Capítulo 1

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Ser detective en New York era como sobrevivir dentro de una jungla frondosa con apenas un repelente para mosquitos y una bengala.

El repelente para mosquitos eran las leyes que te amparaban al ser detective, es decir, una mierda; y la bengala es la representación de nuestra arma de fuego que si la usábamos podríamos desatar el caos a donde fuéramos. Si prendes una bengala dentro de una jungla es probable que inicies un incendio forestal y si usas un arma en algún operativo es muy probable que mates a alguien o inicies un tiroteo.

Y yo siempre iniciaba un tiroteo.

—¡Cubre tu trasero alemán! —agitado por la persecución, le grité a mi compañero jalándolo del brazo y adentrándonos a un edificio abandonado.

Los disparos no llegaron a alcanzarnos, pero sí impactaron en la puerta metálica que conducía a nuestro improvisado resguardo. Agarré con fuerza el brazo de Nico y lo arrastré escaleras arribas con él siguiéndome el paso, casi igual de desesperado que yo. Sentíamos que las balas estaban más lejanas, su impacto sonaba tenue y decidimos ocultarnos detrás de unas grandes columnas de concreto para recargar balas y tomar un respiro.

—¡¿Qué carajos acaba de pasar?! —cuestionó exaltado, pero aún con la voz baja para evitar ser escuchados—. Sergio, dime por favor que llamaste a los refuerzos. Esto se ha salido de control, tenemos a... no sé quién carajos sean ellos, pero se ven muy peligrosos.

—Si, los llamé hace un rato, antes de que nos descubrieran —trate de regular mi respiración, estaba agotado y tenía miedo de que nos volvieran a descubrir—. Escucha Nico, creo que no debimos aceptar el caso de Zhou. ¡Esto es una locura!

—Ni me lo digas —me miró con un severo arrepentimiento—. Mira, solo tenemos que esperar a que venga el equipo y salimos con nuestros traseros a salvo. Dejamos el caso, lo archivamos y hacemos como si nada hubiera pasado.

—Que buena idea —asentí convencido.

Nico y yo nos recostamos en el frío muro de concreto con nuestras armas en las manos, atentos a cualquier intruso que apareciera en la escena. Nuestras respiraciones eran agitadas, pero estaban siendo reguladas debido al poco descanso que estábamos teniendo en ese momento.

Las cosas se habían agravado, habían escalado tan rápido que no sabía en qué momento mi compañero y yo ahora éramos buscados por unos distinguidos criminales con lujosas armas y extraños tatuajes. Fácilmente podrían ser los Yakuzas, aquella mafia japonesa, pero la diferencia era que estos criminales no eran asiáticos y nosotros no habíamos irrumpido en el barrio chino que había por aquí.

No, nosotros solo habíamos seguido los rastros que recopilamos de un movimiento extraño sobre contrabando en las afueras de New York, más precisamente en el terminal de embarcaciones internacionales. De ahí, Nico y yo subimos a nuestro vehículo super discreto para seguirlos de nuevo dentro de la ciudad y parar en un centro industrial abandonado. Lugar donde ahora estábamos, rezando por nuestras vidas.

—Si salimos con vida, mi esposa nos está esperando con una rica lasagna —comentó Nico asomando con cuidado su cabeza fuera del muro para ver si seguíamos solos—. Así que ponte a rezar el padre nuestro en español para que Dios nos escuche mejor.

Lo peor era que, por más loco que sonara, si funcionaba.

—Espero que Egle preparé suficiente lasagna porque de la ansiedad comeré dos porciones extra —confesé y Nico me miró con diversión—. Ya, me pondré a rezar. Padre nuestro que estás en el cielo...

No era la primera vez que estábamos metidos en este tipo de situaciones, de hecho, desde que pise la estación de detectives de New York y me asignaron como compañero a Nico Hulkenberg, parecía como si mi vida fuera un constante sube y baja de adrenalina por los tremendos líos que nos ganábamos en cada caso que íbamos a investigar.

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⏰ Última actualización: Dec 02, 2023 ⏰

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