El oso de porcelana que Beomgyu me compró esa mañana de domingo no llegó siquiera a los veinte wons. Prácticamente no costaba nada. Aunque Beomgyu me hubiera dado un won cada año por mi cumpleaños, incluso me habría sobrado si compraba la figura. Podría decir que Beomgyu era un tacaño y podría tomar una actitud defensiva y enojarme con él.
Pero no estaba enojado, ni mucho menos. Por favor, ¿cómo podría? Beomgyu es... Es imposible enojarse con él. Es dulce y tiene un tacto impecable al momento de decir cosas que sabe probablemente no gusten, huele a durazno y se ríe divinamente. Tiene esta manera única y atrayente de hablar, es muy educado, tiene unos modales inmaculados y es... Es un chico excepcional. Pasar el sábado con él me había hecho sentir muchas cosas que creía ya olvidadas.
Luego llegué a casa y mis sentimientos diarios volvieron a mí de golpe cuando una iracunda Jimin me miró desde el sillón principal. Sus brazos cruzados sobre su pecho y sus labios ligeramente curvándose hacia abajo, apretados en una rabia abrasadora. Cuando mis ojos conectaron con los suyos, ardientes de ira, me sentí como un cervatillo frente a una hiena hambrienta de sangre. Sin el más mínimo chance de escapar. Tuve miedo.
— Jimin...— suspiro su nombre como si me sorprendiera verla ahí. Pero no es eso. Creo que el pavor que siento por cómo pueda reaccionar es más que obvio, lo sabe.
— ¿Dónde estabas? — directa. Concisa. Me dice lo necesario y lo que quiere saber, eso es incluso más aterrador. Me están temblando las piernas y ni siquiera me siento capaz de moverme.
— Estaba... con Beomgyu. — Jimin sabe que yo no soy un Santo, y no lo niego porque yo también lo sé. Me conozco. Pero ella no tiene razones para desconfiar de Beomgyu, que es el monaguillo del Padre Jeong y jamás haría nada en contra de nadie. Pero Jimin no conoce a Beomgyu... Yo tampoco, sin embargo.
— ¿Estabas con Beomgyu? — repite, yo asiento. Se levanta mientras suelta una risa amarga y sínica que me aprieta el pecho. Da pasos lentos, pero sonoros. Los tacos de sus zapatos altos hacen eco por todo el salón y siento como si me tuviera secuestrado, como si ella estuviera a punto de torturarme hasta que le diga lo que quiere oír. Se acerca tanto que debo ajustar mi mirada para verla. Es un poco más alta que yo. Mis labios tiemblan. Le tengo miedo. — ¿Por qué?
— Yo...— no sé qué responderle. La bolsa que tiene la figura de porcelana pesa en mis manos, detrás de mi espalda porque no quiero que la vea aunque a ella la existencia de esta parece tenerla sin cuidado. Me mira tan fijamente que realmente me siento como si hubiera hecho algo malo.
— Contesta. — demanda. No es una petición, ella me está obligando a que hable y si no lo hago... Temo pensar en las consecuencias de mi silencio.
Sin embargo, no obedezco. Mis labios permanecen cerrados al momento en que ella estampa con fuerza su puño en mi mejilla. Me ha golpeado. Y me ha golpeado tan fuerte que la fuerza de mis piernas- De todo mi cuerpo flaquea y deja de sostenerme. Pierdo el equilibrio y me desmorono, no sólo literalmente sino que las lágrimas salen sin control. Me doy cuenta cuando veo caer un par en el piso de porcelana. Sollozo cuando ella toma mi cabello y me obliga a mirarla.
— Deberías sentirte avergonzado. — escupe y me mira con asco, con un desagrado que hace que mi llanto no cese. La odio. Odio que me haga llorar así y que me vea llorar así y que sepa que sólo ella puede llevarme a este límite tan denigrante en el que estoy ahora. — Das lástima, Yeonjun.
Me azota contra el piso y sólo sé que se ha marchado cuando dejo de escuchar el aterrador sonido escandaloso de sus tacones. Estoy solo en el salón. Llorando a lágrima viva como un niño. Siento la piel de la mitad de mi rostro caliente y palpitante, me duele casi tanto como me duele el pecho. Me cuesta respirar y sé entonces que tengo que ir a la cama.
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𝗿𝗲𝗹𝗶𝗴𝗶𝗼𝘂𝘀𝗹𝘆. yeongyu
Aléatoire"Este es el recinto de Dios." dice. "¿Y?" me mira, está extrañado. "No podemos pecar, Yeonjun. Está mal." apenas puedo ver su silueta a través del separador del confesionario. El silencio es tal que incluso puedo oír los laditos de mi corazón, quizá...