Capítulo 18

48 4 0
                                    

Andrew

Emma y yo habíamos decidido dar un paseo por la playa, buscábamos caracolas, según ella quería un collar de caracolas. Me ofrecí a comprarlo, pero lo quería hacer ella. Por supuesto, que no me negué a complacerla.

Así que aquí estábamos a las tres de la tarde, buscando caracolas. Nuestros amigos habían ido a New York a visitar a sus padres, me negué a ir porque los vuelos pueden ser peligrosos para Emma, y no quiero toparme con mi padre por la calle y que me arruine el día.

—¿Qué te parece esta? —preguntó.

Asentí hacia ella, la tiro en la canasta que yo estaba cargando, seguimos caminando hasta llegar de nuevo a nuestra manta donde teníamos nuestras cosas.

Emma se sentó, me senté detrás de ella colando mi mano por su pequeño bulto, apenas se notaba un poco, pero para nosotros estaba ahí. Lo sabíamos. Emma recostó su cabeza en mí pecho y comenzó a escoger las caracolas y haciendo dos collares con la misma.

—Sabes, mi abuela decía que mis padres eran amantes de la playa. Siempre venían cuando podía, decía que cuando mi madre estaba embarazada de mí, sentía que el mar le traía una calma impresionante y le calmaba el calor del cuerpo. ¿Se oye bonito, cierto?

—Sí, ángel.

Me sonrió sobre el hombro, la apreté contra mí. Tenía algunos días de trabajos horribles, pero ver a Emma en cualquier lado, en mi casa, en mi cama, en mi oficina, verla siquiera en mis sueños me hacía sentir de una manera tan alucinante, como si fuera ella quien calmara mis pensamientos sin saberlo.

—Antes me preguntaba por qué murieron, por qué me habían dejado sola. O por qué no traía la paz que mi abuela decía al saber que yo crecí rodeada de amor y bondad, como ellos lo hubieran hecho. Pero ahora que tenemos una familia lo miro de otra forma. Sé lo que ellos hubieran hecho o lo que hubieran pensado.

Pasé saliva cuando algo en mi pecho me incomodó. La apreté contra mí, se dio la vuelta y se acurrucó contra mí. Sentí su sonrisa en mi cuello.

—Sé que ellos están felices de verme feliz y de verme reconstruir mi vida con la persona que siempre soñé.

—Lo están, ángel.

Se separó y sonrió mientras tomaba uno de sus pulseras lo enredó alrededor de mi muñeca, le puse el collar que había hecho para ella alrededor del cuello. Miramos el atardecer comiendo algunas comidas que ambos habíamos preparado.

—Nunca pensé que ese día que dijiste que quería una amistad tendríamos algo más y míranos aquí, vamos a ser padres.

—Y tú, mi mujer, no te olvides de eso.

—No me lo preguntaste.

—No pensé que hubiera una razón. Desde el momento que te dije que me ofrecía como donante, era porque eras mi mujer.

—¿Y tú eres mío?

—Sí, ángel, soy tuyo.

Enredó sus brazos alrededor de mi cuello y me besó, le devolví el beso mientras mis manos vagaban desde su pancita hasta sus pechos y sus nalgas, gemí cuando Emma se frotó contra mi erección.

—No podemos hacer esto aquí —gimió Emma sobre mis labios.

—Sí, sí podemos.

—Pero... —jadeó cuando le bajé un tirante del top y me metí su pezón endurecido en la boca—. Nos van a ver.

—No, ángel, ahora déjame probarte.

Gemí cuando se acostó dejándome ver sus pechos, su tanga se metía entre los labios de su bonito coñito, gemí cuando mi polla quiso liberarse y sentir su preciado calor, pero me gustaba más hacerla correrse antes de obtener mi liberación, me cerní sobre ella pegando sus labios a los míos.

Unidos por el DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora