En las sombras de Verdún, donde la niebla se mezclaba con el lamento de la guerra, Jean caminaba junto a Michel y un grupo de soldados, todos liderados por un oficial al mando. La tensión en el aire era palpable, y el estruendo de las explosiones resonaba como un trágico eco.
—Mantengan la formación, chicos. No sabemos qué nos espera. —El oficial al mando, con la mirada fija en el horizonte humeante, compartió instrucciones con determinación.
Michel, su amigo cercano, caminaba a su lado. En silencio, sus miradas se encontraron, transmitiendo una comprensión que solo aquellos que compartían la carga de la guerra podían entender.
La tierra, marcada por la violencia reciente, se extendía ante ellos como un campo de batalla donde la muerte y la vida coexistían en un equilibrio frágil. Entre ruinas y sombras, avanzaron hacia lo desconocido.
El sonido de pasos resonaba en las trincheras, acompañado por susurros de compañeros que compartían el mismo destino. Cada sombra, cada rincón oscuro, era una promesa de peligro inminente.
—¡Fuego enemigo! ¡A cubierto! —el grito resonó cuando las balas silbaron a su alrededor.
El caos se desató, la niebla del combate nublaba la visión y el humo se entrelazaba con la desesperación. Entre la confusión, Jean experimentó de nuevo la cercanía de la muerte. Una explosión cercana lo arrojó al suelo, el estruendo ensordecedor eclipsando temporalmente su entorno.
Michel, con mirada ansiosa, se apresuró a su lado. Entre la humareda y los ecos de la batalla, se encontraron cara a cara con la realidad implacable de la guerra.
—Jean, estás bien. ¡Maldición, pensé que te habían alcanzado! —Michel, con alivio evidente en su voz, ayudó a Jean a ponerse de pie.
—Estoy bien, Michel. Solo un recordatorio de lo frágil que es la vida aquí. —Jean miró a su alrededor, el paisaje desolado resonando con la tragedia que acababa de ocurrir.
A medida que avanzaban entre los escombros, el recuento de bajas se hacía evidente. Cada compañero caído dejaba una brecha en el grupo, una ausencia que pesaba más que las mochilas cargadas de recuerdos.
Al final del día, con la oscuridad cayendo sobre el campo de batalla, Jean sintió la urgencia de visitar a Louis en el hospital. La niebla se espesaba, como un manto que cubría tanto las victorias como las pérdidas de la guerra.
En el silencio del hospital, donde los gemidos de los heridos se mezclaban con susurros apagados, Jean se acercó a la cama de Louis. La fragilidad de la vida se reflejaba en la palidez de su amigo, pero también en la chispa de determinación que aún brillaba en sus ojos.
—Louis, estoy aquí. —Jean, con voz suave, rompió el silencio.
—Jean… la guerra no nos dará tregua, ¿verdad? —Louis miró a su amigo, su expresión reflejando una mezcla de resignación y esperanza.
—No, pero nosotros nos daremos tregua. Juntos enfrentaremos lo que venga. —Jean, con la mano sobre el hombro de Louis, compartió un gesto de solidaridad en medio del caos que los rodeaba.
En las sombras del hospital, Louis seguía siendo la luz amigable para aquellos que lo rodeaban, aunque la depresión pesara en su alma.
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Siluetas En La Niebla
Science FictionUn joven francés se sumerge en la Primera Guerra Mundial, donde descubre la complejidad de la amistad y el amor en medio del caos y la desolación. Sus expectativas de un final feliz se desvanecen ante la cruda realidad de la muerte y la destrucción.