Prologue

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The Goddess of Chaos

Me apresuré en un paso que asimilaba una carrera a la entrada del edificio de oficinas donde trabajaba

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Me apresuré en un paso que asimilaba una carrera a la entrada del edificio de oficinas donde trabajaba. Mi jefe me había llamado hacía quince minutos. Quince. No sería nada extraño, sino fuera porque había salido de la oficina sólo hacía media hora. Yikes.

Mis tacones resonaron contra el ultra encerado suelo, y me llevé los mechones de mi cabello suelto hacia atrás, ya hecho un despojo a esas horas de la tarde noche. Había dejado todos mis accesorios para el cabello en mi oficina, sintiendo alguna especie de ilusoria sensación de libertad. Era gracioso, teniendo en cuenta mi situación en ese momento. La llamada me tomó por tal sorpresa, que mi pobre cerebro, ya consistente de una sustancia desconocida, no atinó a mirarse al espejo y arreglarse algo antes de dejar la cueva matriz.

Mis pobres conexiones cerebrales eran graciosas en aquel momento, teniendo en cuenta mi situación casi desesperada. Oh, la hermosa esclavitud moderna. Pero, ¿qué podía hacer? Si siempre me gustó el dinero. El dinero... tan maravilloso y siempre fuente de muchas felicidades. Bueno, si del término "felicidades" quitamos todos los intereses amorosos que me han abandonado por mi preferencia a los números en mi cuenta bancaria que a su presencia. Gajes de oficio. Nunca los culpé... o quizás sí. Si mi pecado ha sido mi gusto por mi trabajo y los billetes que vienen con él, el de ellos ha sido ser menos atractivos que él.

Que lindo sería, una casa en algún lugar inhóspito, sin un teléfono que suene para hacerme correr, fantasee mientras el ascensor subía. Mejor, con un hombre que me haga correr otro tipo de carreras. Me reí sola en la cajita de cuatro paredes, mientras me acomodaba el cabello, reflejado en el espejo. Revisé mi portafolio, asegurándome de tener una cantidad decente de papeles para que mi jefe se sienta complacido. Soy una trabajadora tan aplicada, sí Señor. De cualquier forma, ¿a quién le gusta dormir, verdad?

El caso Hawthorn vs. Maddie corría en mi cabeza mientras las puertas se abrían. ¿Qué podría ser tan repentino y urgente? ¿Asegure el testigo? Lo hice. ¿Entonces es el probono? Nah, imposible que a Ferguson le importe. Así divagué en lo que me acercaba a la oficina más grande del piso, justo a un lado de la entrada. Una especie de diatriba ansiosa que me hacía más corto el tiempo entre medio. Los asistentes legales y las muchachas del recibidor ya habían huido. Me detuve frente a la puerta de madera, Andrew había cerrado las persianas así que no pude ver su expresión antes de entrar. Suspiré y abrí la puerta.

Y allí estaba, detrás del escritorio, Andrew Ferguson, el director de una de las firmas de abogados más competitivas de New York. Mi profesor de universidad, devenido en explotador laboral. Lo ví levantar la mirada de sus documentos y me sonrió desde detrás de sus gruesos lentes de lectura. A cualquiera, esa sonrisa les recordaría a un ancianito amable y cariñoso de alguna película, para mí, era señal de peligro. Consecuentemente, me volví, tratando de huir como inteligentemente habían hecho mis compañeros de trabajo.

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