La ciudad pasaba justo frente a sus ojos; no pudo evitar pensar que el autobús estaba muy cuidado, o al menos más que de costumbre. Apretó su mochila entre sus dedos. La visión de los locales, casas y personas quedándose atrás la llenaba de un sabor agridulce.
—Raquel —escuchó la voz de su novio llamarle. Despegó su vista de la ventana, y le miró a la cara; extrañamente, su cara, aunque familiar, parecía vacía.
—¿Qué pasó?
—¿Le dijiste a tu mamá que íbamos al cine?
La pregunta le sorprendió.
—No, ¿por qué?
Una sonrisa invisible se formó en la cara sin forma del aparente muchacho.
—Porque vamos a un cine para adultos. No le vayas a decir.
Raquel accedió, claro; ¿cómo siquiera pensar en decirle a su madre que se dirigían a un cine para adultos? Sería más que obvio que se trataba de uno de esta índole, porque ningún cine convencional abría a esas altas horas de la madrugada. No, era algo impensable.
Tiempo blanco pasó hasta que llegaron al frente de lo que parecía ser un local común, pero al entrar el ambiente cambiaba por completo. Aunque no tan oscuro como en la calle, las pocas sillas en medio de una amplia sala sólo eran iluminadas por la tenue luz negra que venía del proyector. Imágenes aleatorias danzaban sobre una lona blanca, especial para esa casi improvisada sala de cine, y las pocas personas que se encontraban en sus lugares no parecían tener alguna reacción aparente ante estas. Sólo estaban sentadas, a veces conversando, o simplemente quietas; casi aburridas.
Raquel y su supuesto novio se sentaron en la última fila de los asientos. Estos ni siquiera estaban fijos al piso, pero eran bastante cómodos, afelpados en donde debían de estarlo. El típico intro del «5, 4, 3, 2, 1, 0» presentó a la película, mientras todos se ponían súbitamente atentos. Raquel tragó saliva; de repente, se sintió intimidada.
La pantalla se puso negra por un segundo, en el que todo lo demás fue tragado por una obscuridad voraz. La chica se sujetó el vestido que traía; casi se lamentó de haberse esforzado tanto en escoger un atuendo que remarcara sus pocas curvas, para terminar en un cine para adultos que ni siquiera era un cine.
Y entonces, las imágenes volvieron a proyectarse. Lo primero que Raquel alcanzó a ver fue la fugaz escena de una mujer atada de brazos y piernas, con los ojos vendados. Fue rápido, pero demasiado lúcida como para ser aguantada por mucho tiempo. Su cabello rubio estaba atado atrás de su cabeza, y sus ropas casi por completo desaparecidas (exceptuando su blusa de mangas rojas). Para colmo, el metraje tenía un aire «antiguo» que le daba un toque siniestro.
No quiso averiguar más acerca del filme; no quería exponerse a ver una porno bizarra de los ochenta, así que decidió levantarse de su asiento. Al recibir una interrogante del muchacho al que se suponía debía acompañar, ella sólo le dio una excusa.
—Voy a fumar.
Y caminó hacia afuera. «Sí claro. Fumar», pensó. Ella en su vida había tocado un cigarro.
Llegó hasta otra salida del local, la cual adivinó era la salida trasera. Se recargó contra el marco de la puerta, pensando que desde ese punto era invisible. Su lindo vestido se mancharía si se quedaba ahí, y quien sabe si los dobleces del metal que enmarcaba la salida estuviesen engrasados o algo, pero al final no le importó. La cita había salido horriblemente mal... había esperado por lo menos unos besos, o siquiera sujetarse de las manos, no estar en un lugar tan sórdido a estas horas. Si su madre se llegaba a enterar, quién sabe lo que le haría como castigo...
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Sueños.
HumorEste apartado, como bien lo dice el nombre, se conforma de puros sueños; es por eso que aviso a los lectores de su alto nivel de incongruencias y cambios súbitos en el «argumento». Son cuentos, pero todos siguen al pie de la letra lo que pasó por mi...