01. "Sin retorno"

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La yema de mis dedos tocaba el frío cristal de la ventana, una lluvia torrencial estaba cayendo desde hace unas horas, la tormenta se presentó al mismo tiempo que mis doce años los cuales crearon una tensión en el ambiente palpable incluso ahora en la madrugada. Debería estar durmiendo, pero no podía y estoy segura de que mis padres tampoco, pues tal vez eran incluso más conscientes que yo de la situación en la que me estaba adentrando.

Mire la lluvia por última vez antes de apagar la vela en mi mano, el clima acompañaba demasiado poéticamente la situación actual, pero debía dejar las reflexiones para otro momento si quería estar acorde a las circunstancias mañana. Deje el porta velas en mi modesta mesa de luz y procedí a acurrucarme entre mis cobijas de lana para intentar conciliar el sueño, al menos las gotas chocando contra mi ventana servirían para acallar cualquier tipo de pensamiento que me pueda surgir dormitando.

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Comencé a despertarme entre cobijas, acompañada de ese clásico ruido de las mañanas, que a pesar de lo molesto que llego a ser se que lo extrañaré. Me levante de mi cama buscando algo con lo que abrigarme, el clima era agradable en esta temporada, pero al ser muy temprano el rocío de todas las madrugadas arrastraba cierto frío con el. Me puse un calzado cómodo y fui directo hacia la cocina, cómo mi casa es muy pequeña no es que tuviera que recorrer mucho. Como cada madrugada ahí estaban mis padres, preparando el pan fresco para vender hoy en la mañana.

-Buen día.- dije con la intención de que notaran mi presencia allí.

-Medea, buen día hija- Ahí estaba el tan cálido y peculiar acento de mi madre, aunque se notaba con tintes nostálgicos.
Vino inmediatamente a darme un abrazo, yo la correspondí enredándome en su largo pelo castaño mientras ella dejaba en mi algunos restos de harina en mi ropa, algo típico en esta casa.

-Lo siento cariño.- Sacudió mi ropa.- Estábamos amasando con tu padre, ¿te nos unes?

-Por supuesto mamá.- Fui directo a la mesa donde reposaban las masas fermentadas y ya amasadas. Me había levantado un poco tarde, ya sólo quedaba hornearlas.

Mi padre que estaba metiendo algunas ya al horno se giró para saludarme con su característica sonrisa, es un hombre que siempre recibe halagos allí a donde va, es muy apuesto. La gente nunca dejó de repetirme que heredé mi belleza de él, al igual que le decían a él que la heredó de mi abuela, nuestra genética parecía llevar una belleza muy particular.

-No te preocupes por la mercadería de hoy.- se dirigió mi padre hacía mi.- Hoy es la inscripción, deberías prepararte si quieres llegar temprano, está un poco lejos.- sentí que a pesar de querer sonar tranquilizador se sentía triste, cómo si no quisiera decir esas palabras.

No quería añadir nada más para no tensar las cosas, simplemente asentí y fui hacia mi habitación para alistarme. Me puse una falda verde olivo junto a una blusa blanca de hombros pomposos y encima de esta coloque un chaleco ajustado negro que comienza abajo del pecho. Me calce y peine un poco mi largo cabello pelirrojo, heredado también de mi padre y característico de mi familia.

Volví a la cocina para despedirme de mis padres, hasta que mi madre habló.

-Robert, ¿quieres acompañar a Medea a inscribirse mientras yo sigo con esto?.- Mi padre se giró inmediatamente para contestarle pero yo lo interrumpí.

-No, tranquilos. No los quiero retrasar con el trabajo, puedo ir sola a la ciudad, siempre lo hice y esta no es la excepción.- Nuestra cabaña estaba apartada de la ciudad por lo que era un camino largo, realmente no quería molestarlos, pero la verdad, sentía que yendo sola estaría más relajada.
Ellos asintieron tensos, cada momento que pasaba la situación se sentía más real y se daban cuanta que realmente estaba ocurriendo. Me despedí y fui rumbo a la inscripción para ingresar al entrenamiento militar y ser recluta del ejército.

A pesar de estar plenamente decidida durante el camino empecé a sentir cierto malestar en el estómago, puesto que después la caída del Muro Maria hace unos años atrás la opinión popular fue muy crítica con el ejército, pero más que nada aquellas críticas venían del miedo y la incertidumbre que acechaba a cada ciudadano, quienes no sabíamos si habría otra desgracia o si seríamos los próximos en pisar el infierno. El gran suceso afectó mucho a mis padres, quienes se vieron realmente preocupados al notar que mi opinión sobre enlistarme en la Legión de Reconocimiento no había cambiado, ellos mantenían la esperanza de que me arrepintiera, pero mientras mas se acercaba el día más caían en cuenta de que no ocurriría.

Tras una larga caminata llegue al centro de inscripción que se había instalado en la plaza principal, al ser bastante temprano no había mucha fila entonces casi no tuve que esperar para que llegara mi turno.

-Nombre y edad.- Exclamo con una fuerte voz el soldado en frente mío.

-Medea Landstorm, doce años.- Luego de brindarle el resto de datos me entregó una hoja con la dirección, hora y fecha de partida hacia el campo de entrenamiento militar. Ya no había vuelta atrás.

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El sonido de la madera chirriando era insoportable y los innumerables saltos y golpes debido al disparejo camino se estaban volviendo demasiado molestos, pero ahí estaba yo, sentada en una carreta junto a un grupo de desconocidos abrazando mi modesta bolsa que contenía las pocas pertenencias que tenía. Nos estábamos dirigiendo al sur de la Muralla Rose, al campamento militar y por primera vez en todo este tiempo caí en cuenta de que realmente estaba pasando. La despedida con mis padres fue pesarosa, no solo me entristeció verlos así de afligidos, llorando, si no que también me carcome la culpa por dejarles todo el trabajo duro del negocio a ellos solos, me pesaba no poder hacer nada mas al respecto y más ahora, que no los vería por un largo tiempo.

Nos dimos cuenta que nuestro viaje culminó, ya que empezamos a ver cómo nos adentrábamos en la zona de entrenamiento. Al bajar el un soldado nos dio la bienvenida, fue más amable de lo que esperaba. Era la única mujer que venía de mi distrito, así que me entregó un uniforme de mi talla mientras me explicaba el camino a lo que sería mi cabaña, mi nuevo hogar durante estos 3 años.

-Puede acomodar sus pertenencias y ponerse el uniforme. Recuerde estar antes de las 4 pm. en el patio de entrenamiento para la bienvenida del instructor.- me dijo el amable soldado, asentí y le di las gracias para luego dirigirme a mi cabaña.

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La hora llegó y con ella el instructor ingresó al patio de entrenamiento, su aspecto no era muy amigable ni transmitía tranquilidad. Mis piernas flaqueaban, no sabía si sudaba por la tensión o por los fulminantes rayos de sol que parecían quemar mi cabeza, aunque era confortante mirar alrededor y ver que la gran mayoría estaba igual que yo.

-¡Ahora son miembros oficiales de la unidad de formación no.104!- Exclamo el instructor con una fuerte voz, sin rodeos, sin un hola.- ¡Y por desgracia para ustedes, yo, Keith Shadis, los tendré a mi cargo! No estoy aquí para darles una cálida bienvenida, todos ustedes están a la espera de ser comida para los titanes. Durante estos tres años los voy a entrenar, inútiles ¡Les voy a enseñar a luchar contra titanes! Cuando se enfrenten a un titán dentro de tres años, ¿seguirán siendo comida para ellos? ¿O se encargarán de proteger nuestras murallas? ¿O unas personas poderosas que puedan derrotar a los titanes? La decisión está en sus manos.-El discurso me dejó perpleja, fue crudo pero al mismo tiempo motivador. No me voy a doblegar, tengo mis objetivos claros. Se para que nací para esto, el mundo exterior me espera.

CATARSIS | Bertholdt HooverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora