Chile

16 1 2
                                    

16 horas de vuelo en las cuales la mayor parte del tiempo estuve pensando en cómo iba a sobrellevar esto, cómo iba a poder seguir mi vida en otra ciudad dejando a 12012 kilómetros lo que me había hecho tan feliz en mis escasos 16 años. Me sentía destrozada, frustrada y sumamente triste, todo, todo lo que yo amaba había quedado atrás, tan lejos de mis manos. Y Kath, mi pequeña Kath, mi mejor amiga, ¿cómo iba a sobrevivir sin ella? Sin sus bromas, su risa, sus pláticas a media noche y los incontables buenos momentos, es algo que no sabía. Cuando ella subió a su auto y lloró desconsoladamente tuve tantas ganas de mandar todo a la mierda y quedarme a su lado, pero no, mi jodido padre tenía que haber aceptado el trabajo justamente a miles de kilómetros, alejándome de lo que más amaba.

-Cariño, ¿puedes quitar esa cara larga? -inquirió mi madre.
-No -respondí subiendo al coche.

Innumerables edificios, lugares históricos, personas con el precioso acento chileno, ¡Dios!, como amo ese acento.
Merodeamos por la ciudad hasta llegar a Las Condes; lujosos hoteles, restaurantes y bares, maravilloso lugar.
Páramos en una preciosa casa de dos pisos, con paredes color hueso y los techos de madera, todo una monada, preciosisima.
-Bienvenida a tu nuevo hogar, Beatrice -dijo mi padre mientras todos bajábamos del coche.
-No papá, mi hogar siempre será Amsterdam.

12,012 kilómetrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora