5: Comienza la cacería

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"Bien, aquí estoy", pensó Reynarth, su voz interna resonando con una mezcla de determinación y duda. "Lo que esté destinado a llegar, llegará. Pero en este caso, no tengo idea de lo que sucederá". Inspiró profundamente, llenándose de aire fresco y coraje, y avanzó decidido hacia la puerta de su hogar.

El suave chirrido de la puerta al abrirse rompió el silencio. Reynarth entró lentamente en su hogar, una elegante casa de dos pisos, con un revestimiento exterior de madera pintada de un blanco inmaculado y un techo de tejas rojas. El vestíbulo de entrada, con su suelo de madera pulida y la escalera de barandilla blanca que conducía al segundo piso, estaba sumido en un silencio inquietante.

"Uno, dos, tres...", contó en voz baja, esperando que la luz se encendiera de repente y que su madre, Marianne, o su padre, Richard, aparecieran para interrogarlo. Pero nada sucedió. Todo continuó en un profundo silencio, como si la casa misma contuviera la respiración.

"¿Mamá, papá? ¿Hay alguien en casa?" Su voz resonó en el vacío, llenando el espacio con una nota de preocupación. La ausencia de respuesta hizo que la inquietud comenzara a florecer en su interior. Corrió escaleras arriba, llegando al segundo piso en un abrir y cerrar de ojos. Su corazón latía con fuerza mientras revisaba cada habitación en busca de sus padres. El dormitorio principal, con su cama king size y sus cortinas de seda, estaba vacío. El baño, con sus azulejos brillantes y su bañera de patas, también estaba desolado.

La preocupación se transformó en pánico. Bajó rápidamente a la planta baja y retomó su búsqueda. Al llegar al comedor, su mirada se posó en una nota que descansaba sobre la mesa de roble. Su corazón se detuvo por un instante.

La nota, escrita en papel y pluma, decía: "Reynarth, hemos sido llamados de emergencia al hospital. No volveremos hasta mañana. Cuídate". La letra, normalmente pulcra y precisa de Marianne, era un revoltijo apresurado de trazos, revelando la urgencia con la que había sido escrita. Sus padres, ambos pilares de la medicina, habían sido convocados a una emergencia.

Reynarth se quedó allí, en el silencio de su hogar, la nota en su mano y el silencio como única compañía. A pesar de sentirse aliviado, todavía se sentía extraño. Después de todo lo que había pasado, ¿Quién no lo haría? Con un suspiro, dobló la nota con cuidado y la guardó en su bolsillo.

Momentos después Reynarth comenzó a sentir el peso del cansancio, no era físico, sino mental. Sus pensamientos giraban en círculos, como un carrusel que no se detiene. Dirigió su mirada hacia el reloj en la pared, sus manecillas marcaban las 3:15 am. "Vaya, el tiempo vuela, ¿no es así?", murmuró para sí mismo, su voz apenas un susurro en la quietud de la noche. "De todas formas, tengo hasta mañana para pensar en una explicación sobre mi cambio físico."

Abandonó el comedor, sus pasos resonando en el silencio de la casa. Subió las escaleras con lentitud. Al llegar a su habitación, se despojó de la ropa que había tomado prestada, una prenda tras otra, hasta quedar en su ropa interior. Con un suspiro de alivio, se dejó caer en su cama, el colchón acogiendo su cuerpo en comodidad. "Ah, por fin", murmuró para sí mismo. "No hay nada mejor que tu propia cama después de un día de locos."

El silencio se apoderó de la habitación, roto sólo por su respiración tranquila. Después de unos minutos, Reynarth cayó en un sueño profundo, su cuerpo y mente rendidos al descanso. Inconsciente de que esta sería una de las pocas noches de paz que tendría en esta ciudad a partir de ahora. Sin saberlo, se había adentrado en la víspera de un torbellino de acontecimientos que cambiarían su vida para siempre.

El sol apenas comenzaba a desplegar sus primeros destellos cuando Reynarth, con los ojos aún pesados por el sueño, los abrió lentamente. Su mirada se perdió en el techo, como si estuviera cuestionando la realidad de los sucesos del día anterior, como si estuviera en la frontera entre el sueño y la vigilia.

Se incorporó en la cama, y sus ojos se posaron en sus manos. "Normales, sin garras, pero todo se sentía tan real", pensó. Sus manos, ahora desnudas y humanas, no mostraban rastro alguno de las garras negras y afiladas que había tenido hace unas horas. Todo parecía indicar que había sido solo un sueño.

"Bueno, esas son buenas noticias, jajajaja", se dijo a sí mismo con una risa nerviosa. Se levantó, recogió ropa y se dirigió al baño para darse una ducha. Sin embargo, apenas cinco minutos después, un grito resonó desde el baño. "¡¿Qué carajos?!"

Pocos momentos después, Reynarth emergió del baño, su corazón latiendo con una intensidad que resonaba en sus oídos. Corrió hacia el espejo de cuerpo completo que descansaba una esquina de su habitación, su reflejo devolviéndole una imagen que apenas reconocía. "Así que todo fue real", murmuró, su voz apenas un susurro en la quietud de la habitación.

Se quedó allí, frente al espejo, examinando cada centímetro de su cuerpo. Su figura, antes delgada y casi frágil, ahora se mostraba tonificada, los músculos definidos bajo la piel. Pero no era eso lo que le había hecho gritar en el baño. No, su mirada estaba fija en un lugar más bajo.

"Parece que no fui el único que sufrió un cambio", dijo, su voz llena de incredulidad y una pizca de diversión. Lo que antes era como una lombriz gorda, ahora se asemejaba más a una anaconda dormida que a una lombriz. La transformación era tan drástica que casi parecía cómica.

"Bueno, de esto no es algo de lo que me pueda quejar", concluyó, una sonrisa traviesa jugando en sus labios. Se quedó un momento más frente al espejo, observando su nuevo yo. A pesar de la sorpresa, no podía negar que este cambio, al menos, tenía sus ventajas.

Con esa idea en mente, decidió que era hora de terminar lo que había comenzado. Volvió al baño, dejando que el agua fría de la ducha lavara su nuevo cuerpo. Una vez que se sintió fresco y renovado, Reynarth se dispuso a vestirse para enfrentar el día que se extendía ante él. Sin embargo, al ponerse su ropa habitual, notó que le quedaba ajustada debido a los cambios en su cuerpo. Sus músculos tonificados y su figura más esbelta requerían prendas que se adaptaran a su nueva apariencia.

Con un suspiro de resignación, decidió que era hora de explorar otras opciones en su armario. Se dirigió al cuarto de su padre, donde sabía que encontraría prendas más holgadas. Abrió el armario y buscó entre las perchas hasta que sus ojos se posaron en un par de pants cómodos y una playera suelta.

"Esto debería funcionar", murmuró para sí mismo, tomando las prendas y volviendo a su habitación. Se desvistió rápidamente y se puso el pants y la playera, sintiendo cómo la tela se ajustaba perfectamente a su nueva forma.

Con su atuendo renovado, Reynarth se miró una vez más en el espejo, apreciando cómo las prendas resaltaban sus atributos físicos. Se sintió satisfecho con su elección y se dirigió hacia la puerta de su habitación.

Descendiendo hacia la cocina, Reynarth se dispuso a preparar un desayuno rápido. Mientras saboreaba cada bocado, su mirada se clavaba en la nota que le habían dejado sobre la mesa. Pensando en una respuesta a la pregunta que obviamente cuestionarían sus padres.

"¿Qué rayos se supone que les diré cuando me vean así?", murmuró entre dientes, su voz cargada de un humor agrio. Decidió enviar ese pensamiento al fondo de su mente y centrarse en el presente. Tomó una sudadera con capucha y una cachucha, ocultando su rostro bajo la protección de la tela.

Caminó por las calles, con el rostro en sombras, perdido en sus pensamientos. No tenía un destino fijo, solo vagaba entre las personas, su mente ocupada en cómo y con quién comenzar su venganza. "No debería ser tan difícil decidir por quién empezar, solo son cuatro", reflexionó con el ceño fruncido, luchando por tomar una decisión.

De repente, una voz familiar resonó en el aire. "¡Quítese del camino!", exclamó con impaciencia. Reynarth giró la cabeza para identificar al dueño de la voz y se encontró con Arlen, quien caminaba apresuradamente, empujando accidentalmente a una anciana en su prisa, haciendo que esta perdiera el equilibrio y cayera al suelo.

"Oh, parece que ya no tendré que decidir por quién ir primero", pensó Reynarth mientras avanzaba sigilosamente detrás de Arlen, sin que este fuera consciente de que una bestia lo había fijado como su primera presa.

Despertar Escarlata: El surgimiento de la bestia (DESB)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora