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El tiempo en el corazón de Tham Luang parecía correr diferente. Discurría como si las leyes físicas no existieran. La oscuridad, sólo era interrumpida por las vetas brillantes y minúsculas de algunas paredes. Y como no había luz natural, la percepción del tiempo se perdía.

Pero aún cuando no podían ver casi nada, Mew y Gulf, siempre tomados de la mano, siempre avanzando juntos por pasillos interminables, cámaras estrechas, agua turbia, fría y enlodada, ascendiendo a un ritmo lento dificultoso, no se detenían. Salvo para reponerse un poco del cansancio, respirar con calma y beber un poco de agua que filtraba por las paredes para calmar el hambre.

Mew y Gulf no podían ver casi nada. Pero sí podían oír. Y a medida que las horas pasaban, los sonidos se hacían más fuertes, más intensos y más perturbadores.

Mew le había dicho a un tembloroso Gulf que nada de lo que escuchaba era real. Que no tenía nada que temer. Que esos llantos de bebés o esas risas de niños o aquellos susurros de voces femeninas que los envolvían en ecos vibrantes, sobre todo cuando dormitaban abrazados en los rincones no eran más que fruto de su hambre, de su encierro, de su miedo.

Con el paso de las horas Gulf pareció entenderlo y ya casi no se estremecía cuando al doblar por un recoveco o deslizarse con todo su cuerpo arrastrándose por una abertura pequeña y afilada oía un ladrido, un grito ... o incluso, como ahora,... su nombre.

Oír su nombre lo estremeció. Pero recordando las palabras de Mew, nada dijo y continuó avanzando, siempre pegado a él. Estaba decidido a seguirlo. Mew parecía saber a dónde iba. Le había contado que no era la primera vez que entraba allí.

La tercera vez que Gulf escuchó su nombre se pegó más a Mew y siguió avanzando, aún sin poder evitar un estremecimiento.

 —¿Has oído eso?— la voz ronca de Mew resonó en el pequeño túnel enlodado por el que iban reptando— ¡Están diciendo tu nombre ...!

Gulf se puso en alerta. Temió que Mew olvidara sus propios consejos y comenzara a creer que las voces que venían escuchando hacía ya muchas horas atrás fueran voces reales.

Gulf oyó fuerte y claro otra vez su nombre. Pero trató de no hacerle caso. Mew entonces lo obligó a detenerse. Puso su mano temblorosa sobre una pared de barro lateral y apoyó su oído tratando de concentrarse.

— Ya vienen, ... están aquí ... ¡Sabía que éste era el camino correcto!— susurró Mew con una sonrisa.

Y antes de que Gulf pudiera reaccionar a las palabras de Mew, un golpe seco se oyó retumbando y lastimando los oídos de Gulf. Al golpe, le siguió otro y luego otro más y al cabo de un minuto toda la pared de tierra mojada que se alzaba frente a él, comenzaba a desmoronarse.

Un as de luz potente, demasiado brillante, que lastimaba los ojos de Gulf lo cubrió de repente. Gulf instintivamente se cubrió parte del rostro. Aún así alcanzó a vislumbrar un par de ojos que lo miraban azorados desde el otro lado. Unos cascos y unos trajes militares fue todo lo que necesitó ver para darse cuenta de que aquella pesadilla estaba acabando.

Aturdido y siguiendo las instrucciones de dos soldados que le hablaban, se arrastró hacia el hueco de la pared y se dejó sacar por un par de manos fuertes. Apenas fue consciente de que alguien lo abrazaba Y de que otra persona lo cubría con una manta térmica. Lo sentaron en una camilla y se vio rodeado de manos y ojos que lo revisaban, que tomaban su pulso y le acercaban a la boca un líquido que lo hizo entrar en calor.

Había muchas personas junto a él pero Gulf sólo buscaba un rostro. En un impulso se paró de la camilla, alejándose de unos brazos que trataban de frenarlo. Y al repasar cada rostro una y otra vez, comenzó a temblar y con desesperación lo llamó :

—¡¿ Mew?! ¡¿ Mew?! ¿ Dónde estás, mew?

Dejando caer la frazada comenzó a correr, lleno de miedo, hacia el hueco por el que había salido, trepando por la cara de la montaña. Pero unas manos fuertes lo sujetaron justo cuando un temblor, cien veces mayor que los temblores que hasta ese momento había sentido, hicieron que unas rocas enormes y pesadas sellaran el hueco.

Gulf gritó. Sintió que más manos fuertes lo sujetaban y lo obligaban a subir de vuelta a la camilla. Cuando estuvo dentro de la ambulancia, apenas fue consciente de que un enfermero trataba de inyectarle algo en el brazo, mientras se ponían en marcha. Con una energía intempestuosa e inusual, Gulf empujó al enfermero y gritó para que la ambulancia se detuviera. Sintió una frenada brusca y de una patada abrió la puerta.

Cuando descendió, reconoció el lugar de inmediato. Estaba en la entrada principal de Tham Luang, justo debajo de la roca con forma de princesa, por donde había entrado.

 A un par de metros, unos rostros desorbitados lo miraban. Gulf reconoció al equipo completo de fútbol, todos los compañeros de Mew estaban allí. Corrió hacia ellos ignorando a las personas que lo llamaban detrás suyo.

Y apenas le faltaban un par de metros para llegar cuando vislumbró algo en el suelo a sus pies. La forma inequívoca de un cuerpo cubierto por una sábana blanca, la que sólo dejaba vislumbrar una pequeña parte de cabello oscuro, lo hizo estremecer.

Gulf corrió hacia el cuerpo y se dejó caer a sus pies. Con mano extremadamente temblorosa descorrió la sábana del rostro y ahogó un grito de dolor desgarrado.

Un rostro excesivamente pálido, frío, con los ojos cerrados hizo que Gulf temblara aterrado. Al reconocer el rostro sin vida de Mew, Gulf se derrumbó sobre él llorando.

Llanto que hizo estremecer a todos los que allí estaban y veían la escena con horror y con tristeza, mientras un nuevo temblor hacía vibrar con violencia el suelo a sus pies.

THAM LUANGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora