Nada. Al abrir los ojos no hay nada.
El pulsar hirviente en su craneo no para, aumenta. Nadie esta delante suyo. Su cama está vacía. La soledad invade los tejidos que unen sus huesos. Las reminiscencias del sueño trastocan los rincones de su memoria, le hacen recordar algo que ya no existe, que solo habita en las profundidades de las sombras del pasado . No hay ni lavandas, ni compresas, ni un nombre olvidado que perfora los huesos de sus craneo. Que performa la masa cerebral reduciéndola a nada.
La cama se siente fría bajo su cuerpo y la cabeza gira. Como una serpiente devorando su cola, su cabeza se autodestruye en dolor y recuerdos muertos.
Suguru no está a su lado. A diferencia de aquel pasado, de aquel momento en el cual se quedó dormido tras el roce de su mano, está solo. La cabeza le retumba, parece estallar en el resonar de una caja hueca. Y aprieta los dientes, se esfuerza por levantarse y alejar aquella serie de recuerdos infructuosos.
Fue un sueño.
No volverá a pasar jamás, la unión entre los dos se destrozó, ya no hay un ellos. Por eso aprieta los dientes y se levanta. Se levanta sintiendo sus fuerza caer, desfallecer ante las molestias encefálicas.
Frío.
Todo es una capa fría de dolientes carámbanos. Su boca desprende un leve vaho, hace poco ha iniciado el otoño y tiene frío. Su mente intenta razonar otro tipo de ideas además del latiente dolor y el insufrible frío. Tiene trabajo, tiene cosas que hacer. Debe continuar y deja junto a las sábanas aquel sueño.
Las sábanas blancas, el viento frío, la soledad latente.
Al verse al espejo lo primero que siente es una espina que le perfora el pecho y la cabeza por igual. No es un buen día, no hay nada para él aquella mañana y quisiera hundirse nuevamente en la cama a esperar que aquel malestar se le pase. Solo quiere descansar un poco y olvidar. Pero se recuerda que no puede y busca entre los productos de baño algún tipo de remedio que ya sabe que no va a funcionar. Al menos un placebo. Algo que le haga tener una esperanza, aunque sea vana, de que todo va a desaparecer.
•••
Cree que es curioso. Es gracioso... gracioso y cruel. Una puñalada directamente en la cabeza. Es gracioso que ese día que ha soñado con él perciba su presencia, es gracioso que mientras habla con el director justamente aparezca en el cielo. Gracioso, cruel, curioso. Muy dolorosos. El director se va y él aprovecha ese pequeño suspiro para tocarse la cabeza, para recordarse que debe continuar aunque el dolor haya aumentado desde la mañana y saber que nada se lo va a quitar. Es más, es probable que aumente y su corazón late en una sinfonía desesperada y triste. Quiere evadirlo, esconderse y jamás verlo de nuevo. No tiene la fuerza, como en aquel tiempo no tuvo la determinación de crear un color mortal. Y se resigna al final le queda ir, porque sabe de sobra que Suguru jamás iría a la escuela sin saber de antemano que tiene una oportunidad para ganar.
Doce años en un parpadeo. Y la sonrisa de Suguru lo congela, pese a ser el hechicero más fuerte ante su sonrisa y su nombre, su nombre recitado como un como juego sonoro no puede hacer nada. Suguru y los años le han favorecido y se ve joven y saludable y alegre y... doce años. Su cabeza vuelve a vibrar, a romper y despedazar el flujo de sus pensamientos. Nada tiene sentido, solo quiere irse y descansar, hacer que el dolor se detenga.
Sorprendente pero no puede sonreír, no se le ocurre nada interesante e ingenioso. No puede hacerlo, porque ante Suguru solo es un manojo de inseguridades y tristezas. Suguru es la prueba de que no puede hacer todo lo que se proponga. Ni siquiera salvar alguien que se ha amado mucho.