EXTRA 4: Vacaciones (Prt.2)

943 69 1
                                    


Aitana Romero

—¿Si te pido matrimonio me dirías que sí?

Frené en seco. Tanto que casi no salimos volando.

—¿Qué acabas de decir? —giré la cabeza hasta encontrarme con los ojos de mi novio, que me miraban expectantes desde el asiento de copiloto.

Se alzó de hombros.

Aproveché que el semáforo se había puesto en rojo y lo volví a mirar.

—¿Por qué me preguntas eso?

—¿Por qué no contestas?

—Porque creo que la respuesta es bastante obvia.

Entonces su expresión cambió totalmente. Al principio contuvo su expresión de felicidad, pero a los segundos ya estaba sonriendo de oreja a oreja. Imité su gesto y nos reímos por lo imbeciles que parecíamos.

Terminé la carcajada y decidí subir el volumen de la música mientras que llegábamos al aeropuerto que nos llevaría a Barcelona. Cuando llegamos a allí, los chicos ya estaban llegando también, así que nos encontramos todos en nuestra puerta de embarque correspondiente. Aún nos quedaba más de media hora para embarcar, así que Sira, Martina, Mikky y yo decidimos dar una vuelta por las tiendas, mientras que los chicos se quedaban jugando a cualquier cosa en el móvil.

El vuelo obviamente era largo, pero se pasó más deprisa ya que las chicas y yo estuvimos organizando todo para cuando llegáramos, puesto que si lo dejábamos en mano de los chicos, acabaríamos Dios sabe dónde.

Al final estas vacaciones eran para relajarnos, pero también para conocer un poco de mundo, que eso nos encantaba a todos.

Horas después aterrizamos en nuestro destino final, y apenas bajamos del coche nos pusimos rojos como tomates del calor que hacía. No sé en qué momento de mi existencia se me ocurrió que era buena idea llevar pantalones largos.

—Hombre, cuánto tiempo, desconocida —me pasó el brazo por los hombros y yo lo miré sonriendo.

Nos habían puesto a Gavi y a mi cada uno en una esquina del avión, así que solo nos habíamos visto dos veces en las doce horas que había durado el vuelo.

Sonreí y pegué mis labios a los suyos.

—¿Podéis dejar de morrearos y ayudarnos a encontrar la salida de este maldito aeropuerto?

Me separé de mi novio y miré a Ansu con las cejas en alto.

—¿Eres tonto? ¿No sabes seguir los dibujitos que te ponen ahí arriba? Y te recuerdo, que primero tenemos que coger las maletas, a no ser que quieras renovar armario.

—Madre mía, Gavi, no sé cómo la aguantas. ¿Está de este malhumor todo el día? —bromeó el moreno.

—No soy Gavi, pero sí, está de malhumor todo el día. Tengo muchas pruebas y cero dudas —contestó Pedri.

Lo miré mal y me acerqué a él para darle una colleja al canario, Martina a su lado se rió y este la miró un poco mal.

—Seguidme, que parece que tenéis tres años.

Gavi no tardó en avanzar más rápido hasta llegar a mi y cogerme de la mano. Esperamos unos cuantos minutos hasta que la cinta de las maletas se puso en marcha y empezaron a salir todas. Cuando las recogimos todas nos dirigimos al hotel.

En este viaje, evidentemente no podía faltar la experiencia de dormir sobre el mismísimo mar de las Maldivas, así que alquilamos un par de cabañas típicas de películas. Obviamente eran todas separadas, pero a la vez conectadas entre sí, parecía una especie de villa. Los que teníamos pareja pues compartiríamos, mientras que los demás como Ansu y Balde  se organizarían entre ellos.

La verdad es que no solo me hacía ilusión el viaje en sí, sino también por las personas con las que había venido. Cada día tenía más claro que Gavi era el amor de mi vida, y la primera y última persona que me iba a hacer sentir igual de bien que cuando me miraba a los ojos. Pero también estaba muy agradecida de tener a los chicos a mi alrededor, haberlos conocido y tenerlos hoy en día en mi vida era totalmente un regalo. Jamás me hubiera imaginado crear una relación tan cercana con Sira, Pedri e incluso Ansu, con quien aunque parecía que me tirara de los pelos continuamente, nos queríamos con todo nuestro ser. Y todo lo que había experimentado durante estos años, acompañada siempre de mi fiel amiga, Martina. Que a pesar de todos los cambios que tuvo mi vida, jamás se fue y siempre se mantuvo a mi lado, y por supuesto, siempre fue recíproco.

Nada más llegar a nuestra cabaña, nos cambiamos y nos pusimos el bikini. Se acercaba la hora de comer, pero oficialmente habían comenzado las vacaciones y nos empezaban a dar igual los horarios.

—Joder. Me cago en la puta.

Escuché decir a mi novio mientras buscaba mis chanclas en la maleta.

—¿Qué pasa, amor? —pregunté sin girarme.

Pasaron unos segundos y no me contestó, así que me puse por fin las chanclas y me giré hacia él, encontrándomelo con su vista fija en mi y una expresión de atontado.

—Nada, cariño —se levantó y avanzó hasta a mi, rodeándome la cintura con sus brazos y fundiéndonos en un abrazo—, que estoy flipando con lo bien que te queda ese bikini.

Me reí entre él, y aproveché unos segundos de separación para despositar un beso en su mejilla.

—¿Es necesario ir con los demás? Estoy muy a gusto aquí, la verdad —dijo mientras me daba una vuelta sobre mi misma y admiraba mi cuerpo sin descaro.

—Venga, Pabli, no seas pajero.

—Muy bien, has conseguido que no quiera quedarme aquí solo llamándome Pabli.

—¡Pero si queda monísimo!

Me reí siguiéndole hasta llegar a su espalda y saltar, suerte que este chico tenía buenos reflejos y me agarró de los muslos antes de caerme al suelo y quedar como una payasa total.

—Dios, calla.

—Te quiero, Pabli, no te enfades —dije asomándome por uno de sus hombros.

—O paras o te tiro al suelo.

—Sé que no eres capaz, pero vale, aburrido —dije rodando los ojos.

Me bajé de él y cogí unas gafas de sol, la toalla y el móvil, totalmente dispuesta a salir ya por la puerta.

—Ah, y que sepas que me he dado cuenta de que no me has devuelto el te quiero. Me parece muy feo por tu parte —comenté haciendo una mueca.

—Que idiota eres —avanzó hasta mi corriendo y me envolvió en sus brazos—. Te quiero, te amo, te adoro y te compro un loro, rubita.

—Cuando me llamas así siento que me teletransporto a cuando teníamos dieciocho años otra vez.

—Los tiempos mozos.

—Bueno, tan mozos no eran... —hice una mueca algo
parecida a una de horror. En ese momento nuestra relación parecía una montaña rusa, nada parecida a la que teníamos ahora.

Mi novio me terminó dándome la razón, y sin querer hacer esperar mucho más a los chicos, salimos pitando de la habitación.




































________

Luego os subo la otra parte ❤️

EXTRAS de 𝐕𝐞𝐧𝐞𝐧𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora