The Golden Nobleman

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The Golden Nobleman

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Regina

Ví los árboles pasar, el cielo estaba nublado y, ¿alguien me explica porque todo parece más azul aquí? Acababa de cruzar el letrero de bienvenida Forks con su exuberante cantidad de habitantes del señor Carlisle y sus cinco ovejas. Suspiré. Estaba tan cansada. Aunque no era raro que los millonarios se retiraran a lugares inhóspitos, este buen hombre sí se había pasado. Un vuelo de casi 9 horas y un interminable viaje en automóvil después, mi dolor muscular lo resentía. Mucho. A él y a sus condenadas ovejas.

Con un movimiento de cabeza, observé las instrucciones de mi jefe en el teléfono, el dichoso señor Cullen se reuniría conmigo en el restaurante frente a la posada para la hora del almuerzo. Fruncí el ceño, confundida. Era raro que un cliente quisiera pasar tanto tiempo con un abogado como para completar un almuerzo. Bueno, el señor Ferguson dijo que era su amigo, quizás esto estaba planeado sin mí. Lo lamento estimado señor Cullen. Me tiene a mí.

En el prolongado silencio, miré por la ventana, observando las casas pasar, no muchas después, estamos frente al Ayuntamiento. A unos pocos metros, se detuvo el vehículo.

– Llegamos, señorita – anunció el conductor–. Déjeme bajar su maleta.

Me detuve frente al pequeño edificio frente a mí. Debe ser la posada. No era especialmente pequeño, ni especialmente grande. De cualquier forma, no creo que este pueblo reciba las suficientes visitas como para llenarlo. Con una sonrisa social, le agradecí al conductor y le di su merecida propina, hablo mucho normalmente y el pobre hombre había sufrido de mi mal hábito la primera hora de viaje. Mi maleta era pequeña, así que la moví sin cuidado para entrar. Del otro lado de la puerta, había una pequeña sala con un escritorio y un par de sofás, que hacían de recepción. Detrás de dicho escritorio me encontré con los ojos de una mujer de unos 60 años.

– Debes ser la niña de New York – me sonrió, levantándose de dónde estaba sentada.

La declaración me asombró, no había llamado antes de llegar. Y se vé que fue obvio porque la mujer rió y continuó:

– El señor Ferguson llamó para pedir su habitación y nos dijo que la cuidaramos. Es un hombre muy agradable, vino una vez hace casi un año.

Aquello me asombró más. Ni siquiera estaba al tanto de que mi jefe cuna de diamante supiera cómo hacer una reservación. Me reí, era lindo que haya hecho eso. Los japoneses tienen un nombre para lo que me genera ese hombre de vez en cuando: gap moe. No les diré, googleen. En serio, háganlo, lo volveré a utilizar y no pienso explicar. De cualquier forma, esto constituye un punto a favor más para mi casi amable jefe. Y me lo va a cobrar.

– Buenos días –sonreí–. Sí, soy yo. Regina Hamilton –extendí mi mano para saludarla, a lo que ella correspondió–. El señor Ferguson es mi jefe. Agradezco la amable bienvenida.

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⏰ Última actualización: Jan 24 ⏰

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