Capítulo 5

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Capítulo 5

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Mi mente está más ocupada.

Me he encargado de otros arreglos de la casa, doy varias tutorías al día, ayudo en la biblioteca y me encuentro con textos interesantes sobre arquitectura.

Además, he estado investigando sobre esta casa. En el registro de la propiedad, en las actas, y con algunas entrevistas a los ancianos del parque.

No fue sino hasta hace casi un siglo, que la casa fue construida por "la familia Richter". Fueron de los primeros, en aquel pueblo. No había mayor información, más que había quedado abandonada, y las autoridades la habían puesto en subasta al no encontrar a nadie más de la familia que la reclamara. Fue restaurada y vendida más o menos unas 4 veces en todos estos años, y la última persona en comprarla había sido la tía de Kanon, hace unos 10 años. Sin embargo, al poco tiempo, su esposo consiguió un buen trabajo en otro país y el lugar se quedó sin ningún habitante.

No cabe duda, que de alguna manera me he de parecer a alguien de esa familia, de la cual ya no se sabe nada. Busqué alguna fotografía o manera de ver a algún descendiente, pero parece ser que la última persona falleció sin tener hijos.

Jason no quiso tocar el tema de la última vez que estuve en su casa. Se disculpó, con la excusa de que su bisabuela ya está muy grande y tiene algunos delirios, que a veces habla y nadie le entiende.

No soy un experto, pero muchas veces los ancianos dicen o cuentan cosas de su pasado, seguramente no lo cuentan de manera lineal, o mezclan un tanto los sucesos, pero ello no quiere decir que son inventos.

Tenía una curiosidad que nacía desde mi pecho, y no podía quedarme con las miserias que había juntado.

Convencí a Jason de hablar con su abuela, pero cambiaría mi apariencia para que el suceso de la cena no volviera a ocurrir.

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–Ana fue una amiga –aquella voz era rasposa y arrastraba cada palabra, algunas costaba entenderle.

La anciana, de 92 años de edad, había accedido a hablar conmigo. No fue muy difícil, usé mis anteojos para leer, me oscurecí un poco el cabello con té negro, usé una boina y un chaleco, aparentando ser un periodista interesado en la historia del pintoresco lugar.

Me sorprendí de mis habilidades de conversación con ella, y francamente, se miraba bastante feliz de contar diferentes historias, más que todo de su niñez y juventud. No fue tan difícil llegar al punto en que hablara de Ana y la familia Richter.

–Deja de tener miedo de hablar con la gente, si sigues así, solo te traerá problemas.

Recuerdo las palabras de Kanon cuando me acompañó a un congreso de la Facultad y yo solo me quedé sentado en la mesa tomando vaso tras vaso. Ahora lo entiendo.

–En ese entonces no había muchos niños que llegaran a los 10 años. Las familias se llenaban de hijos, pero a veces morían por alguna fiebre o hasta por parásitos. Afortunadamente, de mis 8 hermanos, solamente una murió de bebé.

Genuinamente, estaba interesado en lo que me contaba. Mis abuelos solo estaban interesados en el dinero, los negocios y la buena apariencia, a decir verdad, nunca me contaron sobre sus vidas.

–Ana y yo éramos las únicas con 12 años. Nos conocimos por casualidad una vez en el mercado. Ella era muy asustadiza, y no salía mucho. Yo la llegaba a visitar a su patio trasero, y cuando escuchaba a su padre hablar, yo me esfumaba lo más rápido posible. No sabía lo que pasaba exactamente, pero entendía que muchos padres pegaban a sus hijos por cualquier cosa.

Habló sobre los cumpleaños, fechas que realmente no eran tan relevantes, ya que el nivel económico no daba lugar a grandes celebraciones. Sin embargo, a ella le hicieron un pequeño pastel en su casa, y quiso compartirlo con la niña del patio trasero, Ana. Pero cuando fue, no la encontró.

–La llegué a buscar todos los días por una semana, hasta que por accidente vi al señor.

–¿Era su padre?

–A decir verdad, nunca estuve segura. Ella nunca me dijo, pero solo lo supuse. Aunque no se parecían en nada. Ella era muy pálida, de cabellos y ojos negros, aunque su mirada era bastante melancólica, nunca podré olvidarla. Me gustaba hacerla reír.

–¿Él era moreno? ¿Era extranjero?

–No era moreno, era rubio, si parecía extranjero pero, tenía una mala actitud, y una ceja muy prominente.

Cuando dice eso, intento disimular mi gran distintivo.

–Hay un muchacho nuevo, que se parece mucho a él.

Cuando lo dijo, apretó sus manos en puños.

–Él la mató. No cabe duda... No pudo ser nada más.

Busqué la manera de tranquilizarla, de cambiar ligeramente el tema, concentrándome en la casa.

–La casa estuvo en subasta. Un amigo la compró, y aproveché a verla por dentro. Estaba intacta, habían pasado tal vez unos 30 años desde entonces, pero siempre me quedó en mi corazón la tristeza por Ana. Estaba lleno de cosas viejas, pero encontré una pequeña muñeca, así que la agarré y la guardé. Parece ser que ella no tenía muchas cosas.

Me enseñó la muñeca, la cual guardaba en un cajón con otras joyas importantes.

Cuando me la dio, sentí un choque eléctrico. Se me vinieron diferentes imágenes a la mente, y aunque no pude deducir ninguna, tampoco comprendí por qué ocurrió esto.

–Lamento mucho lo que ocurrió. Pero seguramente ella se fue a un lugar mejor.

–Eso espero, porque cuando no se le lloran ni se le rezan a los muertos, se quedan atrapados en el purgatorio.

Por un momento me quedé sin palabras, ¿acaso estaba tan segura de que esa niña había muerto? Seguramente, pero no podía indagar más y arriesgar su salud. Concluimos con su historia de amor con su esposo en el parque, y de las construcciones que le siguieron en aquel pueblo.

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Continuará

¿Seguro que es un... poltergeist?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora