Ain't No Sunshine | Peaky Blinders²

Mad Hatter

Le doy otra calada profunda a mi cigarrillo, al punto de que comienza a quemar mis dedos, y retengo el humo en mi interior. Mis ojos están cerrados y tiro de la falda de mi vestido, soportando las ganas de taparme los oídos, me muerdo la lengua para no gritar. Aguanto con todas mis deseos de silenciar el llanto de mi hermana, que lleva al menos varias horas sollozando.

El único sacerdote que queda en Birmingham se marchó en cuanto acabó de recitar sus pasajes fúnebres y nosotras dos somos las únicas personas vivas en el cementerio. Incluso la Sra. Stenson se marchó en cuanto el sol se ocultó, ya que el duro frío invernal burla con facilidad los abrigos de pieles. 

Abro los ojos y observo con detenimiento a Faith, que está de pie frente a la tumba de nuestra madre, llorando a mares. Su pequeño cuerpo se sacude con temblores y tanto su nariz como sus ojos están enrojecidos. Mientras tanto, yo estoy a varios pies de distancia, sentada sobre la tierra húmeda y recargada en la parte trasera de una lápida desconocida, con la cara seca y una frialdad que me tranquiliza y aterra en partes iguales.

Honestamente, mi única preocupación en este momento es el bienestar de mi hermana. Mi dulce y frágil Faith, a quien se le desmorona el mundo bajo sus pies. Y sólo me tiene a mi para sobrellevarlo, a alguien incapaz de derramar una lágrima por su madre muerta. 

En el interior de mi cabeza, tan vacío y lleno a la vez, retumban constantemente las últimas palabras de Charlotte Masen. Murió como mejor la recuerdo, destilando veneno, maldiciendo mi existencia y deseándome la desgracia eterna. 

"Hasta que el Sol se apague, la Luna se caiga y los mares se sequen".

Una carcajada brota de mi garganta junto con el humo de mi cigarrillo. Es involuntaria y duele mas que un llanto desgarrador. Me quema el interior e impide que pueda ver, o quizás eso es por las lágrimas que caen de mis ojos. Es estruendosa y discordante con el ambiente lúgubre que nos rodea, pero logra detener el interminable llanto de mi hermana.

No sé cuanto tiempo dura hasta transformarse en sollozos. La colilla del cigarrillo cae de mi mano y solo soy capaz de abrazar mis rodillas, ocultando mi rostro desfigurado por el dolor al mundo. Mi cuerpo no deja de sacudirse ni cuando Faith se arrodilla a mi lado y me abraza con toda la fuerza que puede reunir su desgarbado cuerpo. Y lloro, lloro hasta que mi voz muere y mi cerebro late contra mi cráneo. Sin embargo, no lloro por mi madre, lo hago por miedo al monstruo que no deja de crecer en lo mas profundo de mi ser.

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-Señorita, disculpe, señorita- llama la enfermera, pero Eleonora no aminora el paso, por lo que no le queda otra opción más que correr para igualarla-. El señor Shelby tiene visitas en este momento- informa.

La pelirroja se detiene abruptamente y sujeta con fuerza su bolso. Ella sabe que quién fuera que sea, no es parte de la familia, ya que planeó con los Shelby que sería la encargada de vigilar a Thomas en las mañanas.

-¿Quién es?- inquiere, inquieta.

La enfermera, con quien ha interactuado desde que a su jefe lo apalearon los italianos, mira a su alrededor antes de inclinarse y susurrar.

-No dijo su nombre, pero usa un bastón y dijo que vino por orden del Rey.

Nora asiente, pensativa, antes de sonreírle.

-Esta bien, puedes volver a lo tuyo- la despide y continúa su camino hasta la sala donde descansa Thomas. 

La muchacha, no del todo segura, suspira y regresa a su puesto con el resto de sus compañeras. En cambio, la contadora de la familia Shelby se detiene frente a las puertas cerradas de la habitación en la que se recupera su vecino y abre una de ellas con cuidado, lo suficiente como para echar un vistazo sin llamar la atención de los hombres que están dentro. Su mano se adentra en su bolso, en busca del revólver que recibió en su cumpleaños por parte de John, que ha mantenido cerca desde el ataque.