La sociedad de los corazones rotos

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The 1975 - You

El dolor de un corazón roto puede ser desgarrador. Un órgano tan fuerte puede romperse con la misma lógica de un avión, a veces algo comienza a fallar y el daño no se nota hasta que vas cayendo en picada, las alarmas se encienden y los respiradores caen sobre los rostros de los pasajeros. Hay gritos y descontrol, pero en el caso de tu corazón, todos esos gritos provienen de la misma voz, la propia. Y te preguntas si un dolor tan grande podrá ser curado, porque en ese mortífero instante, se siente como si ni la muerte pudiese solucionarlo. Tiemblas, te asusta respirar porque temes empeorarlo, pero sabes que si no respiras el motor comenzará a incendiarse y arrasará con todos los otros órganos.

Es una catástrofe tan grande que buscar consuelo te parecerá estúpido, después de todo, ¿quién podría comprender la manera en que tu corazón se ha roto? Pero en caso de hacerlo, de ser valiente y arrastrarte hacia un alma bondadosa, te dirán que todo estará bien, que el tiempo pondrá parches en las heridas y luego la cicatriz será un recuerdo del pasado.

Ellos no entienden que quieres detenerlo ahora, exterminar el malestar incluso si morir es una solución... y al mismo tiempo... no quieres, no puedes y no sabes cómo soltarlo.

Entonces todos tienen razón.

Pasa el tiempo, tan lento que es una tortura, y le miras a los ojos, al objeto de tu dolor, y tu corazón se siente resacado, como si ese dolor despertase pero fuese retenido por una fuerza que no sabías que tenías. Y él te mira, se voltea hacia ti, con esa clase de expresión que te dice la verdad: Él nunca me querrá.

Jimin se limpió las lágrimas, el cuchillo moviéndose tan rápido que el sonido era satisfactorio. Le gustaba estar allí, era un lugar seguro, una clase de refugio donde podía olvidarse de algunas cosas y enfocarse en otras que no le hacían sentirse marchito por dentro. Llevaba media hora picando verduras, las cebollas siempre le habían hecho llorar hasta aflojarle la mucosa de la nariz. Se limpió las manos con un paño y miró por sobre su hombro.

–¿Qué quieres?– dijo con tal hastío en su voz que, milagrosamente, vio resplandecer la sorpresa en los ojos de Jungkook.

Este estaba descalzo, vistiendo una simple camiseta blanca y jeans rasgados que no deberían haberle hecho lucir como un modelo de una marca cara, pero jodidamente funcionaba en él como si llevase un traje pagado en dólares. Jimin tragó duro, recordar sentimientos no era una buena idea cuando estaban solos en la casa y él podía dejar escapar palabras que no tendrían, jamás, vuelta atrás.

–Nada. Solo existiendo.

Jungkook sonaba realmente perezoso. Jugaba con un mazo de cartas, las barajaba una y otra vez como si se tratase de un gesto nervioso. Tenía varios de esos. Ocupaba dos sillas de la cocina, una era simplemente para apoyar sus piernas. Lucía como si acabase de caerse de la cama, con el cabello despeinado y los ojos perdidos en la luz del sol que entraba por la pequeña ventanilla de la cocina. Pero eso le quedaba bien a Jungkook.

Era familiar.

–No estoy diciendo que no puedas estar aquí– dijo Jimin, dejando caer los diminutos trozos de cebolla en la cacerola–, pero creí que estarías en... otro lado, ya sabes, los días libres son raros para nosotros.

–¿Y qué haces tú aquí?

La pregunta le tomó desprevenido. El dedo de Jimin que se apoyaba sobre el filo del cuchillo se acalambró, frunció el ceño y se concentró en no cortarse un jodido pulgar mientras troceaba las zanahorias.

–No tengo familia, ni pareja. Y mis amigos son ustedes, o eso creo. –Lo último fue un susurro patético que le hizo enrojecer–, mis amigos, por supuesto que son ustedes.

Entre Caníbales - KookMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora