Me levante de la cama, no me importa si mis piernas temblaban, o si todavía no estuviera del todo recuperada de esa situación traumática.
Mire mi reflejo en el espejo del cuarto de baño de aquella habitación de la enfermería.
Mentiría, mentiría si dijera que no me odiaba a mi misma, por que realmente lo hacía.
Odiaba el como caía mi pelo rubio sobre mis hombros, odiaba mis labios suavemente rosas, mis piernas finas y las infinitas cicatrices que adornaban mi piel.
Porque ese sería mi eterno castigo, siempre me recordarían lo que fui, lo que soy, y lo que seré.
Una niña en busca de amor.
Dirigí mi mirada a lavamanos, había cepillos, pasta de dientes, jabón y... unas tijeras.
Sin más las cogí arrepintiéndome de lo que iba a hacer pero sabía que una vez hecho, hecho estaba.
Por miles de años han dicho que el pelo guarda recuerdos, ¿no? Pues yo ya no los quiero y no los necesito.
Lo corté por arriba de mis hombros, me sentía diferente, quizás mejor, o no, no lo sé.
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Bachira entró a la habitación al principio traía la comida, digo al principio por que nada más verme se le cayó el plato.
— ¿Eh? ¡Que le has hecho a mi Emiko! — casi se tira encima mia si no fuera por que conseguí apartarme a tiempo.
— no seas bobo bachira, soy yo — sonrió divertida.
— p-pero... ¿tú pelo? — murmuró asustado.
— me lo corté — suspiré — ¿acaso no te gusta? —.
— claro que me gusta emi, ¡todo de ti me gusta! — me abrazó por la cintura atrayéndome poco a poco hacia la camilla de la enfermería para subirme a horcadas en su regazo.
— emi... te extrañaba, sin ti me sentía tan solo y vacío, supongo que estaba celoso, verte tanto tiempo con isagi no me gustó — escondió su cabeza en el hueco de mi cuello.
— yo también te extrañaba — dije antes de caer dormida entre los brazos de bachira.
