La despedida.

24 1 0
                                    

Eran las 7:00 pm en Amsterdam, Holanda. Mi mejor amiga Beatrice estaba por irse de viaje permanente a Santiago, Chile.
Por supuesto yo estaba destrozada, me encontraba haciendo una vídeo llamada con ella por Skype. Ambas decíamos que nos queríamos y que nada iba a cambiar estando ella allá. Por supuesto yo sabia que no era verdad, si el amor a distancia es una mierda, la amistad es peor.
Indagué en internet cuántos kilómetros nos separarían a Beatrice y a mi: 12,012 kilómetros. Maldita sea.
Me despedí de Beatrice y me dispuse a bañarme para despedirla en el aeropuerto, nuestra despedida más dolorosa.
Desde pequeña odié las despedidas. Sólo por una razón: cuando mi mamá murió yo nunca me pude despedir de ella.
Fueron tiempos realmente difíciles, yo tenía sólo 4 años y mi hermano 6. Éramos muy pequeños, pero nos dábamos cuenta muy bien de las cosas.
Mi papá la maltrataba, aunque a nosotros nunca nos puso un dedo encima cuando mi mamá estaba viva.
No tolero que la gente que más amo se vaya de mi lado, y Beatrice se va hoy, a las 10:00 pm.
Me levanté cuidadosamente de mi cama y cerré la tapa de la MacBook, me quité los jeans y blusa, cogí mi bata de baño y abrí el grifo de agua caliente.
En Amsterdam siempre ha hecho frío, pero esa noche se sentía más.
Al salir me puse unos jeans negros y una blusa de resaque. Me desenrede mi cabello rojizo con los dedos y llamé a Beatrice, respondió a los tres timbrazos:
-¿Qué pasa, Kath?
-Se me hizo un poco tarde, te veo en el aeropuerto. -Ok, hasta pronto.
-Te amo, beth.
Le pedí a mi abuelo las llaves del auto, las cogí y fui corriendo para conducir.
Llegué al mismo tiempo que Beth, y la vi bajarse de mercedes de su papá. Tan elegante, con un abrigo de piel negro, un vestido de diseñador y su cabello castaño claro. Nos abrazamos y comenzamos a llorar.
-Te extrañare tanto, Katty.
-Lo sé, yo a ti más. No me olvides por favor, eres lo único bueno en mi vida.
-Nunca, ¿me escuchas?
-Tengo algo para ti.
Me recogí el cabello en un movimiento y me desaboche la medalla que me había regalado mi mamá, mi único recuerdo de ella ahora quería que lo tuviera mi mejor amiga.
Extendi la mano y lo puse en su palma abierta.
-¿Qué? ¿Katherine, estás loca? Es tuya, no puedo aceptarla.
-No, ahora es tuya y quiero que la conserves, por mi. Para que siempre me recuerdes.
-Lo haré sin necesidad de esto, en verdad, no puedo aceptarlo.
-Ahora es tuya.
-Oh, Kath. Eres tan estúpidamente terca. Te amo.
-Yo más.
Y nos pusimos a llorar de nuevo.
La mamá de Beth nos interrumpió:
-Bethy, cariño. Tenemos que ir a documentar nuestro equipaje.
-Sí mamá, en un segundo estoy con ustedes.
Nos miramos y nos hicimos un montón de promesas. Y lloramos un poco más.
-Te llamaré cuando esté en Santigo. Te amo, Katty, no lo olvides.
-Está bien, te amo muchísimo mas, Beth.
Entró al aeropuerto y vi cómo mi mundo se caía a pedazos. He tenido muchos problemas en la vida, y he sabido afrontarlos, pero no esto.
Corrí hasta mi auto y me aferré al volante y me puse a llorar. Encendí nerviosamente un cigarrillo para tranquilizarme pero todo estuvo peor.
Mi mascara para pestañas y mi delineador se escurrían por mis mejillas dejando surcos negros. Odiaba tanto mi vida ese momento.
Pensaba en regresar a mi casa pero no quería soportar al estúpido de mi papá, así que llamé al abuelo y le dije que llegaría tarde.
Al colgar entró una llamada. Evan.
-¿Si?
-Kath, cuanto tiempo sin hablar.
-¿Qué carajos quieres? Hoy no estoy de humor para tolerar tus estupideces.
-Ya sé, tu amiguita se fue a chile.- pude escuchar la sonrisa con la que lo dijo.
-Vete a la mierda.
Colgué.
Conduje hasta un café y ahí llame a mi mejor amigo de instituto.
-¿Mike?
-Hola, Katty. ¿Cómo te encuentras?
-De la mierda. ¿Puedes venir a verme?
-Estás en el café de siempre, ¿Cierto?
-Sí.
-Te veo ahí en 10 minutos.
Pedí un Americano y lo acompañe con una tarta de frutas.
En menos de 10 minutos Mike estaba en la puerta del café.
-Hola, pelirroja.
Ni siquiera lo saludé, me lancé a sus brazos y lloré en su hombro.
-Hey, ¿qué pasa?
-Beth, se fue hace un par de horas -dije entre sollozos.
-Ou... Es verdad. A Santiago, ¿cierto?
-Ajám
-Te quiero.
Y eso me hizo llorar más.
Mike era de esos amigos que siempre están ahí. Y que cuando no saben que decir te recuerdan lo mucho que te quieren.
-¿Quieres hablar ya o prefieres seguir llenando de mocos mi chamarra?
Reí.
-Idiota.
-Estarás bien, me tienes a mi aún.
Sí, definitivamente estaba enamorada de Mike.
Me gustaba mirarlo. Era alto, tez blanca, cabello castaño y portaba una increíble voz profunda para sus escasos 16 años.
Siempre había sido mi mejor amigo y no pensaba cambiar eso por un amor de tal vez 3 o 4 meses. Prefiero su amistad incondicional.
-¿En qué piensas?.- dijo mirándome y sacándome de mis pensamientos.
-En Beth.- mentí un poco.
-Tranquila, si quieres mañana vamos a la casa de Anna Frank para que te distraigas.
-No, he ido muchas veces con Beth.
-Ok, vamos de compras.
-Yeih.
Como Mike había ido al café en metro le dije que fuéramos a su casa y dejé que él condujera. Al llegar me invitó a pasar, en su casa nunca había nadie así que acepté.
Entramos y encendí otro cigarrillo estando una vez en su balcón. Mike me observaba fijamente.
-¿Qué? ¿nunca has visto a una chica fumar?
-No, si sí las he visto muchas veces pero me gusta más verte a ti.
Sentí como el rubor subía por mi rostro y me aparté.
-¿Ah si? ¿Y por qué?
-Nunca me ha gustado ver a las chicas fumar, pero tú luces tan bien. Tus rizos rojos cayendo por tu cara, tu nulo maquillaje y tus anteojos más grandes que tu cara. Te ves tan... Bien.
-Jajaja, basta Mike. Mentiroso.
-Es verdad -hizo un puchero y se acercó más a mi rostro.
Me miraba fijamente a los ojos y acercándose cada vez más. Estaba a punto de besarme cuando mi celular timbró.
Mi papá.

12,012 kilómetrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora