Tu garganta estaba seca, habías llorado tanto que caíste dormida, ya olvidaste como llegaste al sofa de tu habitación.
Al ir al espejo de tu tocador notaste tu rímel corrido, tu labial manchando tu cara, escondiendo tu lunar cerca del extremo derecho de tu boca, ese que tanto le volvía loco a tu esposo a la hora de besarte... Sus besos, ya no podías recordar como eran. Eran suaves? Acaso eran dulces, o algo que se asemeje a una muestra de amor? No podías recordar exactamente en ese momento.Tu vestido rojo estaba manchado con lágrimas, para no estropearlo te lo sacaste con tal delicadeza que nunca pudiste experimentar, no desde el día que diste el sí en el altar. Tu bata azul Francia de seda hacia resaltar tu piel y tus caras joyas plateadas. Nunca fuiste de usar joyas plateadas, al menos no antes de conocerlo y que el te haya impuesto el uso del color plata en cada joyería que usaras. Fuiste al baño para desmaquillarte, y apenas terminaste pudiste escuchar la puerta abriéndose. Era el.
La puerta de tu habitación se abrió dejando ver a tu marido en traje, con su colonia cara mezclada con aroma a mujer, un perfume un tanto barato se podría decir. Y las infaltables marcas de besos en su camisa y cuello, era ya una rutina esta escena, pero lo que no esperaba el, eran tus monótonas palabras.
-Suguru, quiero el divorcio.