No se mamen, de verdad que aprecio el momento donde los empecé a shipear.
PD: El arte de la portada le pertenece a @Deltanpopo y el del separador a
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Desde su nacimiento jamás se le dio la oportunidad de mostrar debilidad o mostrar interés por algo que fuera considerado "inferior", siempre siendo criado con estrictos estándares y lineamientos qué no debía romper. Entre ellos, se incluía, no hablar ni preguntar de más por el tema de las almas gemelas.
Al principio no preguntó nada, sin embargo, entre más crecía, más curiosidad mostraba por ese tema. Principalmente porque el hilo rojo atado en su dedo anular estaba roto. Y no podía evitar preguntar el porqué de esto.
¿No se suponía que todos en el mundo estaban destinados a alguien en específico? ¿Qué tan desgraciado tenía que ser el universo para impedirle algo así?
Él era capaz de absolutamente todo. Le parecía absurdo y hasta ridículo como el universo le negaba algo que era suyo por derecho. Y, por muchos años, pensó eso hasta que en algún punto en su adolescencia comenzó a darle un poco igual.
Por supuesto que esa pequeña espina seguía incrustada en algún lugar en su mente, sin embargo, poco a poco la iba olvidando.
Así pasó bastante tiempo.
Hasta que en algún momento comprendió qué ese era el precio por ser el más fuerte.
Y lo aceptó.
Así, a sus 28 años de edad, como maestro en la escuela de la hechicería y con amigos que eran contados por los dedos de sus manos, no podía evitar sentirse tan raro. Veía por donde veía, todo el mundo estaba junto a su alma gemela, absolutamente felices de poder entrelazar aquel dichoso hilo rojo del destino.
Y, aunque no quería darle más vueltas al asunto, no podía evitar sentir ese vacío en su pecho qué se había esforzado en ocultar por años.
—¿Sigues pensando en lo mismo?
Una voz femenina interrumpió sus pensamientos.
—¿Pensar en qué?—preguntó con su voz socarrona, volteando a ver a su amiga.— No sé de qué hablas, Shoko.
Escuchó el suspiro salir de los labios de la ojerosa mujer mientras rodaba ligeramente los ojos.
—Hazte el tonto si lo prefieres.
—Lo haré, tenlo por seguro.—bromeó con esa sonrisa tan característica.— Tomaré una pequeña siesta si no te importa.
Sin mencionar nada más dirigió sus pasos fuera de la habitación, tomando entre sus dedos, la perilla de la puerta de aquel salón tan vacío.
