Capítulo 1

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Aquella era una mañana calurosa, en exceso. Roy podía sentir las gotas de sudor recorriendo su espalda y sus sienes mientras se preparaba para el trabajo.

A paso apresurado él recorrió la sala de estar de su casa, misma en la que vivía en soledad.

__Bruce!_ gritó tras abrir la puerta del frente en busca de su labrador golden retriever, mismo que, desde hacía ya un par de días se rehusaba a entrar en casa, en cambio se quedaba en los alrededores esperando por su llegada para ser alimentado en el porche __Hoy tampoco vendrás?_ preguntó para sí mismo con exasperación, más aún así llenó su cuenco con pienso fresco y le dejó su agua lista justo en el porche__Pues ahí tienes, sorpréndeme esta noche¿Si?_fue lo que dijo antes de recoger su bolso del sofá junto a la puerta y, tras una última mirada a su tesoro más preciado, dígase aquel cuadro hermoso protagonizado por un campo de girasoles, mismo que su hermano menor pintó para él un año atrás antes de irse del pueblo hacia la capital persiguiendo su sueño, él cerró la puerta bajando los pocos escalones de su porche y atravesó el estrecho camino de piedritas hasta llegar a la cerca que delimitaba su propiedad.

El aire era fresco, el cielo tan azul que, combinado con los campos de flores que en esa época del año resplandecían sobre el verde pasto daba la impresión de estar viviendo en una postal, de esas que la gente de capital enviaba a lares como el que él habitaba en fechas importantes.

La lluvia de la noche anterior había dejado un brillo especial en las flores, pero también un desagradable lodo y charcos de agua fangosa en el camino que él tenía que tomar para llegar al centro del pueblo, donde trabajaba.

__Oye Roy!_ un hombre le gritó un segundo antes de que una camioneta blanca de pintura desgastada se detuviera justo a su lado __Irás a vernos en la tarde cierto? Mi esposa te espera con el mejor café de la ciudad!_ el conductor sacó su brazo por la ventanilla de la camioneta para rodearlo del cuello en una llave que le permitió percibir todo el exagerado sudor sobre su piel, los dientes de Roy se apretaron tanto que su mandíbula dolió.

__Claro. Tengo que revisar a tus caballos de todos modos _ dijo él, luchando por sacarse el brazo del otro de encima.

__Perfecto. Ven en cuanto acabes con tu visita a los Muller!_ gritó el tipo, mismo que a pesar de verse condenadamente viejo, tenía en realidad la misma edad de Roy.

Cuando el agarre en su cuello se desvaneció y el sudor ajeno se secó sobre su piel. Cuando sus tímpanos agradecieron la disminución de ruido y la camioneta se alejó, Roy solo podía pensar en lo molesto de aquella interacción, y en la desagradable mancha de barro que había dejado en la punta de su pantalón aquel vehículo al alejarse.

Una anciana lo saludó en su camino al trabajo en aquella ajetreada y calurosa mañana, un niño le obsequió un par de flores amarillas y todos le ofrecían los buenos días pero Roy solo podía pensar en la desagradable suciedad en su ropa.

Cierto, Roy Anderson era un veterinario, el único del pueblo a decir verdad. Motivo por el cual sus días eran ajetreados y ocupados.

Sus mañanas eran cargadas de trabajo y visitas a cada residencia local para visitar desde perros y gatos hasta caballos y rebaños de ovejas.

Garden era un pueblo apartado, pequeño y lleno de tradiciones muy bien arraigadas. Era un lugar donde los jóvenes estaban destinados a estancarse sin esperanza a la superación personal. Por eso él jamás intentó detener a Marcus cuando decidió irse, incluso lo apoyó monetariamente para que pudiera largarse de ese pueblo de mala muerte tan olvidado por dios y el hombre.

Su hermano menor tenía talento, y por lo tanto un futuro prometedor en la capital tan llena de oportunidades, así que él lo apoyó en su decisión, incluso a día de hoy, un año después de que Marcus se marchara, Roy seguía ayudándolo monetariamente.

Original SinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora