2. La lettre Écrasante

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     Pasaron los días y llegó la semana en la que se realizaba el baile del reino Grogopia, gracias al dragón celestial padre aún no se había enterado que recibí una invitación para acudir.

     Baje las escaleras de palacio y me dirigí a los jardines a hacer mi plan favorito, aparte del único que podía hacer en ese lugar, leer. Llevé conmigo una infusión de camellia y un poco de pan, para darle de comer a los patos y cisnes que se encontraban en el estanque.

     Mi lectura fue cómoda y plácida hasta que Corine llegó corriendo y apurada a donde yo me encontraba.

      - ¡Nic! ¿Fuiste invitada al baile real del país vecino y no me comentaste nada? Como puedes ser tan mala amiga y cruel. -

      - ¿Cómo te has enterado? - pregunte entre gritos.

      - Belmont limpió tus aposentos mientras te encontrabas aquí y en uno de tus cajones encontró una carta que lo afirmaba. - comentó mirándome con duda.

     - Merde, merde, merde... ¿Se la enseñó a padre? - pregunté asustada.

     - De hecho estaba de camino a hacerlo. ¿Pasa algo? ¿No querías asistir? -

     - ¡Claro que no! ¡Démons! -

    Fui corriendo al comedor real donde solía estar Belmont, deseando que siguiera allí para detenerle antes de que le entregara la carta a padre. Pero como era de esperarse no estaba allí, el mundo se me vino abajo y cambie de rumbo. Fui corriendo hacia la alcoba de padre, esperando encontrarme al mayordomo yendo de camino. Con mi suerte de que choque con alguien frondoso y caí de espaldas al suelo.

      - Merde... ¡Mire por donde va! - comenté abrumada.

     - Siento decirte que eso debería decirte yo a ti, no se debe correr por los pasillos, es una regla de palacio. - comentó entre una sonrisa.

     No sabía quién era ya que no levanté la vista y sólo veía sus zapatos, pero no era muy difícil de distinguirlo. Esas botas negras, brillantes como el poder del dragón celestial y llenas de detalles de oro... No podían ser de otra persona.

     - Christophe... - comenté con desagrado.

     - Hola hermanita, ¿A donde vas con tantas prisas? -

      - Eso es algo que no te incumbe, y aún que lo hiciera no tendría intención de contarte. -

      - Uy... Que humor de lobos... ¿Qué le sucedió a mi queridísima y preciosa hermanita para que hable de esa forma tan desapropiada y desagradable? Déjame adivinar... ¿Se te rompió una uña? ¿Tu personaje favorito de los estúpidos libros que lees murió? Eso es posible... Eres muy intensa. -

     - Cierra la boca y métete en tus asuntos Christophe. -

     - Me meteré en tus asuntos las veces que yo quería hermanita. ¿Te suena esa frase? La escuché de una estúpida niñata con aires de superioridad. - comentó con una sonrisa ladeada y soltando una carcajada.

      - Vete al infierno. -

     - Después de ti hermanita, las damas primero. -

     Me levanté del suelo y él me empujó levemente con el hombro a su paso mientras se iba por el largo pasillo. La ira invadió mi cuerpo haciendo que se me olvidará el porqué estaba allí. ¡La carta!

     Seguí el pasillo corriendo en busca de Belmont, pero fue en vano. Llegué donde se encontraba padre y la voz del mayordomo provenía de dentro de la sala. Había llegado tarde, unos gritos familiares provenían de dentro, como vi que llegaba en mal momento intenté irme a escondidas esperando que nadie me oyera, eso fue justo antes de que la puerta se abriera.

Reino de Mentiras (Ryomengo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora