Una pequeña caja de música

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Esa noche desagradable para él y para todos, el fuego, las personas que lo rodeaban siendo calcinados hasta quedar siendo reducidos a cenizas. La luna negra en su delante ahí en el cielo dejando caer ese barro que ahora lo estaba consumiendo.

Sentía su vida terminar en minutos en un incesante dolor duradero quemando sus pulmones y garganta, rendido tirado en una pila de cadáveres.

Si no moría ahora era porque veía una silueta en frente, aquella pequeña risa y esa sonrisa que no entendió.

—Shirou despierta.

—…

—Shirou, el desayuno está listo así que despierta de una vez.

La voz llegó a sus oídos y abrió lentamente los ojos, sentado en el sofá ahora mirando a la persona a que lo despertó.

—Oh… eres tú Sieg, ¿cuánto tiempo llevo dormido? —preguntó el peliblanco a la chica de cuerpo delgado.

—Casi como un día y medio, tus heridas tardaron en cerrarse completamente un día entero —llevó un dedo a sus labios—, el viejo también tardó en purificar el barro de todo tú cuerpo.

—Ya veo… —dijo con breve sorpresa y luego sonrió acariciando la cabeza de la chica—, muchas gracias por cuidarme.

—Sí, tampoco deseaba que murieras ante tu primera caza de una bestia de Gaia.

La chica llevó al peliblanco al comedor lentamente llevándolo de la mano.

—Gracias… aunque hubiera sido bueno que el idiota del viejo nos haya explicado a qué nos enfrentábamos —suspiró cansado con el cuerpo adolorido.

—Ya, ya, mira lo bueno; estas vivo y tendremos una semana de descanso hasta que se habilite la siguiente entrada a la segunda bestia —dijo alegre Sieg para animar al peliblanco mientras lo dejaba en el asiento—, podemos si quieres después salir a la ciudad a jugar.

—Sí… me alegra escuchar ello —recuperando su ánimo habitual sonrió levemente hacia la mujer que se disponía a traerle el desayuno.

Hablando de sí mismo, vivía solo junto a la chica desde que fue rescatado por el anciano de aquel incendio. Quedando en su memoria claramente el fuego y el horror que vio en las personas.

Fue que poco a poco gracias al anciano que pudo sobrellevar esa culpa, y también gracias a la chica que sonreía levemente delante suyo dejando la bandeja de plata en la mesa junto a los bocadillos.

—Gracias Sieg, no sabría que haría sin tu cuidado —dijo Shirou tomando los cubiertos y comenzando a comer.

Asintió correspondiente la chica delante suyo y luego se giró para prender el televisor mientras se metía a la boca un dulce.

Era lo que ambos hacían cotidianamente, la chica se encargaba de la mayoría de los quehaceres del departamento en la cual se hospedaban en dentro de la torre del reloj en el último piso casi debajo del despacho donde el anciano de vez en cuando aparecía.

Él… bueno, desde su niñez quedó a la tutela del anciano, aprendiendo varias cosas como la magia y cosas de cómo debe comportarse un mago.

En especial de primera categoría.

Conoció unos meses después a la chica que estaría a cargo de él, el avatar de un temible y poderoso dragón negro. Ahora encargada de cuidar el Gran Grial y a él por cargo del viejo.

Todo pasó tan rápido para él desde aquel incendio, pero aún así el recuerdo seguía y aquel deseo de poder ayudar nacía tan rápidamente.

“¿Ayudar?”

Multiverse ShirouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora