La carta

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Esta es una despedida qué no debería existir. Porque de qué sirven las palabras si la persona a quien van dirigidas no va a leerlas. Me atemorizaba esa terrible verdad mientras vivía la incertidumbre provocada por Alberto uno de mis amigos, quien me pidió como favor enviar un ramo de flores a su amante. Él reside en otro país sofocando su soledad con dólares recién impresos. ¿Quién además de mi podría ayudarlo? si ante cualquier necesidad éramos nosotros el único brazo qué nos apoyaba. El no confíaba en su familia y tenía tal vez otra docena de amigos que pudieran servirle, pero nada como pedir un favor al crédito a un amigo olvidable.

Me llamó a las diez de la mañana con el encargo de enviar dicho arreglo floral a Mirta, una mujer de cabello corto y figura delgada, poco atractiva podría ser, aunque de seguro superaba de forma inconmensurable a su esposa, tal y como lo hace cualquier mujer medianamente interesante que un recién casado conoce.

No lo culpo, si en mi corta vida me he dado cuenta de que todos encontramos de forma tardía a una mujer en apariencia más especial, que aquella que nos debería de acompañar toda la vida. Algunos lo guardamos y seguimos adelante, otros que sí tienen valor prefieren afrontar la realidad y coger con mucho arrepentimiento, el amor que proviene de otras manos.

Cumplí con la solicitud. Lo envié sin que ambos supiéramos si sería recibido, y cuando me encontré con la posibilidad de poseer cuarenta dólares en plantas decorativas sin dueño, pensé quién sería la mujer a quien debía enviárselos.

Mi esposa fue la primera opción pero al entender que aquel acto sería por supuesto contraproducente, desistí. Ella sabe que estoy quebrado y que además detesto gastar el dinero en artículos perecederos para alegrarla. Entonces pensé en mi madre y en cómo hacerlo perjudicaría a mi padre por realizar un gesto qué él nunca ha efectuado, no por falta de motivación quizás, sino porque él está igual o más quebrado qué yo.

Repasé la lista de mujeres en mi vida y comprendí qué ya no había ninguna con quien quisiera recuperar una relación perdida. La verdadera primera opción regresó a mi conciencia y concluí qué el destinatario debía ser la prima de mi mejor amigo, era ella y no nadie más quien debía recibir aquel arreglo floral acompañado de las letras de ya para este punto, un desconocido. Esta decía:

No planeo cambiar la vida de nadie con este gesto, solo quiero aprovechar una coincidencia para hacerte sonreír, porque jamás en la, vida lo volveré a hacer. Ya sé que estás bien, y que cualquier cosa que diga no cambiará tu estado de ánimo. Es obvio, te conozco demasiado y sé que la única opinión que importa es la que deambula por tu mente. No pienses en quien soy, asígname la figura que te plazca. Sé que no soy el único en tu vida que te ha hecho sonreír, qué no soy el único con el que has compartido momentos que trascenderán en tu memoria, y que en la actualidad se han convertido en recuerdos que tal vez no piensas dejar ir. Quiero decirte que dejes de ocupar espacio en tu mente para ellos y los reemplaces con nuevos recuerdos de quien está ahora a tu lado. Tal vez no es tarde para ti. No seas como yo que a veces aún sonríe recordando momentos en los que si hubiera actuado de otra forma, su vida fuera diferente. Ayúdame a abrazar la realidad para que pueda entender que nuestros caminos jamás se entrelazaran de nuevo y que se reducirá por completo a encuentros casuales y poco relevantes en la sexta avenida que se den por coincidencia. El camino que seguí me dejo varado entre posibilidades y felicidades a medias, y es tu recuerdo el que impide alcanzar la plenitud qué las necesidades impuestas por alguien más me condenan. Por tal razón tras confesarte que ya no voy a pensar en ti, quiero contarte qué eres la posibilidad más dolorosa qué he me dispuesto a abandonar, qué te quiero como a nadie sin siquiera tener razones congruentes qué me lleven a ellas, qué quiero que seas feliz como yo nunca lo pude ser; que eres la idealización perfecta del camino qué nunca tomé, qué te quiero libre y decidida como el día que te abandone. Hay respuestas que quería tener, hay tardes completas de conversaciones que nunca se darán, pero sonríe hasta donde tus inseguridades te lo permitan, compártelas con alguien más y ambos concreten una realidad mejor a la que hubiéramos tenido juntos. Que ganas de regresar al pasado, cuando estuvimos juntos en soledad por última vez para abrazarte el tiempo que merecías y para oler tu cabello una vez más. Que ganas de estar ahí otra vez, para tener la determinación de quitarte la falda qué rozaba mi rodilla.

Con todo el arrepentimiento qué un hombre puede sentir. El desaparecido qué nunca volviste a ver.

Tras escribirlo el silencio en mi mente continuó por un fin de semana completo, mi esposa me acompañó como siempre haciendo que se incrementara la soledad palpitante que me impidió dormir más de dos horas en esas noches, los libros quienes con frecuencia hacían que las veladas de insomnio se acortaran me dieron la espalda. No podía pensar en otra cosa que no fuera mi pasado, en todas las veces que la vi, en todas las veces que no hice nada. Di cuatrocientas vueltas en el espacio que me pertenece en la cama, relegado a los gritos de mi pasado qué prometían hacerme feliz. Cuando llegó el lunes me senté en el mismo escritorio que había visto mi cara triste por cinco años y pude confirmar con la floristería si el paquete que envié el viernes había sido recibido. La carta que redacté yacía en la pila de hojas recicladas de mi oficina, esperando a ser tomada, para adjuntarse con una posibilidad que nunca se dio. 

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