Cuando el amor tiene los días contados.

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Como cuando te sientas en el alfeizar de la ventana en una sombría tarde de otoño a contemplar la caída de las últimas hojas secas, esperas pacientemente a que todo vuelva a ser como antes. Te limitas a observar como todo se viene abajo, como se desvanece la vida y llegan las nubes tormentosas. Caen como recuerdos, dando vueltas guiadas por el viento, dibujando sendas en medio de la nada hasta caer al suelo. Una tras otra, tus esperanzas se marchitan.
Llega el duro invierno. Ya aquellas hojas han desaparecido, dejando desnudos tus sentimientos, hiriéndolos, desprotegidos. Te mantienes inmóvil, debilitándote día tras día, anhelando la ansiada primavera.
Cuando al fin llega brota en ti un rayo de esperanza, cálido como el sol que asoma, haciendo aparecer en aquel árbol de tu jardín pequeñas hojas de esperanza. Iluso, eso eres.
Nos creemos que la relación volverá a ser la misma, pero nunca lo será. Nos tienen engañados, nos enseñaron a creer que "el amor lo puede todo". Mentira.
Te encuentras confuso, empeñado en volver el tiempo atrás, en borrar cada discusión, el distanciamiento. El abismo es cada vez mayor, mas te aferras a la esperanza pues es lo único que te queda. El espejismo de un amor que era, el recuerdo de la felicidad te ciega.
¿Le temo al amor? En cierto modo. He experimentado el sentimiento amargo al querer reparar algo que tiene las piezas rotas, algunas incluso perdidas. No hay manera, desesperas.
Es por esto que ya no quiero amar, no quiero dejar de ser yo, dejar de ser feliz.
Duele volver a revivir la misma historia una y otra vez, aunque ahora no eres una marioneta, esta vez quedas perplejo, un mero espectador. Te sientas a observar la frustración en una cara amiga, a secar sus lágrimas e intentar calmar su llanto. Sabes que por mucho que lo intentes, por mucho que aconsejes no escuchará tus palabras, pues el tupido velo no le permite ver más allá de su ser amado convertido en bestia.
Debes limitarte a ver como, una vez tras otra, se lanza al vacío para darse de bruces contra el suelo. Sonreír con tristeza en el instante que cree poder volar, cuando siente que todo es posible. Sólo te queda esperar pacientemente en lo más profundo del abismo una vez más para ayudarle a levantarse.
Sentirse inútil por no poder hacer nada, desesperanzado. Ahora eres tú el que se asoma a aquella habitación oscura de antaño, y lo único que puedes hacer es llevar una manta con la que cubrir su cuerpo helado, llevarle algo cálido que le mantenga con vida mientras, con la mirada perdida, se limita a mirar por el alfeizar de la ventana.

Reflexiones de una mente caótica.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora