Pablo maldijo por lo bajo al notar como las gotas comenzaban a caer, cerró los ojos y elevó su rostro al cielo, dejando que la lluvia cayera sobre él durante unos segundos, no tenía ningún sentido correr de la lluvia ahora que había comenzado, pensó con amargura.
Las calles de Lisboa estaban desiertas a esa hora, el bar en el que se había instalado cerró y se vió obligado a enfrentar la lluviosa madrugada camino a su nuevo apartamento. Odiaba ese apartamento, lo odió desde que puso pie allí por primera vez. No tenía nada que ver con el que tuvo en España, con sus vistas, con los azulejos horrendos del baño, con las tablas del piso que de vez en cuando crujían porque el edificio era viejo y con la cocina que tenía tantas mañas que Pablo la usó las tan pocas veces que podía contarlas con la mano. Pero Román la usaba. Él sabía como mover las perillas con la fuerza suficiente para que no sofocar el gas, entendía la presión que había que hacerle a la puerta del horno para que ésta cerrara correctamente y por sobre todas las cosas, hacía todo esto sin emitir una sola queja, siempre alegando que disfrutaba mucho más pasar el tiempo en el edificio de Pablo que en el suyo, donde las paredes eran más finas y al encargado nunca le cayó bien.
Había terminado cediendo ante la insistencia de sus compañeros y acompañándolos al bar, primeramente se negó a beber pero una vez que probó un trago de la cerveza rubia que Rodríguez le ofreció, no pudo parar. Y es que los muchachos decían que lo necesitaba, que lucía desganado, abatido y era cierto. A raíz de otra lesión había quedado desafectado de las convocatorias hasta nuevo aviso, encontrándose en una ciudad a la que aún no se acostumbraba y con demasiado tiempo libre, Pablo se encontró a sí mismo rememorando todos los hechos que lo trajeron a este lugar, a ese país, a ese club, a ese bar.
Habían sido largos los meses de invierno y primavera, silenciosos entre las paredes de su apartamento de, ahora, soltero. Pablo detestaba esa noción, habían pasado meses desde ese día que Román se fue, dejándolo. Dejandolo a él y todo lo que habían sido, todo lo que habían construido o esperado poder construir juntos. Pero el riocuartense sabía que no podía culparlo del todo, no cuando fue él el que rechazó aquella propuesta hecha en Argentina hacía ya siete años.-
Román estaba arrodillado, una cajita de terciopelo en sus manos y una pregunta que dejaba sus labios para encontrarse con la expresión estupefacta de un Pablo más joven, más sano y también mucho más estúpido. Al pensar ahora en su torpe respuesta, "somos chicos para casorio todavía, cabezón", Pablo se cuestionaba si fue allí cuando comenzó a perder a ese morocho de ojos dulces.
La vuelta a su casa había sido silenciosa, Román con ambas manos al volante, mirándolo de vez en cuando, Pablo no podía devolverle la mirada. Lo peor fue cuando entraron por la puerta y su madre demandó ver su mano, sólo para encontrarse con Román haciendo una mueca que oscilaba entre el dolor y la incomodidad.–¿Ustedes sabían? –preguntó torpemente el castaño.
–Pero claro que sabíamos, si fue tu hermana la que lo ayudó a buscar el anillo –respondió su madre sin mirarlo, mirando a su yerno en su lugar con la más profunda compasión–. Bueno, no se habla más del tema, vamos a poner la mesa que ustedes viajan mañana y tienen que descansar.
Esa noche Román no lo abrazó y Pablo estaba demasiado conmovido y avergonzado para acercarse a él, deseó con todas sus fuerzas hacerlo, arrepentirse de sus palabras y pedirle que lo aceptara ahora, que lo aceptara para siempre. Más no lo hizo.
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La camisa que llevaba puesta comenzaba a adherirse a su cuerpo, sus rulos, mucho más largos y descuidados ahora, se deformaban por la humedad y caían en su rostro, los apartó de sus ojos, fastidiado. Tambaleándose por la calle como un espectro siguió su camino confiando en que su memoria muscular lo guiara de regreso a su edificio. El encargado del edificio lo recibió con recelo y lo guió hasta el ascensor para marcar el piso del centrocampista, este murmuró unas palabras de agradecimiento en el poco portugués que se había molestado en aprender.
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Nobody Gets Me (You Do) • roaimar
Fanfiction2007. Pablo regresa a su apartamento en una madrugada lluviosa en el verano de Lisboa, perseguido por como terminaron las cosas con Román cuando éste decidió volver a jugar en Argentina y por como manejó la situación, piensa en el vacío que ahora se...