siete

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Como si la muerte solo hubiera pagado peaje de una sola noche, aquellos cabellos rizados y negros se movían a todo dar por la cocina del restaurante

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Como si la muerte solo hubiera pagado peaje de una sola noche, aquellos cabellos rizados y negros se movían a todo dar por la cocina del restaurante. Jeongin había salido antes que Felix, de verdad que no verle a los ojos y sentir ese vacío grande en el pecho que le llevaría un eco a la cabeza para resonar "lo has decepcionado ". Así tomó rumbo, a pie, en metro.

Porque una vez alguien le enseñó que la tristeza se iba viendo el panorama  desde el problema hasta la distracción. O al menos eso Felix le hace sentir, le hacía sentir.

Toma unas cuantas papas y las tira a la freidora donde el aceite comienza a brincar y salpicar. Escucha todo el ruido a su alrededor y lees bastante difícil solo concentrarse en una cosa. La cabeza le da más vueltas que la pirinola y se siente fatigado. Sus pulmones aún no le perdonan.

De pronto siente una mano tocar su hombro, es Seungmin con el ceño fruncido y la boca seria.

— Te estoy hablando desde hace rato — dice intentando poner autoridad, solo para que los demás no creamos que tiene prioridad —, ven — le hace una seña con la cabeza para que lo siga y quita su mano del hombro.

Jeongin traga saliva y se limpia las manos en el mandil para seguir a Seungmin, quien camina hacia la puerta trasera pasando contrabajo entre los cocineros que van de aquí a allí. Salen de la cocina y llegan a la misma parte trasera donde los basureros están a reventar, tal parece que todo lo que habita en el mundo,  en algún punto, es olvidado. El mayor se acomoda recargado en la malla que impide que sus empleados se escapen y mira a Jeongin.

El pelinegro no parece tener entusiasmo, camina encorvado, lento y ni siquiera parece pisar el suelo. Seungmin saca una cajetilla de cigarros y se la muestra para que el menor tome uno, pero le es rechazado, cosa que causa impacto.

— ¿Qué mierda tienes? — le pregunta con el cigarro entre los labios, pues el si quiere degustar de un buen día de estrés. Saca el encendedor y lo prende para mirar al menor.

— Nada — excusa Jeongin, al fin llegando a lado del mayor, se recarga en la malla y mira al frente. Suelta un suspiro.

Seungmin le mira de reojo y niega. Cuando será el día en que Jeongin deje de decir que siente nada cuando tiene todo, se cuestiona. Por qué no puede siquiera mostrarse vulnerable, replica. Quien le hizo sentir que ser fuerte lo hace humano, reprocha.

¿Quién le dijo al niño que tenía que vivir rápido?

Suelta el humo de su boca en una neblina que inunda el aire y después quita el cigarro de su boca para bajarlo y posicionar su mano al  costado. Dobla una pierna y sube el pie a la reja.

— La nada no se ve tan fatal, Jeongin. Te ves destrozado.

— Siempre — contesta —. No es nada nuevo. Nada de qué preocuparse.

— Tu siempre dices que no hay nada de qué preocuparse, pero estoy seguro que esa es la razón más grande por la cual no puedes descansar.

Seungmin mira a Jeongin, de pies a cabeza luce tranquilo, pero no puede dejar de mover los dedos.

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