¡Por merlien que paso!

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POV Harry

Estaba en mi cuarto año en Hogwarts, y a pesar de lo emocionante que podría haber sido, no todo era tan feliz como me gustaría. Algo increíble había sucedido, algo que nunca pensé que pasaría: mi tía Petunia, la misma mujer que me había tratado como una carga durante años, me estaba ayudando a escondidas de mi tío Vernon. Desde que era pequeño, ella me había enseñado a vivir bajo las sombras, a ser invisible para evitar el desprecio de "el cara dura", como ella solía llamarlo cuando no estaba él presente. Nunca me había causado tanta gracia como ahora, sabiendo que detrás de esa máscara cruel había alguien que, en secreto, se preocupaba por mí.

Pero había algo que me inquietaba profundamente: el silencio de mis amigos. No había recibido ni una sola carta desde que comenzó el verano. Nada de Ron, ni de Hermione. Era extraño. Muy extraño. Ellos siempre me escribían. La ausencia de noticias me ponía nervioso, una sospecha persistente rondaba mi mente, pero no podía poner el dedo sobre qué podría estar mal.

—¡Harry, baja ya! —la voz de mi tía Petunia resonó desde la planta baja. Era la voz que utilizaba cuando Vernon no estaba cerca, suave y casi cariñosa. Aunque siempre había tenido una relación fría con ella, en ese momento la veía más como una hermana mayor que como la tía distante de mi infancia—. ¡Si no bajas pronto, te quedas sin pay de limón y sin té de orquídeas! —agregó, con un tono juguetón que casi sonaba irreal.

—Sì zia, anch'io ti amo —respondí en italiano, un idioma que mi tía me había enseñado cuando era pequeño. Me dijo que uno de mis padres tenía raíces italianas, aunque nunca aclaró si era Lily o James. Siempre me pareció raro que nunca habláramos más de ello, como si hubiera algo más que no me estaba diciendo.

—¡Date prisa, mi muñeco de porcelana! —gritó desde abajo, con esa felicidad que me era tan extraña y desconocida en ella.

Mientras bajaba las escaleras, me preguntaba qué estaba ocurriendo. ¿Nos íbamos a mudar? El nerviosismo comenzó a instalarse en mi estómago, pero al llegar al pie de la escalera, todo cambió de golpe. Frente a mí estaba mi tía con una varita en la mano. Y a sus pies, Vernon y Dudley yacían inconscientes en el suelo.

—¿Nani? ¿Desde cuándo tienes una varita? —pregunté, mi voz entre sorprendida y preocupada—. ¿Y por qué el cara dura y mini cara dura están en el suelo?

Mi tía, con una sonrisa enigmática, apenas abrió la boca para responderme, cuando de repente escuché un grito desgarrador que me hizo saltar. Parpadeé rápidamente y desperté. Todo había sido un sueño. Un sueño demasiado vívido.

—¡Harry, baja de una vez, mocoso! —escuché la áspera voz de Vernon Dursley desde el piso inferior, su tono cargado de ira y desprecio—. ¡Eres una basura! ¡Baja antes de que suba yo a sacarte a rastras!

El odio me consumió de golpe. No podía soportarlo más. Había aguantado años de su abuso, de su desprecio, y en ese instante, algo dentro de mí se rompió.

—¡No soy yo el que es una basura, eres tú! —grité con todo el enfado acumulado de esos años. Lo último que recuerdo fue ver a Vernon derrumbarse al suelo, inconsciente. Mi tía Petunia y Dudley también habían caído. Pero, en medio de la confusión, algo captó mi atención: una carta.

No era cualquier carta. Era una carta especial, diferente a cualquiera que hubiese visto antes. La recogí con manos temblorosas y me quedé mirando el sello, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba. ¿De quién era? Con cuidado, abrí el sobre y comencé a leer. La carta decía que era de mi padre. De James Potter. ¿Pero cómo? Él estaba muerto. Todos me habían dicho que él había muerto hace años, sacrificándose por mí. ¿Cómo podía recibir una carta suya ahora?

Dentro del sobre también había algo más: un diario. Un diario que, al abrirlo, descubrí que pertenecía a mi padre. Mis manos temblaban mientras lo sostenía. Todo en lo que había creído hasta ese momento comenzaba a desmoronarse.

—¿Por qué tienen esto? —grité, mirando los cuerpos inconscientes de los Dursley—. ¡Está muerto! ¡Todo ha sido una mentira! ¿Me han estado engañando todo este tiempo? ¿Por qué? ¿Qué querían lograr manteniéndome aquí?

La carta decía que si no confiaba en lo que leía, debía ir a Gringotts y pedir una prueba de herencia. Mi mente se inundaba de preguntas, de dudas, de rabia. No podía quedarme ahí. No con ellos. No después de todo lo que había descubierto.

Con determinación, recogí mis cosas y las metí en un baúl que, gracias a un hechizo que había aprendido en Hogwarts, encogí lo suficiente como para que cupiera en mi bolsillo. Me acerqué a mi tía Petunia, que seguía inconsciente, y la coloqué cuidadosamente en el sofá. No podía dejarla allí con Vernon. Aunque estaba enojado con ella, sabía que me había ayudado en secreto. Merecía algo mejor.

Con esfuerzo, la cargué hasta la casa de Sara, una vieja amiga de mi tía, a quien sabía que podía confiarle su cuidado.

—Por favor, cuídala —le pedí a Sara, al borde del llanto—. Mi tío le hizo daño, y no puedo quedarme con ella. Tú sabes por qué, pero te ruego que la protejas.

Sara, conmovida, me prometió que lo haría. Me pidió que al menos le escribiera dos veces a la semana para mantenerla informada, y acepté.

—Gracias, Sara —le dije antes de despedirme, abrazándola brevemente—. Cuidaré de ella.

Sin mirar atrás, salí corriendo hacia el Callejón Diagon. Sabía que debía llegar a Gringotts. La verdad me esperaba allí, y no podía esperar más para descubrirla. Entré al banco con pasos decididos, aunque el nerviosismo me oprimía el pecho.

—Disculpe, ¿podría hablar con alguien para solicitar una prueba de herencia? —le pregunté educadamente a uno de los duendes en el mostrador, sorprendiéndolo con mi cortesía. No era frecuente que un mago tratara a los duendes con tanto respeto.

El duende, tras mirarme con curiosidad, me indicó que lo siguiera. Me llevó a una sala de piedra, rústica pero con un aire moderno, iluminada por lámparas flotantes que proyectaban sombras en las paredes.

—Tú debes de ser Harry Potter —dijo otro duende cuando entré. Su voz era severa, pero no hostil—. He oído que deseas realizar una prueba de herencia. ¿Es cierto?

—Sí —asentí con la cabeza, mi voz temblando ligeramente—. Pero, por favor, solo llámame Harry.

El duende asintió con una pequeña sonrisa, algo raro en su especie.

—Mi nombre es Saraí —me dijo, mientras otro duende, que se presentó como Scully, entraba en la sala. Me senté frente a ellos, y Scully me explicó el proceso. Me pincharon el dedo, dejando caer unas gotas de sangre sobre un pergamino que comenzó a llenarse de letras en un idioma antiguo. Me quedé sin aliento cuando vi los resultados.

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**Prueba de Herencia**
**Nombre:** Harrison Vittorio Potter Evans (ilegalmente)
**Padres:** James William Potter Evans / Doncel
**Lily Potter Evans**
**Sangre:** Pura
**Padrino:** Sirius Orion Black
**Madrina:** Nymphadora Tonks
**Criaturas:** Bloqueado al 98% (por Albus Dumbledore)
**Magia:** Bloqueada al 60% (por Samuel Dumbledore)
**Animago:** Bloqueado al 100%
**Parcel:** Bloqueado al 78%

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Al leer aquello, la rabia que había intentado contener explotó dentro de mí. Las cosas en la sala comenzaron a flotar, a romperse. No podía controlarlo.

—Lo siento mucho —dije, intentando mantener la compostura—. No quería causar este caos, de verdad...

—No te preocupes, Harry —me dijo Saraí con una sonrisa tranquilizadora—. Sabemos que no lo hiciste a propósito. ¿Te gustaría que te ayudáramos a realizar un ritual para liberar esos bloqueos?

—Sí —respondí sin dudarlo—. No quiero más hechizos sobre mí que no sean míos.

Con el corazón acelerado, seguí a Saraí y a Scully, listo para enfrentar lo que vendría. A partir de ese momento, mi vida cambiaría para siempre.

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Continuar

Lo dejo aquí ya que me tengo que dormí bay los quiero
(Intente mejorar lo más que pude y lo siento por estar perdida)

Una Dulce verdadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora