El testigo del crimen imperfecto

Prólogo

—Señor, ten piedad.

—Señor, ten piedad —respondieron.

—Cristo, ten piedad —dijo.

—Cristo, ten piedad.

—Señor, ten piedad.

—Señor, ten piedad —respondieron finalizando el cántico.

Volvió a su visión de la realidad en la penumbra de la noche mientras el ahogo del corazón lo sacudía violentamente sin cesar. Los pasos cada vez le pesaban más en cada zancada que intentaba acelerar para que sus peores pesadillas no se pudiesen cumplir. Chocó contra un par de contenedores de basuras en la estrechez de un callejón que no le permitía apenas articular movimiento alguno.

—Dios todopoderoso perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna...

La compasión de Dios, muchas veces, es difícil de encontrar en la oscuridad de la noche cuando alguien más lo necesita. Nos replanteamos cientos y cientos de teorías sobre qué habrá más allá de la creación, sobrepasando un Big Bang, centrándonos usualmente en el «quién» de todo lo que a día de hoy conocemos. Alguien que nos creó a su imagen y semejanza para entablar una serie de experiencias que iremos adquiriendo en nuestras vidas.

A veces hasta el propio Dios nos tiene preparado un camino con un final diferente en nuestra vida.

A veces, ese camino deriva a un callejón sin salida y ves un recuerdo de tu pasado acabar con tu alma de la manera más fugaz posible.

A veces, aun estando en el oficio de ser el mensajero de Dios en la tierra y de transmitir su palabra, no puedes librarte de ese purgatorio que tarde o temprano habrá acabado contigo.

El Infierno es algo difícil de expresar y de poder concienciar a las personas de su existencia en nuestra sociedad a día de hoy. Pero sabes que lo vives de primera mano cuando eres testigo de que ya nada puedes hacer, cuando ese propio callejón se queda sin salida sin tú acordarte debido al ímpetu de huir.

Caes, intentas levantarte, pero sabes que ya no hay marcha atrás.

Únicamente te queda la alternativa de cerrar los ojos y que sea lo más instantáneo posible para dormir en la esperanza de una resurrección.

—Piedad, señor. Por favor.

—Dios perdona, yo no.

Y el verbo se hizo sangre y habitó entre los muertos.