Capítulo 2

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Logro verla. Sigue ahí.

Es Sam. Se encuentra lejos, rodeada de una oscuridad espesa, y está girada hacia un lado, con su largo cabello pelirrojo cubriéndole la faz, sus ojos verdes y sus pecas. Pero la veo, y la reconozco. Lleva puesto un vestido negro: es el mismo que utilizó el día de su muerte.

Grito su nombre. Grito con todas mis fuerzas hasta que todo el aire de mis frágiles pulmones es expulsado, debilitándome ferozmente. No me oye. No oye nada. Tan solo su alma escapándose lentamente. A su lado, encontramos a su gatita, Pearl. La pobre, ya está viejita. Ha vivido el mismo tiempo que su dueña; incluso más. Y, ¿quién sabe? Puede que viva una eternidad. De todos modos, se dice que los gatos tienen 7 vidas, ¿o no? Sam se agacha, se arrodilla a acariciar a la pequeña. La inocencia los rodea, solo por un segundo. Ambas representan la vida. Y la escena refleja la ironía de aquella: en efecto, hallamos a mi ser amada, apellidada Vital, un sobrenombre bien poco común y muy relevante por su significado, junto con el felino de las siete vidas (y muertes) amándose. De un instante al otro, la muerte marca su llegada a la espalda de Sam. La humana se esfuma, y el animal desaparece entre las tinieblas. El vestido innatural es lo único que mantiene su estancia.

Y me doy cuenta. Será siempre así. Eterno.

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