XI

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- ¿Se puede saber a qué vino todo aquello? – comenzaba el interrogatorio.

- Solo quiero llegar a casa, darme un baño, comer algo y descansar, ¿lo crees posible? – me recosté al asiento del taxi.

Me miró con el ceño fruncido y sabiendo que no hablaría, imitó mis movimientos dejándose caer contra el asiento.

El viaje fue largo, quizás en otro momento le hubiese disfrutado como siempre hago cada que hago viajes largos. Pero la mirada recriminatoria de Bryan en la cueva cuando me soltó toda su ira, no me dejaba de rondar en la cabeza.

- Espero y tengas alguna explicación coherente para que te pusieras de su lado.

Ignoré su comentario y seguí dejándome inundar por mis pensamientos.

Para cuando llegamos al hotel se había hecho mediodía.

- ¿Podrás estar lista en media hora? – preguntó Erick nada más bajar del taxi.

- ¿Para qué?

- Tenemos trabajo – dijo dándome paso a entrar primero al lobby.

- Estoy fuera y espero que tú también lo hagas.

- ¿Bromeas, cierto?

- No.

- Lucrecia – me tomó del brazo deteniendo mi marcha – dime que estás bromeando.

- No hermanito, no bromeo, hablo muy en serio.

- ¿Me estás jodiendo? Tú dijiste...

- Sé perfectamente todo lo que dije en su momento, pero esta, créeme, no es la mejor vida, no es la vida que merecemos.

- Luz... – se acercó un poco más a mí.

- Ya es hora de detenernos hermanito.

Seguí avanzando hacia los ascensores, Erick simplemente me dejó ir, no miré hacia atrás por lo que solo podría imaginar su rostro de desconcierto.

Tal como planeé, así hice.

Entré a la habitación y lo primero que hice fue tomar un baño, quizás estuve en la bañera por una media hora o puede que más. Solo salí cuando sentí que no lloraría más, al menos no por hoy.

Me vestí con ropa interior y la bata de baño y seguido me dejé caer sobre el suave colchón.

Cerré mis ojos pero sabía que no me quedaría dormida.

No paraba de pensar en lo que me había dicho la doctora sobre regresar a mi punto de partida, tampoco salía de mi mente Bryan, sin hablar de la escena aflictiva de mi madre.

Puede que Erick ahora no lo entienda, pero la decisión de no seguir con lo que hacíamos era por su bien, por el de ambos.

Abrí una de las gavetas de la mesita de noche de al lado de la cama, al final, resguardada del alcance de cualquiera, estaba una pequeña Biblia. Pasé mis dedos por sobre su portada, como si le limpiara del polvo invisible. Le abrí justo donde la pequeña separación de sus hojas me permitía, ahí estaba una foto de mi hermosa familia, la última foto que nos tomamos ese año antes de irnos de casa, la última foto como familia frente a nuestra casa.

Todos sonreíamos a la cámara.

Nos fusionábamos en un eterno abrazo que quedaría congelado en un pedazo de papel.

Las lágrimas que contenía, que creía no volverían a salir, corrieron libres por mi rostro.

Me levanté de pronto y fui directo al armario de donde saqué toda mi ropa y comencé a lanzarla dentro de las maletas.

RivalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora