3. El crimen de las décadas

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Los invitados se miraron unos a otros. Algunos estaban ya echándole el ojo a alguna señorita que se encontraba en la sala, otros seguían fumando un ligero cigarrillo con una postura de manos un tanto cursi. Nadie sabía cómo actuar en la situación en la que se encontraban, hasta que de repente, una chica rubia con unas preciosas joyas pesadas que adornaban su cuello, dijo:

—Me llamo Diecisiete —dijo la chica, mientras miraba detalladamente a cada uno de los asistentes que se encontraban rodeándola—, y creo que todos estamos aquí buscando y añorando lo mismo... ¿no es así?

—Supongo que sí, Diecisiete. He venido a ganar, no a hacer amigos ni a cenar con los que, lógicamente, son mis rivales.

—Llevas totalmente la razón —dijo otra mujer, con un físico muy admirable: pelo corto negro y unas hermosas pecas que adornaban su morena piel.

—Antes de dar comienzo a esta exquisita cena —dijo Moisés, apartando la vista de todos para sacar una pequeña lista que llevaba guardada en su bolsillo—, me gustaría pasar lista, y así nos aseguramos de que estamos todos.

Acto seguido, introdujo su mano en el interior de su chaqueta, extrayendo un pequeño papel un poco arrugado repleto de nombres y números:

Diecisiete: Carmen.

Ocho: Ricardo.

Diez: Rebeca.

Sesenta y seis: Pamela.

Veinticuatro: Julen.

Treinta: Inés.

Catorce: Jaime.

Doce: Gala.

Tres: Aimar.

Diecinueve: Jorge.

Veintiséis: Álvaro.

Veintinueve: Moisés.

Empezó a mirar a cada uno de los invitados para, a continuación, decirles el número que tenían cada uno para que no hubiera confusión alguna.

—Entonces, está todo claro. Recordad que debéis de referiros a mí como Veintinueve. ¿Alguna duda?

—Claro que sí, capullo: qué debemos de hacer para poder ganar toda tu herencia de mierda. Llevamos aquí como quince minutos y solo he escuchado hablar de números en cada uno de nosotros, pero los verdaderos números que quiero oír realmente son los que tienes metidos en el banco —dijo una voz masculina, pero para la sorpresa de Moisés, ya sabía que se trataba de catorce.

—Catorce, creo que esa no es la manera más prudente ni respetable de dirigirte a mí, a veintinueve. Todavía no he explicado las reglas del juego.

—¿Enserio he venido desde el País Vasco para tener que ponerme a jugar al Cluedo con un vejestorio y once desconocidos mientras cenamos? —dijo tres, para acto seguido, servirse un poco de la sopa que había en la mesa.

—Es algo mejor que el Cluedo, querido Tres —dijo Moisés, para acto seguido, levantarse de la mesa y empezar a caminar lentamente por los respaldos de las sillas que habían a lo largo de aquella inmensa mesa. Acariciaba la parte superior de las sillas con cada uno de sus dedos. Rozándolas. Sintiendo la adrenalina que le quemaba por dentro. Sintiéndose más vivo que nunca.

—Suéltelo de una vez —dijo otra chica diferente. Se trataba de treinta. Y estaba deseosa y llena de euforia por saber cómo demonios ganar todo el dinero que aquel loco y extraño hombre debería de tener en su cuenta bancaria.

—Uno de vosotros debe de matarme, quien lo consiga, no deberá de preocuparse por asuntos económicos el resto de su vida.

El silencio inundó toda la casa. Algunos se atragantaron con el vino que bebían, otros clavaban la mirada en la nuca de aquel viejo chiflado que se encontraba de espaldas.

El testigo del crimen imperfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora