La nieve de épocas navideñas sobre la ciudad de Hakone, situada en Japón, acompañaba los innumerables adornos coloridos.
Arboles cubiertos por luces y pocos automóviles que se dirigían a una fiesta familiar.
En una esquina solitaria a altas horas de la noche, un universitario sostenía una bolsa desechable con comida adentro y su mano izquierda sostenía el celular.
El invierno lo hacía llevar un abrigo amarillo con borde negro, una bufanda de diseño cuadriculado gris y bruno, guantes negros y un gorro de algodón igual al abrigo.
Sintiendo su cuello congelarse sujetó un pliegue superior de la bufanda posicionándolo frente a la boca y soplar vaho.
—Qué frío —expresó reconfortándose en el calor de su aliento.
Parado frente a un semáforo en rojo sus ojos azules reflejaban el tenue brillo del celular. Era una mirada nostálgica y distante.
En una conversación, un mensaje de su compañera de clase le pedía la tarea del siguiente día.
“No tuve tiempo de hacerla y la necesito. Dámela. Tú eres el listillo del salón, no confío en nadie más para esto. ¿O quieres que hable mal de ti con todos los chicos para hacerte perder amigos y que quedes solo? Sabes que puedo hacerlo, Nakamura-kun.”
«Solo por ser la chica bonita pretende tener todo fácilmente. Quisiera decirle que no, pero mi absurdo pensamiento de ser excluido y no tener amigos hasta el fin de la universidad es más grande».
“Sí. Solo espera que llegue a casa.”
Bloqueó el celular y suspiró vaho.
«Qué difícil es tratar con la chica popular del salón y que todos los hombres estén de su lado. Di que no una sola vez, y todo cambia para ti».
Miró al cielo donde estaba la luna llena y habló para sí mismo:
—Tengo que hacer la cena al llegar. Espero que mamá no haya comenzado a usar los cuchillos. La última vez cortó un poco su dedo índice.
Esa era la razón que lo tenía fuera de casa tan tarde: tener que comprar ingredientes de último momento.
Una notificación llegó al celular. Cerró los ojos y ajustó su bufanda.
«¿Otra vez Yuna-san? ¿Tan impaciente está? Bueno, no pienso responderle hasta que termine de comer junto a mis padres».
El semáforo dio la luz verde. Caminó por la nieve haciendo crujir los copos del suelo. Su nariz se ponía roja del frío.
«Mañana tengo que madrugar… Tengo que comprar la medicina de papá».
Suspiró con preocupación y agachó la cabeza.
«El dinero apenas me está ajustando. Quisiera tener un cuarto trabajo pero, los exámenes se acercan. Me están matando la cabeza y mis ojeras cada día se ponen peor».
Desvió su mirada a la ventana de un local al pasar junto a él.
«Por suerte las vacaciones navideñas se acercan. Podré aprovechar y ganar dinero para sus medicamentos. También tengo que ayudar en los gastos eléctricos. Con el constante uso de calefacción la electricidad llega más cara…».
Sonrió con torpeza y pensó:
«Creo que tendré que sacrificar mi hobby y dejar de jugar tanto por una temporada. Aumentará mi estrés no relajarme, pero beneficiará los ahorros de casa. Cambiaré mi tiempo de relajación por tiempo con mis padres. Estar con ellos también es bueno. Lo que me recuerda…».
Llegó a la siguiente esquina y el semáforo en rojo lo detuvo. Posó sus dedos cubiertos por lana bajo su mentón y pensó:
«A mamá le gusta jugar juegos de mesa en familia. Creo que si ahorro un poco y compro alguno la hará feliz. Debería ir administrando en mi siguiente pago. También tengo que cuidar a mamá y ayudarla con las tareas de casa… Ay no… Olvidé lavar mi uniforme para mañana… Y yo que quería dormir temprano hoy».
Suspiró y rascó su cabeza moviendo el gorro amarillo.
—Por dios… Y papá no ha comido nada desde el medio día. Tengo que aprender a ser más productivo. Mi tía no puede venir con constancia para enseñarle a mamá a cocinar por sí sola. De momento es mi responsabilidad ayudarla a memorizar todo para que pueda moverse libremente por la casa. Tengo que priorizar eso pero… tengo que estudiar también…
Llevó sus dedos índice y pulgar izquierdos hasta su cien y la masajeó.
—Me da estrés de solo pensar en todo. Con la mudanza beneficiamos el alquiler pero, es un nuevo ambiente para mamá. Sin mencionar que cada vez tendrá que depender más de mí ahora que está embarazada.
Entonces sonrió y una risa se expresó en sus cuerdas vocales.
—¡Por fin seré hermano mayor! ¡Voy a tener un hermanito!
Relajó el semblante y la sonrisa expresaba melancolía. Su tono se volvió bajo y dijo para sí mismo:
—El futuro luce más difícil… Tendré que gastar en vitaminas para mí también si quiero que mi cuerpo no se enferme.
Un automóvil pasó por su derecha llevando un pino amarrado en el techo. Él lo persiguió con la mirada y relajó sus párpados.
Miró al frente, justo a la nieve del concreto húmedo y resbaloso.
—Me gustaría tener un árbol de navidad alguna vez —susurró—. ¿Mm?
Captó una luciérnaga volar a su alrededor. Su luz era sutil, de un color verdoso.
—¿Qué haces fuera de tu refugio, pequeña?
Intentó tocarla con su dedo índice, pero pronto llegó una segunda y luego una tercera.
—¿Mm? ¿Hay más de una?
Luego una cuarta; quinta; octava; décima. Las pequeñas luces lo rodearon tranquilamente, pero eran tantas que se alarmó y miro alrededor.
—¿Q-qué pasa? ¿Por qué me están rodeando?
Debajo de él se creó una grieta como si el suelo se partiera. Dilató sus pupilas e intentó correr, pero su cuerpo quedó estático.
«¡¿Qué me sucede?! ¡No puedo moverme! ¡¿El suelo se va a partir a la mitad?!».
El concreto se abrió y una brillante luz esmeralda surgió del interior. Se asustó, pero no podía huir, ni siquiera gritar.
Su aspecto no lucía físico. Algunas fisuras creaban relieves de luz verde como si tuviera vida.
«¡¿Qué es esto?! ¡¿Una fractura dimensional?! ¡Solo son teorías, no pueden existir realmente!».
Las luciérnagas de alrededor, lo rodearon como un remolino intenso y su cuerpo cayó por el agujero. La caída provocó que la bolsa de comida fuera soltada.
Entonces, su voz y movimiento regresaron, dejándolo expresar su pánico con un grito.
Dentro del abismo sin fondo múltiples voces se escucharon. Eran murmullos muy altos en otro dialecto. Tan extraño le pareció, que pensó estar cayendo al infierno.
Solo pudo gritar tapando sus oídos.
—¡¡Dios perdóname por favor!! ¡¡Prometí cambiar y eso estoy haciendo, no me lleves al infierno!! ¡¡Tengo cosas que hacer en casa aún!!
El final de la caída llegó y se estrelló de costado con fuerza, como una postura ya seleccionada. Sin dolor alguno, solo sensación de impacto. No lo entendió.
Sus ojos se abrieron de pánico, se levantó gritando y retrocediendo de toda la muchedumbre que murmuraba. Eran ancianos vestidos con túnicas blancas y bufandas rojas.
«¡¿Qué demonios es este sitio?! ¡¿Quiénes son estas personas?! ¡¿Por qué de pronto todo está tan iluminado?!, ¡no puedo ver bien con tanta luz!».
La habitación era gigante. Habían dos pisos, pilares blancos a los costados y una elegante alfombra roja en el azulejo pulido. Al lado de los ancianos en túnica, se encontraban hombres con armaduras de bronce y lanzas protegiendo a un rey de pie delante de un trono.
Todos hablaban, pero no entendía nada. Uno de ellos se acercó lo más que pudo y le dijo algo; pero ni siquiera lo entendió como una pregunta.
Se levantó corriendo, pero fue detenido por los guardias. No lo lastimaron.
—¡¡Por favor perdónenme!! ¡Yo no he hecho nada y tampoco sé qué es este sitio, suéltenme por favor!
En un pasillo de azulejo fuera de la habitación, el caminar de un joven infante hacía ruido con sus botas.
Su vestimenta era similar a un traje de gala de tela exótica y dorada. Llevaba un sombrero redondo en su cabeza con una franja negra en el centro. Alrededor de su cuello, tenía un pañuelo blanco y refinado que sujetaba el manto de oro a su espalda.
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Limbúrul, la travesía de Nakamura Yuudai
AdventureNakamura Yuudai es un universitario común y corriente de dieciocho años. En una noche de invierno camino a su casa, una grieta bajo sus pies lo transporta a un mundo de fantasía, donde se encuentra con un dialecto diferente y un clima mucho más calu...