Aquel día que se desarrollaba, como uno más, en la vida de la chica deprimida, siendo este lluvioso, oscuro, frío, y, simplemente, lamentable, hacía juego con el estado de ánimo de la joven muchacha, la cual se encontraba de un humor de perros; de cierta forma, el anonimato de tantas sombras, y la llovizna pesada, que se cernían sobre ella, empapándola por completo, escondiéndola de las palabras de los demás, de la curiosidad de indeseables, de la mirada acusatoria de aquellos que no tenían ningún derecho a juzgarla, ni a ella, ni a sus decisiones, a los que, realmente, no les importaba si decaía o no en la desgracia. Por ello, la protección indirecta de dicho clima la provocaban encontrarse, por una vez, relajada, aún habiendo alguna que otra persona a su alrededor; si comparaba con como se había estado sintiendo hasta casi hacía nada, los números positivos subían, para variar.
Y es que la chica que se esconde, la chica que no habla, a menos que lo vea oportuno, la que no tiene confianza, la que no se mira al espejo, porque sabe que lo que encontrará no le gustará, porque, en el fondo, odia, se odia, a la situación, a sí misma, a la posición en la que se encuentra, eso es lo que, verdaderamente, la asquea; y todas esas cosas, que no son buenas, son ella, y la aterran.
Le aterra el hecho de seguir un camino que no es, ni nunca será, suyo, por relegar a su madre en un futuro lejano, uno incierto; pues, aún si disfruta siendo una kunoichi, ella no se ve como un ser superior, sino como otra más, y eso es lo que los demás no entienden, que, los rumores que dice la gente, no tienen que ser, necesariamente, ciertos, que no son verídicos; no es superior a los demás, es fuerte, si, tiene habilidades extraordinarias, fuera de lo común, claro, pero todo es pura genética, no un esfuerzo que haya realizado ella, por lo que, de su propia boca, varias veces salió, cuando estaba sola, en momentos en que sus progenitores estaban totalmente ocupados, y no podían estar ahí, haciéndole compañía, que merecía perderlo, que no merecía tenerlo; su inseguridad seguía creciendo.
Sabe, muy en el fondo, de dentro de su mente, aunque nunca lo admitirá en voz alta, por el miedo a ser juzgada, que no los merece: que no es digna de unos padres así, siempre tan pendientes de su hija, siempre tan cariñosos, tan comprensivos, buscando la mejor manera en todo momento de ver su sonrisa, de intentar hacerla partícipe de actividades, que, si bien, en un inicio, no la llamarían, ellos sabrían a la perfección que, al final, le gustarían.
El camino se le hace más tortuoso de lo normal, seguramente por como se encuentra, y el hecho de que sus recuerdos no le estén haciendo ningún tipo de bien; al entrar a su casa, siente que el mundo se le cae encima; aparta la mirada, cuando su madre la observa, al ir a recibirla, como siempre, con su ya característica calurosa sonrisa, borrándose esta de golpe al contemplar la expresión de la pequeña adolescente, sabiendo ya, a la exactitud, como es que se encuentra su niña, y el porqué; tiene esa extraña habilidad, heredada, quizás por ser su madre, de conocer cuando es que no se encuentra bien, o quizá sea también, porque, forma parte de su personalidad, pues, a fin de cuentas, sigue siendo Naruko Uzumaki, una mujer transparente, que conoce perfectamente el dolor que puede llegar a pasarse; su madre es hija de su abuela, Kushina, de la cual siempre dice su progenitora que le recuerda bastante, y, evidentemente, la madre de una madre siempre termina por sacar algún rasgo de ésta.
-Mamá..., necesito..., un cambio.., no puedo seguir así..- dichas palabras, casi murmuradas a los cuadros de la entrada, le cuestan todo un mundo pronunciarlas, de hecho, las reflexiona mucho antes de animarse a lanzarlas o no: no le gusta preocupar a nadie, y, mucho menos, a ella, Hokage, y su madre, ni tampoco su padre, un hombre que la entiende también, que la hace sentirse reconfortada, pues, en carácter, en esos momentos en los que se derrumba, y no puede salir de ese agujero por sí misma, que, además, cada vez, se la va tragando más y más, es más similar a él, por lo que, se siente más cómoda a la hora de expresarse, porque su progenitor conoce perfectamente la razón de su malestar, y ella puede sentirse liberada al dejar de retener su dolor-.
La adulta esboza una sonrisa, que busca tranquilizarla, ella misma a veces no sabe como actuar con respecto a su hija, pero es su tesoro, la niña de sus ojos, y estará dispuesta a todo, con tal de que su sonrisa aparezca nuevamente.
- Mais, es una buena idea, ¿qué habías pensando cambiar?- Le responde con todo el amor maternal que una madre es capaz de proporcionar a su retoño, apoyando su mano en el hombro de la azabache, queriendo hacer que se sienta más a gusto con sus propias palabras-
-quizás.. podría empezar.. por el pelo..- murmura, un tanto cortada, proponiéndoselo más a ella misma que a la oji-azul; ésta cierra los ojos al sonreír, le da la mano, de una forma que le hace sentirse más cómoda y la guía a la planta superior, sin soltarla, ni la chica tampoco. Ciertamente, la calidez de las manos de su progenitora le recordaban a cuando estaba enferma, y la de cabellos rubios, sin pensárselo dos veces, se pasaba el día, o el tiempo que fuese, mimándola, cuidándola, y haciéndola sonreír, luego, claro está, terminaba por contagiarse, pero eso no le quitaba sus risas cuando algo la divertía, o en el momento en que se sentía alegre.
La Uzumaki siempre era feliz, una persona espontánea, sincera, abierta, honesta y confiada, no temía a nada ni a nadie, y para la pequeña Uzumaki-Uchiha era algo de total admiración, deseaba, algún día, poder ser más como ella en ese aspecto.
Una vez que se hallaban ambas en el baño, la de cabellos recogidos comenzó a sacar muchos tintes de pelo, sorprendiendo esto a la menor, que no se lo esperaba; se le escapó una risa suave por aquello, porque, en el instante en que a Naruko le daba por guardar algo, enseguida le daba fuerte y procedía a guardar a diestra y siniestra todo lo que considerase oportuno; era una cualidad de su progenitora que nunca dejaría de sorprenderle, ni de hacerla reír.
Finalmente, tras mucho tiempo, se decantó por un morado oscuro, pero brillante, y llamativo, de cierta forma; tiñó, con la ayuda de la Uzumaki mayor, su flequillo abundante, esperando tras ello el tiempo necesario para lavarse este, quedando mojado, y teniendo que secarlo.
Naruko lo secó con parsimonia, sin alterarse, aunque el secado llevase su buena casi hora; ella canturreaba, acariciando con amor su pelo, haciendo que la niña casi durmiese por la calma que sentía. El resultado de aquel tiempo empleado la hizo sonreír, mirándose en el espejo, viendo a una Mais distinta, una Mais más segura, una Mais que había abierto su propio rumbo, con aquel pequeño acto; se acomodó el cabello teñido, que todavía estaba templado, y se ofreció a sí misma una sonrisa, una verdadera.
La de tez bronceada no podía dejar de sonreír, estaba segura que, cuando su marido volviese, y viese por sus propios ojos la seguridad que se reflejaba en su hija, no podría evitar una sonrisa.
Abrazó a su niña, mirándose ambas, en ese espejo, que siempre había tratado de evitar, viendo la pequeña de mirada azulina algo real, por primera vez, reflejado en aquel cristal, que parecía decirle, sin palabra alguna, que ella era más, y que solamente debía hacérselo llegar a su subconsciente.
Era cuestión de tiempo, y de esfuerzo.
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𝐼𝓃𝓈𝑒𝑔𝓊𝓇𝒾𝒹𝒶𝒹
FanfictionPorque, sobre la pequeña Mais, recae una gran responsabilidad, tanto, o, incluso más, que las de sus propios padres. Todos dicen que ella será la sucesora de su madre. Y la joven, hija de la Gran Séptima Hokage, no quiere eso. Quiere ser distinta. ...