La luz que entraba por las dos ventanas era grisácea, casi tan brillante como seguro se encontraría el cielo. El ambiente nublado era casi tangible; sin embargo, el calor asfixiante era aún abrasador.
La música retumbaba entre sus oídos; gritos que exclamaba vulgaridades inentendibles hacían una caótica mezcla junto a las guitarras violentas y la batería que parecía estar a punto de explotar. El humo hacía que sus ojos llorasen, pero no sentía la irritación. Prácticamente no podía sentir nada. El dexometrorfano y el ambroxol comenzaban a comerse su cerebro, dejándole flotando en un limbo morfinómano que tenía como secuelas un leve escozor en su cuello, cara y pies. El calor se apoderaba poco a poco de su piel reseca. Sabía que comenzaba a intoxicarse.
Las risas pronto se hicieron presentes. No sólo en Raquel; Anel y Catrina bromeaban juntas, mientras la chica con la bata de hospital sólo se quedaba mirando a la pared azul. El muchacho que las acompañaba a todas ellas, quien ostentaba un suéter ocre con franjas rojas, se reía más suavemente. Tenía toda la pinta de dárselas de galán.
Raquel les había invitado a su hogar a pedido de Anel; ella y su amiga, quien no había pronunciado una sola palabra y obviamente había sido interna del hospital psiquiátrico cercano, se encontraron con Raquel en la calle. Anel le pidió acogerlas. Por supuesto, ella no se negó.
Nunca supo de dónde había salido el muchacho; él sólo apareció en su hogar, al igual que Catrina. Ambos tonteaban y se coqueteaban entre sí, mientras Anel tomaba fotografías de la escena. Raquel ya no reía tan fuerte, Anel se mantenía con la misma sonrisa de siempre, y la chica de la bata sólo miraba a la pared, quietísima como si fuese un cojín más. Catrina y el muchacho comenzaron a desvestirse.
Raquel no supo qué estaban fumando; no sabía si estaban fumando o si era la casa en llamas la que provocaba ese molesto humo, denso y gris como el cielo. Sea cual sea la razón, tampoco le interesaba. Estaba triste, pero a la vez sentía un peso eufórico en la boca de su estómago; temblaba. Sus labios esbozaron una mueca, mientras ella proseguía también a desvestirse, siendo impulsada por los gritos eufóricos de Anel; los flashes revoloteaban al rededor del chico y Catrina, besándose envueltos en un caos toxicómano. Raquel no quería quedarse atrás.
Pronto, el ambiente se llenó del característico aroma a sexo; esto, mezclado con olores de ciertas linfas corporales que se mezclaban en sus cabezas como si de un caldo repugnante se tratase. Era denso, como el líquido preseminal del muchacho que ahora se mezclaba entre las lenguas de las dos chicas que antes se habían despojado de sus ropas. Él ni siquiera se había dignado a bajarse por completo sus pantalones.
Raquel, sin embargo, no se sentía excitada; no se sentía ni siquiera emocionada por saborear la saliva de su amiga en su boca, y por lo vulgar de la situación. Escuchó cómo Anel trataba de incitar a su amiga de la bata a unírseles, pero esta jamás hizo nada, ni soltó algún sonido; sólo se quedó sentada, observando a las dos mujeres hacerle una mamada a un desconocido.
Comenzaba a desesperarse. No sabía si Catrina lo estaba disfrutando o no, pero sabía que había sido un error unirse a este trío; se sintió sucia, puta, zorra. No era como si esta sensación le fuese desconocida, pero seguía siendo igual de indeseable. El sabor salado en su boca, de repente, le hizo dudar en si era el sabor de sus líquidos seminales o si era el sabor de la suciedad. Sintió repentinas arcadas; tenía que despegarse de esa cosa lo antes posible.
Se enderezó. Catrina continuó con lo que había empezado; no paró de chupar el pene de ese chico, aún sin sentir el peso de Raquel o sin chocar momentáneamente con su frente o su nariz. Raquel se desesperaba más; detestaba esta sensación de mugre intangible sobre todo su cuerpo. Una repentina vergüenza le imploró cubrir su piel fría; el día era demasiado gris como para estar desnuda. La música demasiado alta. Los olores demasiado fuertes.
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Sueños.
HumorEste apartado, como bien lo dice el nombre, se conforma de puros sueños; es por eso que aviso a los lectores de su alto nivel de incongruencias y cambios súbitos en el «argumento». Son cuentos, pero todos siguen al pie de la letra lo que pasó por mi...