Al Rededor De La Fogata.

10 4 0
                                    

Leif estaba en silencio al lado de la hoguera, que se alzaba alta y brillante. Los demás guerreros estaban bebiendo, riendo y contando distintas aventuras. Pero él, simplemente bebía y se mantenía en silencio. parecía meditabundo, como sumido en sus propios pensamientos y recuerdos.
—¡Hey tú, Leif! ¿Por qué pareces tan cabizbajo y pensativo en este encuentro tan alegre? —preguntó Helgar—. ¿No deberías estar celebrando con nosotros tus compañeros?
Leif guardó silencio por un momento, pero miró al hombre con una sonrisa. —No pienses que tu compañía me disgusta, hermano… o la de cualquiera de ustedes —dijo refiriéndose al resto—; es sólo que he estado sumido en introspecciones y cavilaciones que no van al asunto de este festejo, y por eso no he querido importunarlos con mi actitud pensativa.
—No lo tomes como algo personal, amigo…. Y disculpa si insisto —continuó Helgar—. Pero he sabido que últimamente has permanecido en aquel estado por mucho tiempo; dicen, que te has acercado mucho al hechicero del pueblo, que lo hostigas insistentemente con preguntas a cerca de los Dioses y del averno; que una sombra de preocupación se ha posado sobre tu cabeza y no te abandona, ni de día ni de noche.
—¿Eso es lo que dicen? ¿Y quién dice aquellas cosas? —preguntó Leif, recorriendo con la mirada a todos los presentes, quienes guardaron silencio y algunos tosieron bulliciosamente.
Los músicos que tocaban el harpeleik, el lur y el melhus guardaron silencio, pues era típico que, en aquellas fiestas, ocurrieran fieras luchas entre alguno de sus integrantes, y alguien saliera muy lastimado.
—No se preocupen, hermanos; no es mi intención arruinar la velada. Por el contrario, quiero que todos lo pasemos lo mejor posible —dijo Leif.
—Continuaremos, amigo. ¡música! —ordenó Helgar, al tiempo que se volteaba hacia los instrumentistas que ya comenzaban a tocar divertidas melodías—. Sin embargo, si no participas y quieres que lo pasemos bien, serías como un pastor contando las ovejas de los vecinos. ¿No te parece?
Lief lo pensó un momento, aquellas palabras parecían verdad. —Les propongo algo —dijo—: cuenten sus historias alrededor de la fogata; y cuando terminen, yo contaré la mía… entonces, sabrán el motivo de mis introspecciones.
Aquello fue motivo de gran interés, pues muchos se habían preguntado la razón por la que Lief parecía haber cambiado su forma de ser. Sabían que algo tenía que ver con la caza del lobo, que había emprendido hace meses atrás, pero nadie sabía los detalles.
La fiesta continuó, muchos pasaron al frente y contaron sus historias y aventuras, y todos bebieron abundante licor, rieron y bailaron. Asgeir, “lanza de Dios”, contó de aquella vez que, en una batalla, logró derribar y asesinar a seis enemigos, saltando por encima de una fila de escudos; Halfdan, “el medio Danes”, contó de la vez cuando se embarcó hacia el oeste, llegando a unas extrañas tierras donde conoció unas personas que tenían unos cerdos gigantes con nariz de serpiente; Gudrun, habló de la vez que unos rufianes secuestraron a su amada, y él los siguió durante tres días y tres noches, hasta encontrarlos, darles muerte a todos y rescatar a su esposa; y Brand, contó una historia muy rara, que involucraba enemigos, unos hongos que había encontrado y el encuentro con los Dioses.
Como Brand era el último, Lief comenzó a intervenir. —¿Así que conoces a los Dioses? —preguntó.
—Así es —aseguró Brand.
—¿Y cómo son? —volvió a interrogar Lief.
—Son grandes, fuertes y orgullosos —contestó Brand.
—¿En serio?
—¡Por supuesto que sí! —repuso Brand, ya enojado de la insistencia de su compañero—. Thor es alto, de brazos y piernas anchas, y con su martillo puede derrumbar montañas y volverlas a construir si así lo quisiera.
—Mmmm… —murmuró Lief, asintiendo con la cabeza de forma pensativa.
—Pero… ¿a qué vienen todas estas preguntas? —inquirió Brand—. ¿Acaso tu historia tiene algo que ver con la mía, o con los Dioses?
—Así es… —dijo Lief—. He estado guardando silencio, porque he querido decir la verdad y sólo la verdad de todo lo que vi; pero no sé si mis ojos me han engañado y me han hecho ver alucinaciones, o si Loki a trastornado mi razón con sus engaños.
—Eso no suena a la típica historia —intervino Asgeir—; suena como si de verdad tuvieras algo qué decir.
—De adelanto les digo… que mi relato ofrece más dudas que respuestas. No sé si vi a Thor, o a Loki; pero sí puedo decir que se les parecía. No parecía tan viejo como Odín, y no era tuerto, así que supongo que no era él.
—¡Muy bien! Pero basta de rodeos. Lief, por favor, comienza con tu historia —invitó Gudrun amablemente.
Lief guardó silencio un momento, y luego comenzó a contar su historia: —Entraba la tarde, como todos sabrán, cuando un lobo entró en mi huerta, atacó a mis gallinas y mató a mi cordero. Yo llegué a casa un poco después, descubrí lo sucedido al instante, pues aquel cordero era el más grande y cariñoso de todos, y siempre salía al camino a recibirme. Esta ya era la tercera intromisión, y mientras más enaltaba la cerca, parecía que el lobo más volvía a traspasarla.

Encuentro con el Dios sin nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora