1. El de la rumba soy yo

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Cuando abrí la ventanilla de la puerta vi el cañón de un revólver y a un policía gritándome:

—¡Abrí la puerta, hijueputa!

En tono de amable colinera le dije al tombo: —Lo voy a atender por la puerta del bar, porque esta es la de mi casa.

El policía seguía amenazándome. Sin cerrar la ventanita retrocedí despacio por el corredor, de frente a la puerta. Después de atravesar el patio, entré al bar y le ordené a los amigos, en voz baja:

—Es la tropa, vayan a los cuartos y no hagan ruido.

Le pedí a Eddie que me acompañara:

—Vení, vamos a frentiarlos.

—Listo— me dijo el hombre

Cuando todos desaparecieron por el patio, rumbo a las habitaciones de mi laberinto, aseguramos la puerta que comunica al bar con el patio de mi casa, con doble llave y candado.

—Vamos a decir que sólo estamos los dos, haciendo las cuentas de la noche; yo arreglo esto.

—Esperá— me detuvo Eddie —Mirá lo que tengo— y me mostró.

—Escondé eso donde podás; de todos modos, no voy a permitir una requisa en mi negocio.

Entretanto, la tropa quería tumbar la puerta de la taberna, pues habían desistido de golpear la de la entrada a la casa, por el otro lado. Antes de salir, miré en torno al bar; comprobé que no había nada fuera de lo normal y me dispuse a abrirle a los patrulleros. El Conde le reclamaba a Blanca, a medio volumen, por los parlantes del equipo de sonido, aún con ganas de continuar la rumba. La ley entró atropellando. Eran dos locos, de los que andan en moto.

—¿Por qué se demoraron tanto? — nos preguntó uno de ellos mientras se paseaba.

Con tres zancadas recorrió el bar de punta a punta. El otro ni siquiera nos miró; caminó con parsimonia deteniéndose ante cada mesa. Este tombo quería atemorizar. Mientras, les explicaba.

—Hace rato cerramos; ya son las tres y media de la madrugada... Estábamos haciendo el balance de la noche y...

—¿Por dónde se metieron para ir por el otro lado? — me interrumpió el acelerado

Al tiempo se fijó en la puerta trasera; nos intimidó:

—¡Abran esa puerta! —

—no puedo— Respondí —Esa puerta conduce a mi casa y ese no es lugar público.

—Pero si lo parece— habló el sabueso calmado; el que pretendía infundir miedo.

—¿Por qué? — me hice el loco.

—Aquí había por lo menos doce personas. ¿No saben que hace hora y media debieron haber apagado? Están violando la ley.

—No hay nadie más fuera de los dos— dije, con serenidad.

—¿Y estos cigarros encendidos? — los contó en nuestras narices: ocho. ¡Mierda!; todavía humeaban.

Silencio.

El sabueso siguió destrozando mis argucias:

—Estas jarras de cerveza están heladas. estos cabrones mienten

Ni hablar.

Eddie permanecía callado, como si ya le estuviese dando la gruñona.
El acelerado las tocó y tuvo el descaro de tomarse media jarrada de un envión.

—¡Ah, qué sed! — Resopló.

El calmado cogió una caja de fósforos y jugó con ella entre los dedos; me cabrié al identificar la cajita donde el Chalo había metido la perica. ¡Si le da por inspeccionarla!

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⏰ Última actualización: Feb 21, 2020 ⏰

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En la escuela de rumberos - Rey Carlos VilladiegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora