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Gulf lo seguía de cerca. Casi lo rozaba con cada paso que daba. Pero no se atrevía a mirarlo. Y cada vez que Mew se giraba para decirle algo, Gulf bajaba la cabeza simulando ver algo en el suelo mojado.

Gulf era consciente de que Mew le hablaba, le contaba cosas, le hacía preguntas, pero el miedo no le permitía decir nada.

No era el miedo a la oscuridad, la linterna de Mew y los pequeños destellos que las paredes de roca desprendían a cada paso cortaban la oscuridad densa, haciendo un poco más fácil avanzar.

No era el miedo al encierro. Si bien se le complicaba respirar, Gulf, siguiendo las instrucciones de Mew, mantenía una respiración normal y controlada.

No era el miedo a que no pudieran salir, por alguna razón Gulf le había creído a Mew cuando éste lo miró a los ojos, serio y le prometió que lo sacaría de allí ... pronto ...

No era miedo a ninguna de aquellas cosas ... Era un miedo intenso, profundo, que dolía tanto que hasta lo hacía llorar. Era miedo a que aquel jovencito que ahora lo tomaba de la mano para ayudarlo a cruzar por una abertura estrecha y empinada, lo abandonara allí mismo, en la oscuridad y en el agua que subía despacio pero constante, cuando lo supiera ...

Gulf sentía, porque se lo habían enseñado, que no valía nada, ... que no era igual a otros ,... que su diferencia era un error, un error imperdonable, una mala elección. Le habían enseñado a Gulf que era menos que cualquiera, que no merecía nada, que no merecía ser amado, que no merecía ser salvado.

Gulf pensaba, desde el primer minuto de encierro, que nadie vendría por él.

Mew hizo otra pregunta. Gulf siguió sin responder. Entonces Mew se frenó de repente. Se dio vuelta de improviso, pegándose a un Gulf que venía mirando el suelo.

— Mírame ...— susurró Mew.

Gulf parpadeó nervioso. Se moría por clavar sus ojos en aquellos ojos que había percibido tan brillantes y tan hermosos, pero no lo hizo. Entonces Mew tomó con suavidad su rostro y lo obligó a que lo mirara.

— Saldremos de aquí ... Te lo prometo ... Sé que ya nos están buscando ...

— Te están buscando a ti ...— balbuceó Gulf con apenas un hilo de voz.

— A los dos ...

Gulf comenzó a llorar y entre lágrimas habló rápido, atropellado, con una voz que temblaba de un intenso miedo.

— En mi cumpleaños número once, mis compañeros de colegio se enteraron de ... cómo soy ... y para curarme me tiraron a un viejo pozo de agua abandonado. Estuve allí un día completo. Nadie vino por mí. Acabé saliendo solo. Con una pierna quebrada y un golpe en la cabeza que me dejó casi ciego por dos días. Mis compañeros dijeron que había sido un accidente y mis padres dijeron que seguramente yo había hecho algo malo, ... que me lo merecía. No vendrán por mí ... porque soy gay ... soy un enfermo al que no vale la pena salvar ... y yo ...

Pero Gulf ya no pudo seguir hablando porque Mew lo había empujado hacia la pared de roca y ahora lo besaba con una intensidad que hizo que todo su cuerpo vibrara. Era un beso encendido, desesperado, como si fuera el último. Y Gulf también lo besó, sintiendo que no importaba que fuera su último beso– además de ser el primero– porque ya no importaba si tenía que morir allí, entre aquellos brazos fuertes que ahora lo envolvían, haciéndolo estremecer. Podía morir allí, en medio de un beso de amor; podía morir allí, estaba listo, porque por primera vez en su vida dejó de sentir miedo y dejó de sentirse sucio.

Valía la pena morir así ...

THAM LUANGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora