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La voz de mi madre por el pasillo me despertó.
Sus tacones iban de un lugar a otro y susurraba cosas que no entendía, definitivamente mi madre era la peor dando sorpresas.
Vi la hora en el reloj de la pared, donde faltaban tan solo un minuto para las doce de la noche. Sonreí emocionada ignorando el hecho de que siempre hacian eso por mis cumpleaños.
Pero este sin duda, era diferente.
La puerta se abrió y la cabellera rubia platinada de mi madre se asomó llevando enfrente de ella un pastel de cumpleaños con once velitas, detrás de ella mi padre con una carta abierta en la mano.
—¡Felices once veranos mi reina hermosa, irás a Hogwards! —me abrazaron ambos.
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