm... Debe ser una boludez, pero... —Levi suspiró—, siento que no soy tan bueno con la pelota como mi papá y mi hermano. Y sumado a que las pocas veces que jugamos juntos juegan entre ellos, eso no ayuda. Todo el mundo sabe de quién soy hijo, y si bien vivo a la sombra de mi hermano, también esperan grandes cosas de mí. Es mucha presión, ¿sabés? Y no creo poder cumplirlo... —Al menor de los hijos de Marcelo le temblaba la voz al terminar de hablar.

Luis se mordió el labio, mientras acariciaba con cuidado el cabello del menor. Se notaba mucho la diferencia entre ambos hermanos, se notaba de inmediato que Levi no era tan burlón y no se la creía tanto como Enzo, entre otras cosas.

—Luis —lo llamó Marcelo, y le pasó la pelota. El peruano hizo algunos jueguitos y se la pasó a Levi, quien la cabeceó y dominó.

—Demostrá que sos mejor, demostrate a vos mismo que sos bueno —le susurró Advíncula.

Levi asintió con disimulo mientras empezaba a hacer algunos trucos, en principio sencillos para no equivocarse y pasar vergüenza. A medida que agarraba confianza los complicaba un poco más.

—Agh, ya está presumiendo —se quejó Enzo, rodando los ojos.

—Vos hacés lo mismo —le recordó su padre.

Enzo lo miró mal y siguió diciendo cosas de su hermano. Éste intentaba no escucharlo, intentaba escuchar, en su lugar, los susurros de aliento de Advíncula, los cuales no escuchaba hacia mucho por parte de nadie.

—Dejá de presumir y de creerte mejor que yo, Levi —le dijo Enzo con toda la burla del mundo.

Y eso, cosas como esas, eran las cosas que Levi todavía no conseguía aguantar. Se le nubló la vista por las lágrimas que estaba aguantando, y perdió la concentración dejando caer la pelota como consecuencia. Al único que miró antes de salir corriendo, fue a Luis, sólo para susurrarle un "perdón", moviendo los labios sin decir palabra.

—¡Levi! —lo llamó a los gritos su padre,  pero el chico simplemente siguió corriendo entre lágrimas.

—¿Puedo ir a buscarlo? —le preguntó tímidamente Luis al brasilero.

—Sí. Los vi hablando, no sé qué se estaban diciendo pero andá, creo que te agarró confianza —le dijo Marcelo, y el 17 siguió al niño.

4 de noviembre (o cómo Advíncula se enamoró de Marcelo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora