Los escritores

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Sospecho desde hace catorce días que no soy la verdadera dueña del gato que descansa en mi regazo, y es que habrá tal vez una docena con rasgos similares en mi edificio. Eso me descubre como una dueña descuidada que ni siquiera ha contado las rayas doradas del felino que la ha acompañado durante tres años. Para ser sincera, mi gato verdadero ni siquiera tenía nombre, intenté nombrarlo Raúl, como el jugador de fútbol que mi papá adoraba cuando yo era una niña; sin embargo, nunca pude identificarlo de tal forma, primero porque olvidaba su nombre, y también que mi mascota obedecía no a las palabras específicas, sino al tono con que las pronunciaba. Por eso, para mí, simplemente se convirtió en "el gato". Ojalá siguiera siendo una niña, de ese modo me hubiera sido fácil algo tan simple como llamar a un gato por su nombre, a esa edad tenía un afán incomparable por nombrar a las cosas, entonces, mi taza rosada donde mi madre me servía leche en las mañanas llevaba por nombre Tictic, por el sonido de la cuchara golpeando al agitar el azúcar; el gorro con el que mi madre me abrigaba en el invierno era "el ton", pues tenía dibujado en él los bigotes de un roedor. Hay muchos otros que no recuerdo en lo absoluto, otros que recuerdo solo el nombre y no la razón.

El gato ha empezado a ronronear, quizás el breve placer de su cuerpo vibrando sobre mi piel compense el nauseabundo hedor a mierda que emana desde hace varios días. Es eso lo que ha implantado en mí la incertidumbre de su verdadera identidad, pues no importa lo mucho que lo bañe o lo perfume, al cabo de algunas horas recupera ese olor que no se puede ignorar. Que yo recuerde no he intentado resucitar lo y tampoco lo he enterrado en un cementerio de mascotas. "Bueno, ¿entonces tú no eres un gato zombi?", le digo al animal mientras lo veo fijamente a los ojos, "no me gustaría que el único recuerdo que tengo de mi ex novio fuera un ser casi muerto". Por un instante percibo que deja de pestañear, es como si me entendiera, como si hubiera sido poseído por un ser pensante que goza riéndose de mí. Me responde con un breve maullar y clava sus garras en mi mejilla derecha. Me alejo de inmediato, por primera vez siento la necesidad de lastimar a un animal, pero cuando fijo mi vista en el lugar donde estaba, ya no queda más que pelos pendiendo en el aire.

Es la una de la mañana y no tengo botiquín para atender mis heridas, por lo que mi perfume de cereza me escurre por la mejilla herida. Tengo treinta minutos para aclarar mi mente, no sé en qué momento llegué a este punto, trabajando catorce horas al día delante de un computador y teniendo que trasnochar para vivir por lo menos seis horas frente al mismo computador, pero haciendo algo que sí me gusta.

Muerdo mis labios recostada en el alféizar, desde mi ventana puedo ver la entrada de la estación de metro más grande de Barcelona. Ahí lo conocí, yo recién acababa de llegar al país, había gastado todos mis ahorros de los trabajos de medio tiempo que había tenido desde mi adolescencia. Los guardé solo para ese momento, no había objetivos claros en aquella decisión, busqué quizás la alegría efímera que profesan todos los protagonistas cuando su historia se desarrolla durante un viaje, pensé que quizás encontraría una conversación interminable con un desconocido mientras permanecía quieta, viendo por la ventana de un tren. Nadie se me acercó, las expectativas eran muchas y se derrumbaron con la misma intensidad que se forjaron, relegada a enfrentar la triste realidad en los primeros días de mi travesía, tuve que deambular por las calles solitarias, perdí casi toda la tarde buscando el ángulo para una foto perfecta frente a la basílica de la Sagrada Familia. Pues lo que importa de verdad en un viaje no es lo bien que te la pasas, sino la envidia que causas al resto de personas que te observan desde su perfil de Instagram.

Se hizo de noche y llegué a la estación de metro que ahora tengo enfrente, caí en cuenta de que no tenía a dónde ir, y es que en mi mente durante el día iba a conocer a un tipo que más adelante me llevaría a su casa, y con eso tendría hospedaje por lo menos durante la primera noche. Resoplé decepcionada recostada en la baranda del extremo derecho. Cuando observas a alguien por primera vez, nunca se es consciente de lo graves que serán las consecuencias de una relación. Ojalá existiera una forma de prever las verdaderas intenciones de todos los desconocidos.

Relatos cortosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora