I: Voluta

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Del primer encuentro entre el violinista y el doctor en el vestíbulo del Hospital Yongsan, en víspera de Navidad

«Se acabó», piensa. Era lo único en lo que podía pensar, en realidad. Se siente casi como si en ese instante su mente se hubiera convertido en la púa del viejo tocadiscos que su padre guardaba polvoroso en el ático de su casa en Bisan-dong, en Daegu, y se hubiera atascado con torpeza entre los surcos y no pudiera pensar algo diferente de esas palabras: «Se acabó».

Porque aquellas simples, pero aciagas palabras estaban poniendo fin a lo que había soñado casi toda su vida. Sonaba absurda la forma en la que su sueño se le escapaba de las manos. Tan patéticamente absurda que quería echarse a llorar ahí en la acera -aunque prácticamente ya estaba echado, arrollado precisamente-, sin importarle toda la gente que ya se estaba juntando a su alrededor.

—¡El joven necesita una ambulancia! —escucha una voz lejana y cercana a la vez que le hace cuestionarse si en el impacto también se había golpeado en la cabeza.

—Estoy bien —logra balbucear y siguiente a eso hace el ademán de levantarse por su cuenta, pero una señora regordeta, de aproximadamente unos sesenta y cinco años, se le acerca y lo detiene por el hombro.

—Oh, joven. No te muevas ni un centímetro, estás sangrando —le dice—. Ya están llamando a una ambulancia. Quédate quieto.

—En verdad estoy bien —asegura, pero la mujer niega con la cabeza.

—Será mejor que lo evalúe un doctor. Ese coche te sacó volando casi dos metros.

¿En serio? Él no lo recordaba.

Su mente se convierte en un torbellino de emociones. La frustración y la desesperación lo consumen mientras se obliga a contemplar la realidad de su situación: Era el fin de su sueño.

Durante casi toda su vida, Taehyung le ha entregado su corazón y alma al violín, dedicando incontables horas a perfeccionar su técnica. Y ahora, en un abrir y cerrar de ojos, todo le había sido cruelmente arrebatado.

¿La razón?

Un conductor ebrio.

—Y ese cabrón se ha escapado —Taehyung alza la cabeza hacia un señor corpulento, con manos grandes apretadas en puños—. La policía local debería cuidar a esos cretinos que se embriagan en festividades. Siempre pasan estas cosas. Hace dos años fue el incidente de la niña en Bon-dong y ahora esto.

—La mayoría sólo son jóvenes rebeldes sin supervisión de sus padres —otro hombre, escuálido y alto (no era joven, pero tampoco parecía ser tan adulto), dice con desdén—. ¿Embriagarse fuera de casa en festividades? Es algo que solo haría alguien que tiene problemas en su hogar. ¡Y dímelo a mí! Soy consejero en la universidad de Yonsei, no tiene idea de los casos que he llevado y todos siempre están relacionados con el alcohol.

—Esta nueva generación es una vergüenza para Corea —replica el otro hombre con un tono de voz gélido—. Son pájaros débiles.

Él se siente reprendido indirectamente, porque, a fin de cuentas, ¿no es él también parte de esa nueva generación? No sabe que se está volviendo más insoportable, si el agudo dolor que punza en cada centímetro de su cuerpo o la conversación de esos dos individuos.

Hacía tan solo unos instantes paseaba por la séptima calle de Yeouidong y sujetaba el estuche de su violín en la mano. Recién había llegado a Seúl después de comprar el más barato boleto de autobús que lo llevara desde Daegu hasta Seúl en un extenuante y soso viaje de cuatro horas. Había tenido que compartir asiento con un anciano llamado Park Yeong-soo de aspecto desaliñado y raído que le introdujo en una conversación incesante sobre política. Contrario a su apariencia de poco fiar, su estatura era imponente y se erguía con una confianza inquebrantable. Su rostro, enmarcado por una espesa barba recortada, emanaba una virilidad marcada. En el momento en que se sentaron, el hombre no dejó de lanzar un torrente de palabras sin cesar, inundando el reducido espacio del autobús con sus opiniones sin filtro acerca del gobierno actual y como el teñido del cabello del hijo del secretario de estado le confería una apariencia de marica rebelde y desubicado. A Taehyung no podría importarle menos si la Asamblea Nacional debía volver a reconsiderar los votos en los proyectos de ley vetados o el k-pop y su notoria adulación por los grupos de homosexuales incompetentes de Seúl. Pero aquel anciano tan obtuso pensaba lo contrario y halló un inexistente interés en su rostro taciturno e inexpresivo, aunque en ese momento él solo se encontraba anhelando unos segundos de paz y silencio para reflexionar sobre su futuro si lograba pasar esa audición en Seúl. No obstante, se vio atrapado en un viaje agotador de palabras, donde cada segundo de las cuatro horas restantes parecía prolongarse hasta la eternidad. Hubo un esporádico momento durante el viaje, cuando atravesaban Seonbong, en el que el anciano tuvo que ir al baño. Él aprovechó de esos siete minutos para enviarle un mensaje de texto a Jin y contarle. La respuesta llegó de inmediato: «No quisiera ser tú, amigo. Debe ser uno de esos funcionaros de oficinas municipales con sus ejecuciones administrativas indirectas en los Festivales Queer. Vaya mierda, eh».

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⏰ Última actualización: Sep 12 ⏰

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CUANDO EL INVIERNO LLEGUE EN PRIMAVERA (KookV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora